lunes, 14 de noviembre de 2011

Esto lo arreglamos entre casi todos.



El domingo pasado, la prensa extremeña se hacía eco de la denuncia de un emprendedor sobre el calvario burocrático sufrido durante dos años para poner en marcha un nuevo proyecto. A cuenta de la denuncia se atizaba de lo lindo al sector funcionarial, imputándole un absentismo generalizado (del 80% según la “víctima”) y buena parte de la culpa de los males patrios. No seré yo quien ponga la mano en el fuego por el funcionariado extremeño o nacional, porque he visto casos de desidia y golfería rayanos en el delito. Pero voy a romper una lanza por los miles de funcionarios, mucho más del 20%, que realizan su trabajo de forma aceptable, cuando no por encima de lo que se les podría pedir. Y lo hacen sin temor al castigo ni la promesa de una recompensa, que no hay, con el único aliciente de cumplir con su deber.

No creo en la teoría de que la culpa de nuestras desdichas la tienen los funcionarios. Es una tentación irresistible mirar a los otros cuando hay que buscar responsabilidades, pero señalar a un colectivo concreto no resolverá nuestros problemas aunque tranquilice nuestras conciencias. Sin intención de ser exhaustivo, me vienen a la cabeza otros responsables de que las cosas no funcionen tan bien como debieran.

Por supuesto nuestro gobierno, culpable de mentir a la ciudadanía desde el comienzo de la crisis e incapaz de adoptar medidas eficaces. Pero junto a él muchos de nuestros políticos, desde los que se limitan a aparecer por el Congreso los días de votación a los alcaldes sinvergüenzas y trincones de pueblos de unos pocos centenares de habitantes. Qué decir de los sindicatos, desde sus máximos responsables, que preparan huelgas generales en resorts de lujo, a los sindicalistas de base a los que nadie recuerda haber visto trabajar. Y de los empleados improductivos que dedican más tiempo al facebook y a las diversas formas de escaqueo que a desempeñar su trabajo. Tampoco se quedan atrás muchos directivos, más ocupados en apropiarse de los méritos ajenos y hacer la rosca a sus superiores que en aportar valor a sus empresas o a la sociedad. Ni algunos empresarios, pendientes del tráfico de influencias y la subvención, y no de competir en igualdad de condiciones. O los parados especialistas en Play Station, que se toman dos años sabáticos a costa del seguro de desempleo en lugar de formarse o buscar trabajo. O de los jóvenes que aun no han accedido al mercado laboral porque prefieren vivir de sus padres antes que aceptar un empleo que les obligue a trabajar los viernes por la tarde. Salvo los autónomos, pobres, que en cuanto dejan de echar horas se arruinan y dejan de serlo, en principio nadie está libre de sospecha.

En fin, ya está bien de hacer amigos. Lo que quiero decir es que es bueno que dejemos de mirar al extranjero como causa de nuestros males y como hipotética tabla de salvación. Pero puestos a interiorizar las causas reales de la crisis nacional, empecemos por hacer examen de conciencia partiendo de nosotros mismos, y seguro que encontramos muchas posibilidades de mejora. España está llena de gente con capacidad y ganas, y en cuanto nos libremos de algunas inercias y algunos caraduras conseguiremos la recuperación de nuestra economía y nuestra moral. Es hora de que miremos con simpatía al que se deja la piel en su trabajo y dejemos de justificar a los que, funcionarios o no, viven a costa del trabajo ajeno. Porque en momentos como los que estamos viviendo, los que no son parte de la solución son parte del problema.

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