martes, 23 de diciembre de 2014

Rayos brillando en la oscuridad.



A finales de 2014, muchos españoles se empeñan en ver negro donde, como mínimo, hay gris. Se empeñan en continuar lamiéndose las heridas de una crisis que va quedando atrás. En responsabilizar a la sociedad o a los políticos de no haber hecho nada para sanarlas mientras esperan que algún mesías, paradójicamente encarnado en forma de político, lo haga.
A todos ellos tengo que contarles lo que he visto en este año que termina.
He visto filas de camiones cargados llenando una A-5 donde hace un par de años solo se veía asfalto. He visto nuevas oportunidades de negocio que estaban esperando que alguien las descubriera. He visto a profesionales desempeñando trabajos inferiores a su cualificación con la esperanza de que fuera el trampolín a otro mejor, y a otros con magníficos trabajos cambiando de empresa para mejorar, sin importarles la incertidumbre ni su antigüedad en el anterior. He visto como, compañías que habían dejado proyectos abandonados por falta de presupuesto, nos llamaban para retomarlos. He visto, en fin, como había un cambio de tendencia evidente para todo el que esté dispuesto a salir del túnel en lugar de obcecarse en permanecer en él, culpando al mundo de no ver la luz.
Para los que están sentados, esperando que el destino venga a llamar a su puerta, sin decidirse a llamar a la puerta de un nuevo destino en el año que asoma "esos momentos se perderán como lágrimas en la lluvia."

miércoles, 22 de octubre de 2014

De Nicolasitos, Lazarillos, Buscones y pícaros en general.



Francisco Nicolás Gómez ha llenado las páginas de la prensa con sus andanzas de imberbe estafador, cuyo afán de protagonismo le llevaba desde las recepciones del Rey a reuniones con la gente del IBEX, o fotos con Aznar en la FAES, sin que nadie le invitara, ni falta que le hacía. Y no estuvo en la foto de las Azores porque no tenía edad para embarcarse sólo en el avión.
La figura del cara profesional es un clásico en este país, donde la gente se colaba en las bodas a comer de gañote sin otra invitación que presentarse a la familia del novio como invitado de la novia y viceversa. Yo conocí a un Nicolasito en mi etapa de estudiante, que se las arregló en el colegio mayor para montar una estafa piramidal por importe de algunos millones de pesetas entre los residentes más pudientes y sus padres, a quienes se aparecía como un crack financiero, impresionándolos con comilonas en el antiguo Maite Commodore de la Plaza  de los Delfines.
Aunque los españoles somos expertos en picaresca, fuera no nos van a la zaga, A la cumbre de Nicolasismo asistimos en el entierro de Mandela, con aquel negrito rechonchete simulando “urbi et orbe” la traducción para sordomudos del funeral, mientras gesticulaba con las manos haciendo el movimiento de “dar cera, limpiar cera” de Kárate Kid.
Lo que no acabo de es entender es por qué se ríe tanto la gente con las andanzas de Nicolás González mientras se toma en serio al Nicolás de la coleta, que se presenta como redentor y lo único que pretende es zamparse todo el banquete. Y no me refiero a los mangantes del 15M, que saben perfectamente de qué va la cosa, sino a los necios que se burlan de las fantasías de Nicolás y  se tragan las de Pablo, un profesor universitario que pretende tener él solito la clave para acabar con la corrupción, la crisis y las desigualdades sociales de golpe. Ah, y no se corta, dice que su fin es proporcionarnos la felicidad. A cambio de todo eso no pide un coche de escolta con luces azules, se conforma con que le entreguemos el país entero.
A mí, en el fondo, me hace mucha más gracia Francisco Nicolás, inclinándose ante el Rey, que Pablo Iglesias, cuya aspiración es que todos nos inclinemos ante él.

domingo, 5 de octubre de 2014

La empresaria machista.



Las declaraciones de Mónica Oriol, Presidenta del Círculo de Empresarios, han producido estos días un enorme revuelo. Esta señora se ha atrevido a decir que los empresarios  prefieren contratar a mujeres menores de 25 años o mayores de 45 para evitar las bajas por maternidad y las reducciones de jornada. Los medios no han tardado en crucificarla haciendo bueno el dicho de que “el tonto, cuando se le señala la luna mira el dedo”.
Porque cuando una mujer, empresaria de éxito y madre de seis hijos, osa decir algo así en un país en que impera la ley de lo políticamente correcto, solo un ciego puede obviar que hay una realidad que no podemos desconocer. Y la realidad es que al empresario titular de una micropyme (el 95% de las empresas españolas), con tres empleados por ejemplo, cuando uno de ellos se le da de baja por maternidad sin fecha de retorno, acaba de perder de golpe y porrazo la tercera parte  de su fuerza laboral. Imagina alguien a Telefónica, con una plantilla de 30.000 personas en España, si de repente se le dieran de baja 10.000?
Así, en lugar ejercitar la demagogia, sería mucho más inteligente ver la forma de conciliar los intereses en juego, que son muchos y muy importantes: la necesidad de proteger a la mujer que trabaja, la necesidad de que esa mujer pueda tener los hijos que quiera, que son el futuro de todos nosotros, y la necesidad de proteger el legítimo derecho del empresario a buscar lo mejor para su empresa.
La realidad es tozuda y se empeña en demostrarnos que cuando se traslada la carga de la conciliación sobre el empresario, éste hará lo posible para aligerarla dentro de la legalidad. Por eso, en lugar de llevarnos las manos a la cabeza por las declaraciones de Mónica Oriol, haríamos bien en empezar a preguntarnos cuáles son los fallos del sistema de conciliación y las medidas para corregirlos. Alguno debe tener cuando siempre se subvenciona la contratación de jóvenes y mayores, que son precisamente los que Oriol dice que prefiere contratar.
Pero seguiremos con debates sobre la renta básica, ese supuesto derecho a cobrar un sueldo de quien no quiere trabajar, y perderemos la oportunidad de abrir un debate serio sobre el problema de las mujeres que sí quieren trabajar y además tener hijos. En conclusión, la presidenta del círculo de empresarios ha señalado una luna del tamaño del Sol. Me temo que, como casi siempre, optaremos por la solución más tonta: mirar el dedo y matar a la mensajera.

martes, 30 de septiembre de 2014

El antropólogo parlamentario.


 
Hace unos días saltaba a la prensa regional la creación de una plaza de antropólogo en la administración autonómica extremeña. La noticia no tendría más trascendencia (los antropólogos también tienen que comer) si no fuera porque el organismo que la ha creado es… el Parlamento Autonómico. Preguntado el Presidente de la Asamblea por el tema, justificó la creación de la plaza con el argumento de que era necesaria  “para conocimiento de nuestros antepasados”. Yo tenía entendido que la función de la Asamblea era el control del gobierno y la aprobación de leyes, pero parece que el Estatuto de Autonomía y yo estábamos equivocados.
La creación de antropólogos parlamentarios no es más que un síntoma de la descomposición de nuestro Estado de las Autonomías, que ha pasado de convertirse en un medio de acercar la administración al ciudadano, a ser un medio de arrimar el ascua a la sardina de los políticos. Y así vemos a los catalanes robando envueltos en la Senyera, a los andaluces prejubilando a sus compadres a cuenta de falsos ERE´s, o a los valencianos montando aeropuertos para paseantes. Todo con cargo a nuestra cartera, que parece que se puede estirar hasta límites que no sospechábamos.
Aunque a lo mejor es necesario que contratemos antropólogos en nuestros parlamentos. Pero en lugar de estudiar a nuestros antepasados, que les da igual porque las leyes no son retroactivas, podrían estudiar a los parlamentarios, a ver si desentrañan el misterio del funcionamiento de sus cerebros. Y, ya puestos, podrían crear plazas de criminalistas o detectives, pues tal vez sean necesarios a la vista de los resultados.
Al final, esto de las autonomías se ha convertido en un engendro que ha perdido de vista su misión (ya ni les importa) y lo único de lo que se preocupan es de engordar a costa de lo que sea. Y lo preocupante es que tengan tan perdido el norte que ni siquiera se molesten en disimularlo, evitando contratar antropólogos o bailarinas (todo se andará). Yo ya he perdido toda esperanza de que sirvan para algo útil, porque con sus hechos se empeñan en demostrar que ningún camino es bueno para quien no sabe a dónde va.
 

 
 
 

domingo, 6 de julio de 2014

Miedo a Podemos? Quién dijo miedo?




El “efecto Podemos”, con su ruidosa irrupción en un escenario donde los papeles estaban adjudicados, ha provocado múltiples reacciones, que van desde la curiosidad y simpatía al rechazo más absoluto. Tras la sorpresa inicial, entre los demócratas ha cundido una sensación de inquietud que, en muchos casos, ha derivado en auténtico miedo. Y la cosa no sería para menos, habida cuenta de las intenciones de Pablo Iglesias y sus mariachis de instaurar en España un régimen bolivariano, a imagen y semejanza del implantado en Venezuela por su idolatrado Hugo Chávez (ese “hombre necesario” según sus propias palabras).
Pasadas unas semanas desde el éxito de Podemos en las elecciones europeas, hay poderosas razones para pensar que no estamos, como en las vísperas del comunismo, ante un “fantasma que recorre Europa”, sino ante una tormenta de verano que puede causar algunos destrozos pero pasará sin dejar otra cosa que un mal recuerdo.
La primera es que España no es el caldo de cultivo propicio para el desarrollo de Podemos. Para ganar unas elecciones no basta con criticar al contrario sino que hace falta una propuesta de valor que pueda ser comprada por los electores. Y un programa totalitario basado en ideas del S.XIX que ya fracasaron en el siglo XX no es vendible en la España actual. Eso solo lo puede comprar una sociedad del Tercer Mundo sin nada que perder y, guste o no, los españoles hemos construido una nación en la que un experimento bolivariano podría traernos pérdidas irreparables. Más cuando los síntomas de recuperación económica son una realidad evidente.
La segunda es que en las elecciones europeas los votantes no perciben ningún interés directo en juego, lo que les permite votar con la mayor frivolidad. Yo confieso haber votado a Ruiz Mateos en la europeas de 1989, cuando se paseaba por España vestido de Superman huyendo de la justicia (por cierto también consiguió nada menos que dos escaños). Además, la circunscripción única es el mejor escenario para el éxito de un experimento de estas características, escenario que sufrirá un cambio radical en unas elecciones generales con circunscripciones provinciales y Ley D´Hont.
La tercera es la falta de estructura de Podemos, que no deja de ser una pandilla de amigos que en una jugada brillante han dado un golpe de mano. Pero nada tiene que ver presentar una candidatura única con presentar candidatos en cientos de alcaldías y en unas elecciones generales. Les será muy difícil conseguirlos de la noche a la mañana y, aunque lo hagan, se les unirán muchos de los peores elementos que circulan por el panorama político y su extrarradio.  Desde la Revolución francesa, con sus “sans-culottes” y “tricoteuses”, a la Soviética, con unos soviets infestados de auténticos forajidos, los movimientos revolucionarios suelen acoger a muchos de los peores elementos de cada casa, atraídos por la ocasión de pescar en rio revuelto. Sin ir más lejos, en el 15-M de donde bebe Podemos, fueron los antisistema quienes se hicieron con los mandos, expulsando a los moderados. La compañía de elementos tan poco presentables como Monedero, su mano derecha, en una sociedad con tanta visibilidad como la actual pasará factura inevitablemente.
La cuarta razón de peso para augurar el fracaso de Podemos es la debilidad de su líder. Ese, a primera vista, personaje comprometido, dialécticamente brillante y líder de un proyecto nuevo y esperanzador, no está tardando en revelarse como lo que es: un demagogo con un discurso cansino y un concepto de sí mismo tan elevado que raya en el delirio de grandeza. Ello le llevará a cometer errores, tan graves como sus flirteos con ETA, que provocarán que los españoles lo derriben del pedestal, cosa a la que somos muy aficionados (que le pregunten a Aznar si no).
Una quinta razón es que la principal herramienta de su éxito electoral, las redes sociales, son un caballo indomable que puede volverse en su contra. Porque una cosa es que hayan hecho un habilísimo manejo de ellas en las europeas y otra, bien distinta, es que pueda controlarlas en adelante, cuando hasta la fecha nadie lo ha conseguido. Si la magnífica imagen de Coca-Cola, los maestros del marketing, se ha venido abajo en España por un ERE de sus partners, nada impide que las redes puedan volverse contra Podemos en cuanto empiece a equivocarse y ya lo está haciendo. Botón de muestra es el varapalo que, inintencionadamente, les ha dado Bertín Osborne sin más armas que su simpatía y franqueza.
Y por último que, en su soberbia, Pablo Iglesias no ha medido sus fuerzas, creándose multitud de enemigos antes de contar con los mínimos medios para vencerlos. Así ha arremetido de golpe contra todos, desde “la casta” a los poderes financieros, pasando por los medios de comunicación a los que, en otro alarde de torpeza, ha propuesto someter a control público. Si Pablo Iglesias hubiera leído a Sunt Zu y su “Arte de la guerra” sabría lo que no ignora cualquier estratega mediocre: que es necesario antes de atacar medir tus fuerzas y las del contrario, buscar alianzas, dividir al enemigo y hacerse invencible. Pues bien, Iglesias ha comenzado por el final, atacando a todos lanza en ristre como un Quijote con coleta, sin pararse a ver si lo que tiene delante son gigantes o molinos. El resultado no puede ser otro que ser volteado por las aspas de esos molinos y acabar por los suelos, maltrecho en un burro de vuelta al pueblo.
En suma, demasiados puntos débiles para afrontar con éxito una tarea tan enorme como conseguir el mando de un país desarrollado con 45 millones de habitantes. Ello no quiere decir que no pueda causar daños, el mayor de los cuales en mi opinión es haber eclipsado momentáneamente alternativas de regeneración serias como Ciudadans; ni que los partidarios de la libertad debamos cruzarnos de brazos ante este nuevo fenómeno. No debemos olvidar que si, en un país como Alemania, un tipo como Hitler pudo llegar al poder no fue debido a la abundancia de nazis sino a la falta o inacción de los demócratas. Pero una cosa es esa y otra que debamos asustarnos ante un Pablo Iglesias ensoberbecido por su éxito puntual. Pues como decía San Agustín, “la soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano”.


lunes, 23 de junio de 2014

Soberbia roja.



El varapalo experimentado por la selección era predecible porque, de hecho, muchos lo predijeron. Desde que se hizo efectiva la elección por Del Bosque,  de los jugadores que debían representarnos, fueron muchas las voces que señalaron que se había optado por el pasado en lugar de por el presente. Y eso, en tiempos en que los cambios son muy rápidos y los demás aprenden de sus errores, es malo para los que se recrean en el espejo de los aciertos.
Las causas de la eliminación, o mejor del batacazo estrepitoso, no son tácticas, ni de sistemas, de falta de suerte, fallos puntuales de un jugador o baja forma de otros. Son mucho más sencillas y se pueden explicar simplemente por la suficiencia y soberbia de quienes, tras alcanzar el triunfo, se dedicaron a complacerse en él, en lugar de seguir trabajando en aquello que les permitió alcanzarlo.
Esa soberbia plasmada, en primer lugar, en una especie de apropiación del equipo, que dejó de ser España o la Selección para convertirse en la Roja, como si la nueva marca triunfadora fuese propiedad exclusiva de los protagonistas del tiki-taka. Y si bien es cierto que esta maravillosa generación de futbolistas nos ha dado los mayores momentos de gloria, no lo es menos que la Selección tiene una grandísima historia con la que los españoles hemos vibrado, y sufrido. La protagonizaron  jugadores como Marcelino o Kubala y, en lo que a mí me toca, como Zubizarreta, Juanito, Santillana, Lobo Carrasco, Maceda, Víctor, Salinas (sí, Salinas también) Baquero, Butragueño, Caminero, Michel, Raúl, Luis Enrique y tantos otros. Y la protagonizarán nuevos jugadores encargados de construir el futuro. Y ese corporativismo y orgullo, que en sí no son malos, se convierten en el germen del desastre cuando derivan en una burbuja que impide detectar las señales indicativas de que hay cosas que ya no funcionan.
Soberbia de pensar que el estilo de juego que nos ha proporcionado el éxito es la piedra filosofal y que nadie más puede interpretarlo igual, ni contrarrestarlo. Soberbia en el amiguismo de considerar la Roja como un cortijo en el que quienes han estado siempre, deben seguir estando con independencia de su estado de forma, apartando a otros que han mostrado mejor nivel. Soberbia en vender la piel del tigre antes de cazarlo, ofreciendo las primas más altas de las selecciones europeas, justificadas en que la liga española es la mejor, pero obviando que esa liga la hacen también jugadores de otras selecciones mundialistas que pagan mucho menos. Soberbia en la falta de preparación física y de aclimatación a la temperatura y humedad de los terrenos donde había que jugar, como hicieron otras selecciones, en la creencia de que a la Roja no le afectaban esas cosas. Soberbia en la falta de autocrítica, envueltos en una nube de periodistas aduladores, que condenaban al ostracismo, como reos de alta traición, a quien osara señalar con el dedo cuestiones como el varapalo ante Brasil en la Copa Confederaciones del año pasado.
En fin, parece claro que es el fin de ciclo de un equipo que ha dado todo a España, lo que hay que agradecerle sin mezquindad, y al que hay que reconocer su indudable valía. Pero ello no debe impedir tomar las decisiones necesarias para remediar la situación de descalabro actual. Y al margen de que unos jugadores se tendrán que ir y otros se quedarán, lo que debe abandonar la Selección es la prepotencia y la ceguera, que son el mayor impedimento para construir nuevamente un equipo ganador. Para eso sería bueno que los directivos y técnicos hicieran pronto la maleta si tienen vergüenza torera, como máximos responsables de un fracaso que no es en absoluto proporcionado a los mimbres con los que está dotado el fútbol español.
Todavía quedan resistencias al cambio, manifestadas en esos periodistas eufóricos por la victoria ante los tuercebotas australianos, diciendo que ha faltado “un poquito de suerte”. O esas tensiones en el vestuario cuando alguno ha entonado el “mea culpa”. O las palabras de Del Bosque echando bolas fuera. Pero en cuanto se venzan esas inercias y se materialicen los cambios en nuevas caras, nuevas ideas y, sobre todo, nuevas actitudes de humildad y esfuerzo, con la extraordinaria calidad que hay en el fútbol patrio no hay duda de que construiremos de nuevo un equipo campeón.
Podemoooos!!!



sábado, 14 de junio de 2014

La renta básica, el pan y circo de nuestro tiempo.

 


Con la crisis, ha empezado a tomar cuerpo la idea de establecer para los españoles una renta básica, que se percibiría sin otro requisito que estar vivo. Efectivamente sus defensores la definen como “un ingreso pagado por el estado, como derecho de ciudadanía, a cada miembro de pleno derecho o residente de la sociedad incluso si no quiere trabajar de forma remunerada, sin tomar en consideración si es rico o pobre”. Reconozco que el desparpajo con que se plantea la idea no deja de sorprenderme. O sea, hemos pasado del bíblico “ganarás el pan con el sudor de tu frente” al más progresista “ganarás el pan con el sudor de tu vecino”.

La idea no es nueva. Esto no es más que una reedición del “panem et circenses romano”, descrito por Juvenal. O sea, la práctica de ganar el voto de los pobres mediante comida barata y entretenimiento. No es de sorprender que los nuevos demagogos, bajo una apariencia de modernidad, utilicen los mismos artificios que utilizaron los políticos sin escrúpulos hace siglos para conseguir el poder. Parece que los políticos tampoco cambian y conocen el éxito y popularidad de los cantos de sirena.
Ahora la pretenden vestir, además de con los ropajes de la solidaridad, con el aura de solución para la crisis: se pone una renta básica para todo el mundo y aumenta el consumo, se genera riqueza y desaparecen la crisis y todos nuestros problemas. Olvidan recordarnos que nada puede ser tan fácil. Decía Ortega que "La civilización no dura porque a los hombres sólo les interesan los resultados de la misma: los anestésicos, los automóviles, la radio. Pero nada de lo que da la civilización es el fruto natural de un árbol endémico. Todo es resultado de un esfuerzo. Sólo se aguanta una civilización si muchos aportan su colaboración al esfuerzo. Si todos prefieren gozar el fruto, la civilización se hunde."
Esto de la renta básica es un añadido actual a los anestésicos o a los automóviles. Y pretender obtenerla, sin aportar nada al esfuerzo común, equivale a varear el olivo sin preocuparse de labrarlo. Al final, pensar que van a caer eternamente aceitunas es una utopía. Vamos a dejarnos de rentas básicas y soluciones fáciles porque el problema no es repartir sino crear riqueza. Y ello es incompatible con tumbarse debajo del árbol a esperar que nos caiga el fruto. Nunca debemos olvidar que nada de lo que merece la pena se consigue sin esfuerzo.
Pero lo peor de la renta básica no es que sea utópica sino que es perversa. Porque, contra lo que dicen sus promotores, no es una forma de procurar la dignidad del gobernado, sino de privarle de ella comprando su voluntad. Y, por supuesto, no con la renta o el patrimonio de quienes la promueven, sino con el esfuerzo de quienes no están dispuestos a poner su dignidad en venta.

… iam pridem, ex quo suffragia nulli uendimus, effudit curas; nam qui dabat olim imperium, fasces, legiones, omnia, nunc se continet atque duas tantum res anxius optat, panem et circenses.
(… desde hace tiempo —exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto—, este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin todo, ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos cosas: pan y juegos en el circo)
(Juvenal, Sátiras X, 77–81)



martes, 3 de junio de 2014

Yo ya voté al Príncipe.



La abdicación del Rey Juan Carlos es una buena noticia. En unos momentos en que los españoles desconfían de unas instituciones que han defraudado sus expectativas, debemos acoger la renovación de la primera de ellas con cierta alegría, incluso los no monárquicos. Pero no faltan quienes han aprovechado la ocasión para poner sobre la mesa la necesidad de legitimar la coronación del Príncipe Felipe mediante las urnas,  con el argumento de que, a falta de un plebiscito, su reinado no sería democrático.
No debemos dejarnos engañar por los presuntos campeones de democracia pues, ni en España ni en ninguna de las monarquías parlamentarias modernas, la sucesión en la Corona ha de ser refrendada por una votación. Y hablamos de países tan poco sospechosos de carencias democráticas como Noruega, Holanda, Gran Bretaña o Dinamarca. No puede ser de otra manera, porque si la monarquía tuviera que ser revalidada por votaciones a requerimiento de sus enemigos, dejaría de serlo. Precisamente, la base de la institución es dar estabilidad a los estados, ser símbolo de su unidad y permanencia, como dice la Constitución. Y eso es incompatible con convertirla en motivo de debate y confrontación periódicamente.
Los antimonárquicos esgrimen también el argumento de que la Constitución legitimadora de nuestra monarquía tiene casi 40 años y muchos de los ciudadanos actuales no la votamos. Es cierto, pero ningún estadounidense votó su Constitución, que tiene más de 200, y nadie discute su vigencia ni su legitimidad. Ahí sigue, como la de infinidad de países democráticos, cubriendo con su manto el destino de más de 300 millones de americanos sin grandes modificaciones (la última enmienda es de 1992 y la anterior nada menos que de 1971).
La clave de un régimen democrático no está en que todo se someta a votación, cosa más propia de los soviets comunistas, en que las votaciones estaban a la orden del día pero siempre las ganaban los mismos. La verdadera clave está en el respeto al principio de legalidad, que exige que las leyes se modifiquen por otras leyes posteriores. Por eso quien quiera modificar la forma del Estado Español no puede exigirnos a los demás someter la candidatura del Príncipe a votación, porque ya le votamos todos, cuando votamos a su padre unos, y el resto al ratificar nuestro régimen monárquico votación tras votación. El contrario al régimen es quien debe someter su propuesta a votación. Además, seguro que en unos comicios el Príncipe barrería, pues muchos no monárquicos lo votaríamos sin dudar. Pero los antisistema saben que el mero hecho de cuestionar su legitimidad, sometiéndola a referéndum, sirve a sus propósitos torticeros. Y más si, aunque se impusiera por una mayoría aplastante, no la consiguiera en alguna provincia, lo que daría alas a independentistas y republicanos para cuestionarla nuevamente.
Entiendo el enorme enfado de quienes quieren acabar con la monarquía al ver que la pieza, que ya creían fácil, se les escapa y es sustituida por un blanco más escurridizo, pues las sombras que han acompañado últimamente al reinado del padre no se transmiten con la corona.  La posibilidad, bien real, de que el heredero eleve la institución, les pone muy nerviosos. Tienen motivos, porque una corona fuerte y respetada es un obstáculo insalvable para los que pretenden traernos el tipo de “democracia” representada por los regímenes bolivarianos.
Es un momento para que los verdaderos demócratas nos congratulemos con la regeneración de una institución clave para España. Esperemos que cunda el ejemplo y se produzca también la necesaria regeneración de la clase política, que dé paso a nuevas caras libres de amiguismo y corrupción. No será fácil, pero que la máxima representación del Estado se nos aparezca con una historia limpia de sospechas es una gran noticia que hace que monárquicos y no monárquicos tengamos sobrados motivos para gritar: Viva el Rey!

miércoles, 28 de mayo de 2014

Elecciones europeas: los papeles del divorcio.



Tras las pasadas elecciones europeas, políticos, tertulianos y analistas andan cavilando sobre las razones del descalabro de los partidos tradicionales: malos candidatos, campañas de perfil bajo, falta de propuestas europeas. Algunos se han permitido, incluso, la soberbia de pretender que “hace falta pedagogía”, que es tanto como decir que los españoles somos unos inmaduros o ignorantes.
Si nuestros políticos estuvieran mínimamente atentos a la calle, comprenderían  que el resultado de las elecciones no es otra cosa que la certificación del divorcio del pueblo español con una clase política a la que, simplemente, no soporta. Y no por falta de comunicación o por los errores de alguno de sus miembros, sino porque, de repente, en conjunto se aparece ante sus ojos como soberbia, envilecida, egoísta e insensible a sus necesidades.
La mejor prueba es el voto a partidos como Podemos y similares. Su gran y, a veces, única virtud ha sido presentarse como algo distinto frente a “la casta”. Ni siquiera han tenido que enseñar sus propuestas, absolutamente inéditas hasta el punto de que muchos de sus votantes las desconocían por completo. Su éxito no es más que el triunfo del seductor que aparece en el momento en que la ex, despechada, se consuela tomando copas sola en la barra del bar. Tiene todas las  posibilidades para triunfar esa noche pero, al día siguiente, las cosas se ven de otra manera. Sobre todo cuando aparezca su verdadero carácter.
Qué va a  pasar a partir de ahora? No soy adivino pero tengo muy claro que nada va a volver a ser lo mismo. Dice Arriola, el ideólogo del PP, que cuando los españoles voten con la cartera en lugar de con el corazón, las aguas volverán a su cauce. Sinceramente me resisto a creerlo. Es una teoría producto de quienes ignoran que, en estos tiempos, el corazón es clave para una relación duradera, sobre todo porque no está nada claro que los políticos tradicionales puedan satisfacer nuestras necesidades materiales. Efectivamente, la mejora de la situación económica y el sistema D´Hont, camuflarán el divorcio temporalmente. Pero para recuperar su hegemonía, los grandes partidos tienen que volver a seducir a su electorado. Y si tu pareja no te soporta, no basta para reconquistarla un cambio de peinado o un regalo barato. Es necesaria una auténtica renovación, que “la casta” no está dispuesta a hacer en ningún caso, pues implica renunciar a su medio de vida y dejar paso a otros.
Seguramente en las próximas elecciones se puedan formar mayorías, incluso con el acuerdo de los dos “grandes” partidos. Porque no olvidemos otra novedad: el PSOE ha perdido su capacidad para pactar con las nuevas opciones minoritarias, al ser parte de “la casta”. Pero solo es cuestión de tiempo, cada vez menos, que un lectorado huérfano se eche en manos de quien tenga una presencia agradable y ciertas garantías de solvencia. No será un Pablo Iglesias, porque España no tiene nada que ver con Venezuela, pero estemos atentos a los Condes o Berlusconis que aparezcan por el horizonte.

 

sábado, 17 de mayo de 2014

Los políticos: esos pésimos vendedores.



En estos días asistimos al mercadillo, celebrado cada cuatro años, en el que los políticos tratan de vendernos su producto para los siguientes cuatro. Y la verdad es que no lo tienen fácil, porque sus ofertas están ya muy vistas y no consiguen entusiasmar al gentío que visita los puestos. Además, en ocasiones anteriores, timaron en el precio metiéndose en el bolsillo parte de la mercancía, y los clientes se han dado cuenta. Así, salvo los fans de la marca y los que se llevan comisión por la venta, el público anda reacio.
En el comercio, cualquier vendedor mediocre tiene claras unas normas que constituyen el ABC de la venta. Dos muy básicas son que “el cliente siempre tiene la razón” y que “descalificar a la competencia es un mal argumento de venta”. Pero el político es un personaje con ideas propias que sabe, porque es muy listo, lo que necesita el público. Y así, han decidido implicarse activamente en la campaña con sus propias teorías sobre ventas. Y cuáles son éstas? Pues muy sencillo: “El producto de la competencia es muy malo” y “el cliente se equivoca si no me compra a mí”. En defensa de estos curiosos argumentos se basan en que siempre les han funcionado.
Lo que parecen perder de vista es que siempre han funcionado por otro principio del mercado: "El cliente medianamente satisfecho es reacio a cambiar de producto." Pero las circunstancias han cambiado y el cliente actual está muy enfadado con los proveedores habituales, como revelan los estudios de mercado.
Las soluciones tradicionales cuando bajan las ventas son renovar el producto, cambiar a los vendedores y mejorar el servicio de postventa. Pero estos vendedores no están por la labor de renunciar a sus puestos, ni de renovar el producto o los servicios, entre otras cosas porque eso implica esfuerzo y bajar sus márgenes de venta. Ni siquiera se han planteado la posibilidad de despedir a los colegas que han sido pillados engañando en el cambio.
Tal vez consideran que la pérdida de clientes que puedan tener será temporal y que, al final, los insatisfechos volverán. Desconocen otros principio básico de la venta: “es mucho más fácil hacer un cliente nuevo que recuperar al que se pierde”.
Ellos parecen estar muy seguros de que el mercado político es totalmente diferente a los demás. Pero… y si no lo fuera?

 

viernes, 14 de marzo de 2014

Morir por Crimea?



 
En los prolegómenos a la II Guerra Mundial, las democracias contemplaban impasibles el avance belicista del Tercer Reich, sin poner los medios para impedirlo. Como escribió aquél periodista francés, reflejando el sentir de una sociedad poco dispuesta a sacrificios: “Morir por Dantizg?” Y así, la dictadura de los camisas pardas se impuso en la crisis de los Sudetes, resuelta en falso por  Chamberlain en la conferencia de Munich. Aquella ignominia valió a los negociadores con los nazis la frase de Churchill “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor y tendréis la guerra”. No se equivocó.
Los tiempos han cambiado y el siglo en que vivimos no es un tiempo para guerras. Aunque seguramente tampoco es tiempo de honor, concepto trasnochado, sustituido por otros más contemporáneos y asimilables como la tolerancia, la solidaridad y similares que, al final, se reflejan en celebrar cada día una causa y en llenar de lazos de colores nuestras solapas y muros de facebook. Son causas que, cuando se enfrentan a la realidad, en la mayoría de los casos sucumben ante el hedonismo y la pereza.
Rusia es una potencia de otro tiempo. No llevan lazos de colorines, pero sus ciudadanos son capaces de combatir y arriesgar la vida por lo que consideran importante, aunque sea una bandera o causa equivocada o injusta. Von Clausewitz decía que las guerras se terminan cuando una de las partes comprueba que, poner fin a ella, es menos costoso que continuarla. Por eso, no nos enfrentamos en igualdad de condiciones.
Occidente no emprenderá nunca una nueva Guerra de Crimea. Ni siquiera impondrá sanciones económicas a Rusia pues, en la balanza de costes, la soberanía de Ucrania o los principios del Derecho internacional nos importan bastante menos que el riesgo, no ya de una guerra, sino de que una crisis energética pueda poner en riesgo nuestro bienestar. El anacrónico Putin lo tiene muy claro y por eso llevará hasta el final su envite.
“Morir por Crimea?” La respuesta occidental  es muy clara: “por supuesto que no”. Y es posible que, efectivamente, Crimea no merezca morir por ella, ni poner en peligro nuestro nivel de vida. No son tiempos para lanzar a la brigada ligera contra los cañones rusos. Pero tal vez, en el fondo, debemos hacérnoslo mirar. Porque una sociedad que no está dispuesta a arriesgar, no ya su vida, sino siquiera medio punto del PIB por ninguna causa, a lo peor resulta que ya está muerta, como esos árboles secos que tienen vacío el interior.
Al menos, los jinetes británicos, que acompañaron a Lord Cardigan en aquella estúpida cabalgada hacia la muerte, conquistaron la inmortalidad.

“Honor the charge they made,
 Honor the Light Brigade,
 Noble six hundred!”

lunes, 3 de marzo de 2014

Las pelotas de goma, las “concertinas” y la capa de San Martín.


 

Los sucesos de la verja de Melilla han reabierto el debate sobre la inmigración. La cifra de inmigrantes fallecidos no puede dejar indiferente a nadie y así, al hilo de la desgracia de esta pobre gente, que busca desesperadamente huir de la miseria, cuando no de la persecución, se han alzado las voces, solidarias? de políticos y periodistas varios. Y, en su crítica, no han dudado en disparar contra todo lo que se mueve, empezando por una Guardia Civil que, defendiendo nuestras fronteras, solo cumple órdenes, y que ha dado muestras reiteradas de solidaridad con los ocupantes de las pateras.

Pero la nota común a las opiniones que se vierten en los diversos foros es la hipocresía, cuando no la cobardía, de quienes se arrogan el título de solidarios, sin pensar en realizar por un momento una reflexión coherente y honrada sobre el problema. Porque lo que está en cuestión no son las famosas concertinas o las pelotas de goma. Eso son anécdotas, utilizadas en muchos casos de forma miserable, hasta el punto de ser criticadas, en el colmo de la desvergüenza, por la oposición socialista, que fue quien las instauró cuando estaba en el gobierno. O por esa nórdica comisaria europea, juzgando los toros desde una barrera situada a miles de kilómetros de distancia. Por no hablar de periodistas como la presentadora estrella que, al sentirse pillada en un renuncio, se atrevió a mentir de la forma más impúdica, afirmando que acoge personalmente a inmigrantes en su casa.
 

La verdadera cuestión es que, para millones de subsaharianos, Europa es un paraíso, por comparación con el infierno en el que habitan, y están dispuestos a arriesgar sus vidas, y las de quien trate de impedir su propósito, con tal de llegar a él. Y que los europeos no podemos limitarnos a debatir sobre concertinas o muros sino sobre una cosa mucho más importante: dejamos entrar a todos los inmigrantes que quieran venir o mantenemos los límites actuales? Porque límites y barreras van indefectiblemente unidos.
 

De la respuesta que demos depende nuestro modo de vida, pues el problema no estriba en tener a los inmigrantes a este lado de la verja, sino en partir nuestra capa con ellos, igual que hizo San Martín con el pobre. Y partir la capa no es hacinarlos en guettos, como ciudadanos de tercera, privados de las mínimas condiciones de vida dignas según los estándares europeos. Se trata de integrarlos, proporcionándoles trabajo, sanidad y educación. Y así, deberemos preguntarnos si estamos dispuestos a ceder nuestro puesto en la lista de espera para una operación quirúrgica a un camerunés. O si queremos que las clases de nuestros hijos pasen de tener 25 o 30 alumnos a 40, 10 de ellos con necesidades especiales. O si estamos por la labor de repartir nuestro subsidio de desempleo con un senegalés. O si permitiremos que un guineano sea llamado a un puesto de trabajo antes que nosotros. Sin olvidar que, al jubilarnos, deberemos compartir nuestras pensiones con todos ellos.
 

Si estamos dispuestos a eso, propongámoslo abiertamente y aceptémoslos con verdadera solidaridad. En caso contrario, lo mejor que podemos hacer es agachar la cabeza y guardar silencio. Porque cuando escucho las voces compasivas de políticos, famosos  y periodistas, que viven en barrios  donde los únicos inmigrantes que entran lo hacen por la puerta de servicio para desempeñar tareas domésticas, no puedo evitar una mueca de asco ante tanta hipocresía. Si elegimos envolvernos en nuestra capa, tengamos la decencia al menos de no burlarnos de los pobres criticando las pelotas de goma, que no son otra cosa que el cordón para afianzarla sobre nuestros hombros.
 

 

viernes, 31 de enero de 2014

El misterio de la economía sumergida.



 
La  estimación, por el Sindicato de Técnicos de Hacienda (Gestha), de las cifras de economía sumergida en España, ha hecho saltar las alarmas y la sorpresa. Alarma por el volumen de negocio no  declarado que, al margen de la exactitud de una cifra que mide precisamente lo que se le ha escapado a dichos técnicos, asciende nada menos que al 25% del PIB. Sorpresa  al comparar las cifras de economía sumergida de la comunidad más rica, Madrid, con un 17% y de la más pobre, Extremadura, que casi la duplica con un 31%.
Las explicaciones barajadas por dicho sindicato son la corrupción, el desempleo por la caída de la construcción, los altos impuestos y la falta de transparencia pública. En cuanto a las diferencias entre comunidades, hablan de la concentración en Madrid de las grandes fortunas y empresas del IBEX, que disfrutan de exenciones fiscales y tributan en la capital, mientras producen y defraudan en las restantes regiones.
Vayamos por partes. Es evidente que los altos impuestos son la causa principal de la economía sumergida. Como bien se dice, “no habría paraísos fiscales si no existieran los infiernos fiscales”. Y España, por obra y desgracia de Montoro, es el primer infierno fiscal de Europa. En cuanto a las restantes causas que se aducen habría mucho que discutir pues, a fuerza de ser políticamente correctas, rayan en el disparate.
Decir que es desempleo produce economía sumergida es una tontería solemne. Cómo la inactividad va a producir economía sumergida? Quien no hace nada, no produce economía de ningún tipo. “Pero es que muchos desempleados trabajan en negro”, alegarán algunos. Cierto, pero entonces no es el desempleo la causa, sino las subvenciones a los falsos desempleados, que trabajan en B para no perderlas.
En cuanto a las exenciones de las grandes empresas, resulta increible que un técnico de Hacienda confunda tributación a tipos reducidos o beneficios fiscales con economía sumergida, que es aquella que no tributa a ningún tipo porque no se declara. Pero mucho más lo es no caer en la cuenta de que las grandes empresas no son los grandes defraudadores, entre otras cosas debido a que, precisamente por sus beneficios fiscales, no necesitan defraudar. Alguien conoce a un solo cliente de Telefónica, Endesa o Iberdrola que pague en negro la luz o el teléfono? Acaso en la cola de Zara, DIA o El Corte Inglés ofrecen al comprador no cobrar el IVA si se compra sin ticket? Existe algún empleado de Mercadona o Ferrovial en España que cobre en negro? Ni siquiera hace falta salir del estudio de Gestha para darse cuenta de la falacia, pues en Extremadura no operan las grandes empresas del IBEX, sino funcionarios, pymes y desempleados.
Por eso, mejor dejarnos de tonterías e ir a la verdadera clave del fraude, que no es otra que defrauda a Hacienda quien no tiene nada que perder al defraudar. Y el autónomo o PYME, frito a impuestos y cotizaciones aunque pierda dinero (es atroz que se retenga el 21% de sus ingresos a quien empieza una actividad aunque tenga pérdidas) no tienen nada que perder defraudando. Porque, si pagaran la totalidad de tributos y cotizaciones que les exigen quienes no tienen ni idea de lo que es emprender, aunque se les llene la boca con esa palabra, cerrarían antes de empezar a ganar un euro. Tampoco el desempleado del andamio, que cobra indefinidamente una prestación por desempleo, va a renunciar a hacer chapuzas en B si darse de alta supone dejar de percibirla y pagar cuotas de autónomo, a las que no puede hacer frente.
Así, resulta una paradoja que el mismo poder que penaliza el trabajo legal y subvenciona la economía sumergida, se sorprenda de que ésta exista. “Falta conciencia ciudadana”, dicen sesudos catedráticos y  políticos con labia. Son los mismos que, con cargo a nuestros impuestos, no renuncian a sueldazos ni coches oficiales, a enchufar a familiares y amigos, y a corromper los contratos públicos, una fuente innegable de economía sumergida.
A muchos no les gustará esta explicación, pues es más fácil echarle la culpa del fraude a los ricos que al gobierno y los modestos. Pero es la única explicación posible a que Extremadura tenga el doble de economía sumergida que Madrid.
Ante esto hay dos alternativas. La primera es disminuir la presión sobre PYMES y autónomos, y restringir las prestaciones a quienes no producen, pero eliminando las cargas que impiden su incorporación a la economía legal. Al mismo tiempo, dar ejemplo de moralidad, evitando el despilfarro y persiguiendo de verdad la corrupción. De esta forma se conseguirá que aflore el dinero de quienes defraudan porque no tienen otra alternativa. La segunda es seguir estrujando e intimidando a quienes están al borde de la asfixia, para sostener un estado elefantiásico, mientras se reparten migajas, en forma de subsidios y subvenciones, para comprar votos y perpetuarse en el poder.
Mucho me temo que la ceguera de nuestros políticos les hará seguir la segunda opción. Pero se equivocan al pensar que así acabarán con el fraude. Pues, como sabe cualquier estratega mediocre, cuando al “enemigo” no se le da ninguna opción, solo cabe esperar una defensa a muerte. Y, la defensa de quien no puede mantener a su familia si paga unos impuestos abusivos e injustos, no es otra que sumergirse y dejar de pagarlos.

domingo, 19 de enero de 2014

Los "nuevos pobres" españoles.




Yo de sociología no entiendo ni palote, pero cada vez llego más a la conclusión de que los españoles seguimos siendo, como diría Reverte, una raza de majas y chisperos, que funciona con las tripas y deja la cabeza para los demás. Es cierto que, a base de tripas y pelotas, se han conseguido cosas que, de otra forma, seguirían esperando. Porque si Hernán Cortés o Pizarro hubieran pensado un poco en dónde se iban a meter, hubieran vuelto al pueblo a jugar al tute subastado, en lugar de juntarse con dos amigos, un caballo y un mastín para ir a imponerles su santa voluntad a 30 o 40 millones de indígenas. Pero tampoco está de más pensar un poco las cosas, y no liarse a navajazos con los franceses sin contar, aunque sea a ojo, cuántos somos unos y otros.
Pero eso del término medio y la virtud nunca se nos ha dado bien, y seguimos igual. Así, los años de vacas gordas nos dieron mentalidad de nuevos ricos. Si los de Villarriba gastaban 20 millones de euros para que Calatrava les hiciera un puente de metacrilato que cruzara el arroyo, los de Villabajo se pulían 30 en que Moneo les construyera un museo en honor a la gallina pinta. Por no hablar del paisanaje patrio en Nueva York, arrasando las tiendas de ropa pija al grito de “give me two”. O comprando Porsches Cayennes  como si fueran chocolatinas, que teníamos a los teutones de Stuttgart sin resuello, apretando tuercas para cubrir la demanda. Y no nos hemos bajado de la burra hasta que el banco se ha llevado el televisor de plasma, comprado a cuenta de la hipoteca.
En cambio, ahora que empezamos a remontar el bache, resulta que somos unos menesterosos y no se puede cambiar el adoquinado de un bulevar ni pintar una fachada sin que se produzca un motín, porque “hay muchas necesidades”. Cualquiera que oiga a los tertulianos televisivos, que no ven más allá del plató, diría que legiones famélicas vagan por las calles españolas como en “Walking Dead”, en busca de un filete que llevarse al diente.
Pues ni tanto ni tan calvo. No se trata de ser insensibles a necesidades reales de la población, que las hay. Pero ponerse ahora en el papel de los negritos del África Tropical resulta indecente. Usando la cabeza y Google, podemos hacer el simple ejercicio de comparar la renta “per capita” de nuestra nación con la del resto del mundo, para ver que tenemos la misma que los israelíes, que no van por ahí presumiendo de pobres. O si no, preguntar un poco, para llevarte sorpresas como la de aquella limpiadora que hacía horas con el fin de pagarle al niño la depilación laser, porque “si se depilaba con maquinilla le salía el pelo más fuerte” (el pobre). Por no hablar de los 52 millones de móviles, de los cuales casi dos tercios smartphones, como el Iphone o el Samsung Galaxy, para una población de 48 millones de habitantes.
Yo soy poco partidario de las comparaciones, pues creo que la felicidad se consigue estando más pendiente de lo tuyo y menos de lo que gastan o dejan de gastar los demás. Así, es mejor que empecemos a usar bien la cabeza y dejemos de pensar con mentalidad de pobres sin serlo, porque la miseria espiritual genera miseria material, y el camino hacia la prosperidad empieza por pensar en grande.