martes, 22 de octubre de 2013

El agua de la comunidad.


 


Hace unos meses, un administrador de fincas me contaba que el Canal de Isabel ll había girado una inspección a una comunidad que administraba, convencido de que los vecinos robaban el agua. El organismo encargado de la gestión fundaba sus sospechas en la desmesurada disminución del consumo de un trimestre a otro. El entuerto quedó aclarado cuando el administrador explicó que, simplemente, habían cambiado el contador general por contadores individuales para cada vecino, que desde ese momento empezaron a ahorrar agua en sus casas. La explicación convenció plenamente a los gestores, que no hicieron más preguntas.
La anécdota me ha venido a la memoria por un par de noticias que he leído en prensa últimamente. La primera es una encuesta según la cual más del 60% de los españoles son partidarios de aumentar el gasto en educación y sanidad, eso sí, sin copago. Y la segunda, hace pocos días, donde señalaban que casi el 45% del sueldo de los trabajadores va al Estado, ya sea vía impuestos, ya sea vía cotizaciones. Curiosamente, nadie parece plantearse si un mayor gasto en educación es necesario, habida cuenta que gastamos por encima de la media de la OCDE, aunque estamos a la cola en resultados. Tampoco en sanidad, donde tenemos un sistema de primer nivel con un copago muy inferior al de, por ejemplo, los países nórdicos, mucho más ricos.
Pero aquí nos dan igual las cifras, porque el español medio tiene un sentido de la solidaridad muy peculiar, consistente en que todo es poco si la pólvora con la que se dispara es ajena. Los gobernantes conocen bien esto, y lo aprovechan mediante un mecanismo de ilusión fiscal, tan burdo pero eficaz, como son las retenciones, que hacen creer al trabajador que la remuneración de su trabajo es el sueldo neto que llega a sus manos. Y así, pedimos que el grifo se abra más y más, sin darnos cuenta que ese despilfarro lo vamos a pagar, aunque sea con el contador general.
Va siendo hora de que nos planteemos que la solidaridad no consiste solo en pedir que los demás paguen impuestos, sino en consumir de los recursos comunes estrictamente lo que necesitamos. Porque no creo que sea muy solidario exigir, por ejemplo, que se mantenga un carísimo servicio permanente de urgencias nocturno en pequeñas poblaciones donde se produce una urgencia cada mes y medio. “Es que todos tienen derecho”, me replicarán algunos. A lo mejor habría que explicárselo a los habitantes de zonas del planeta donde un hospital miserable atiende a miles de habitantes, dispersos en cientos de kilómetros.
Tal vez el siglo XXI deba servir para que, de una vez, pongamos coto al despilfarro al que hemos asistido, casi siempre bajo la bandera del Estado del Bienestar. Y pensemos en cerrar un poco el grifo del agua. Aunque solo sea por poner en práctica esa expresión tan de moda como es "conseguir un mundo sostenible".