jueves, 10 de septiembre de 2015

La ruina de los jeques.




El precio del petróleo se ha desplomado en el último año, pasando a cotizar desde los 100 dólares el barril, a menos de la mitad. Se han dado explicaciones de todo tipo, que van desde la contracción de la demanda china a las exportaciones de petróleo de contrabando de los países árabes en guerra. El carácter coyuntural de estas explicaciones siembra la incertidumbre en el público general sobre el futuro de dichos precios. Si esas circunstancias revierten, el petróleo podría volver a subir, dando lugar de nuevo a un escenario con precios que lastren el despegue económico.

Pues bien, seguramente eso no va a pasar por una razón, el petróleo ya no es lo que era. Cuando estudiaba economía política, allá por el siglo XX, el petróleo se ponía como ejemplo clásico de bien con una demanda inelástica: daba igual lo que subiera el precio, pues la demanda no podía bajar, ya que no había forma de sustituirlo. Todo se movía con petróleo y dejar de consumirlo significaba parar el mundo. No era casual que se le denominara como el “oro negro”. Además, la eficiencia energética y el medio ambiente no eran conceptos que estuvieran al uso.
En el siglo XXI todo eso ha cambiado. Por un lado las energías renovables, que eran poco más que una excentricidad hace 15 años, hoy son una fuente de energía segura y con un enorme potencial de desarrollo (la batería Tesla, presentada hace pocos meses, hace que a los consejos de la administración de las grandes compañías energéticas se les aflojen las piernas). Por otro lado, la eficiencia energética es un elemento clave de cualquier producto industrial que se lanza al mercado. Como botón de muestra señalar, que si el VW GolF GTI de 1999 consumía 8 litros para dar una potencia de 150 CV, el nuevo Golf GTE híbrido solo necesita la quinta parte (1,5 litros) para conseguir 204 CV. Y esto es sólo el principio. Sin olvidar que los avances tecnológicos han permitido hacer rentable la extracción de petróleo mediante técnicas como el fracking a un coste que la hace rentable, pulverizando la teoría del “pico del petróleo”. Sí, esa según la cual el oro negro se iba a acabar, cosa que venimos oyendo de toda la vida.
Ante esto cabe preguntarse si el futuro del petróleo es tan oscuro como su color. Seguramente a corto plazo y medio plazo el petróleo seguirá teniendo un papel protagonista. Pero ese papel sólo lo podrá desempeñar utilizando la única baza que le queda: un precio bajo. Porque cualquier subida no tendrá otro efecto que multiplicar la rentabilidad de las inversiones en fuentes de energía alternativas y las mejoras en eficiencia energética, potenciándolas cada vez más. Es decir, que la subida del precio solo conseguirá el efecto de hacerlo cada vez más prescindible y, por tanto, menos valioso y con una demanda más elástica.
La unión de los factores mencionados, el interés de los consumidores en pagar poco por la energía, el de los fabricantes en producir bienes cada vez más eficientes, la revolución tecnológica en energías alternativas y la impopularidad de los combustibles fósiles, unida a su abundancia por la disminución de los costes de extracción, constituye una alianza demasiado poderosa, que condenará inexorablemente al petróleo a convertirse en el patito feo de las fuentes de energía. Y la única forma que tendrá de hacerse perdonar su fealdad será su bajo precio. Alegrémonos, pues, los que hacemos miles de km. al año, porque el petróleo barato, al margen de alguna circunstancia coyuntural o especulativa, ha venido para quedarse.