El precio del petróleo se ha
desplomado en el último año, pasando a cotizar desde los 100 dólares el barril,
a menos de la mitad. Se han dado explicaciones de todo tipo, que van desde la
contracción de la demanda china a las exportaciones de petróleo de contrabando
de los países árabes en guerra. El carácter coyuntural de estas explicaciones
siembra la incertidumbre en el público general sobre el futuro de dichos
precios. Si esas circunstancias revierten, el petróleo podría volver
a subir, dando lugar de nuevo a un escenario con precios que lastren el
despegue económico.
Pues bien, seguramente eso no va a pasar por una razón, el petróleo ya no es lo que era. Cuando
estudiaba economía política, allá por el siglo XX, el petróleo se ponía como
ejemplo clásico de bien con una demanda inelástica: daba igual lo que subiera
el precio, pues la demanda no podía bajar, ya que no había forma de sustituirlo.
Todo se movía con petróleo y dejar de consumirlo significaba parar el mundo. No
era casual que se le denominara como el “oro negro”. Además, la eficiencia
energética y el medio ambiente no eran conceptos que estuvieran al uso.
En el siglo XXI todo eso ha
cambiado. Por un lado las energías renovables, que eran poco más que una
excentricidad hace 15 años, hoy son una fuente de energía segura y con un
enorme potencial de desarrollo (la batería Tesla, presentada hace pocos meses, hace
que a los consejos de la administración de las grandes compañías energéticas se
les aflojen las piernas). Por otro lado, la eficiencia energética es un
elemento clave de cualquier producto industrial que se lanza al mercado. Como
botón de muestra señalar, que si el VW GolF GTI de 1999 consumía 8 litros para
dar una potencia de 150 CV, el nuevo Golf GTE híbrido solo necesita la quinta
parte (1,5 litros) para conseguir 204 CV. Y esto es sólo el principio. Sin
olvidar que los avances tecnológicos han permitido hacer rentable la extracción
de petróleo mediante técnicas como el fracking a un coste que la hace rentable,
pulverizando la teoría del “pico del petróleo”. Sí, esa según la cual el oro
negro se iba a acabar, cosa que venimos oyendo de toda la vida.
Ante esto cabe preguntarse si el
futuro del petróleo es tan oscuro como su color. Seguramente a corto plazo y
medio plazo el petróleo seguirá teniendo un papel protagonista. Pero ese papel
sólo lo podrá desempeñar utilizando la única baza que le queda: un precio bajo.
Porque cualquier subida no tendrá otro efecto que multiplicar la rentabilidad
de las inversiones en fuentes de energía alternativas y las mejoras en
eficiencia energética, potenciándolas cada vez más. Es decir, que la subida del
precio solo conseguirá el efecto de hacerlo cada vez más prescindible y, por
tanto, menos valioso y con una demanda más elástica.
La unión de los factores
mencionados, el interés de los consumidores en pagar poco por la energía, el de
los fabricantes en producir bienes cada vez más eficientes, la revolución
tecnológica en energías alternativas y la impopularidad de los combustibles
fósiles, unida a su abundancia por la disminución de los costes de extracción, constituye
una alianza demasiado poderosa, que condenará inexorablemente al petróleo a convertirse
en el patito feo de las fuentes de energía. Y la única forma que tendrá de hacerse
perdonar su fealdad será su bajo precio. Alegrémonos, pues, los que hacemos
miles de km. al año, porque el petróleo barato, al margen de alguna
circunstancia coyuntural o especulativa, ha venido para quedarse.