Un sector de la prensa, políticos y opinión pública hacen cábalas sobre el tiempo que le resta a Rajoy en el poder, llegando algunos a apostar porque no se comerá las uvas en Moncloa. El coco de la intervención, la contestación social y la presión mediática harán que el gobierno caiga como un montón de bolos ante el deleite de los que quieren ver a Rajoy convertido en la reencarnación de ZP, saliendo fracasado por la puerta de atrás. Pues si se trata de anticipar el final de este gobierno yo me atrevo dar la fecha: octubre de 2015, justo cuando termine su mandato. Y eso por dos razones.
La primera es que Mariano no se va a querer ir. No se trata solo de que sea pontevedrés (el gobierno del último gallego que cogió el mandiño finalizó cuando Dios lo dispuso) sino de que el personaje no ha dado muchas muestras de debilidad de carácter. Pensar que quien ha aguantado ocho años en la oposición, reputado como un perdedor, ridiculizado por los de fuera y discutido por los de dentro va a tirar la toalla tras haber triunfado rotundamente en las urnas, y justo al comienzo de la partida, simplemente es de una ceguera manifiesta.
La segunda es que nadie le va a echar. “Eso lo dirás tú”, replicarán algunos agitando los fantasmas de la Unión Europea y la calle. No, lo dice la estructura política española que otorga al presidente con una mayoría suficiente (la absoluta es un pelín más que eso) la iniciativa política por encima de ningún otro poder, y por supuesto más que el “cuarto”. No olvido a los griegos y a Berlusconi. Respecto a los primeros, las debilidades de su sistema democrático, donde se alternan en el gobierno una serie de familias políticas al más puro estilo argentino, lo invalidan como referente. En el caso italiano lo sorprendente es que un payaso como el Cavaliere aguantara tantos años en la poltrona y solo fuera forzado a dimitir cuando pesaba sobre él una condena penal por violación. Eso demuestra lo difícil que resulta en Europa expulsar del poder a un gobernante arropado por la legitimidad de las urnas. Es un principio que ningún país ni institución europea tiene la intención de romper. Además, si finalmente se produce la intervención, para qué iba Europa a imponer un gobierno nuevo compuesto de tecnócratas cuando eso es precisamente lo que tenemos.
En cuanto a la calle, a los mineros se los llevó el viento entre la indiferencia general y hace falta algo más que Toxo y Mendez tratando de agitar a funcionarios cabreados para moverle la silla al ejecutivo. Si bien al Grupo Prisa y a otros, también con números rojos imposibles, les gustaría un gobierno de concentración con personajes como Felipe González, Gallardón, bueno este ya no les vale por lo del aborto, o Anguita, los españoles de a pie no estamos especialmente interesados. Solo faltaría un militar de la reserva y un picador con sombrero castoreño para completar el esperpento, o sea que mejor vamos a dejar las bromas.
En fin señores, tomen asiento y pónganse cómodos. El partido no ha hecho más que empezar y el resultado está muy abierto. Más aun cuando, a pesar de la prima de riesgo que empieza a afectar a las mentes de algunos, se empiezan a ver brotes verdes, ahora sí, que hacen posible incluso que el “presidente por accidente” emule al conejito de las pilas Duracell. Pero esa es otra historia.