lunes, 31 de diciembre de 2012

Solo le pido a Dios…


Como en la canción de Mercedes Sosa, me gustaría pedirle a Dios algunas cosas para el 2013, que se nos presenta incierto y, al mismo tiempo, lleno de esperanza. Pero dado que la lista es larga me limitaré a pedir una: que triunfe la decencia.
Así, para el Nuevo Año no voy a pedir políticos de altura; solo políticos que hagan lo mismo que pregonan, o que pregonen lo mismo que hacen.
No pido banqueros generosos; me conformo con que no engañen a ahorradores e inversores, ni se aprovechen de quienes pasan apuros financieros.
No pido periodistas brillantes; valen aquellos cuya pluma no escriba al dictado de los interesados en que no se sepa la verdad.
No pido jueces infalibles, siendo suficiente que traten con el mismo rasero a humildes y poderosos.
No pido empresarios virtuosos; limitándome a pedir que sus beneficios sean fruto del juego limpio y la satisfacción de sus clientes, no de sus influencias con el poder.
No pido funcionarios excelentes; basta con servidores públicos que hagan el trabajo por el pagamos nuestros impuestos.
No pido ciudadanos ejemplares; sino personas que no hagan que los demás les saquen del fuego las castañas que ellos mismos pueden sacar, y no admitan la indecencia de quienes detentan el poder político o económico.
No pido sindicalistas… bueno, no pido sindicalistas Dios mío.
Lo único que pido es que en los nuevos tiempos que se avecinan no tengamos que sufrir a los mismos sinvergüenzas que hemos visto vivir a cuerpo de rey, tanto en las vacas gordas como en las flacas, a costa de la miseria y el dolor ajeno. Porque si conseguimos entre todos que se imponga la decencia seguro que trabajo, justicia y prosperidad vendrán solos.
Así sea.

sábado, 29 de diciembre de 2012

Si se mueve múltalo!


Hace unos meses, el Ayuntamiento de Madrid me sancionó por no identificar al conductor de mi vehículo, cosa harto complicada dado que en ningún momento me notificaron la obligación  de identificar a nadie. De nada sirvieron mis protestas, ni mi infructuosa solicitud de puesta de manifiesto del expediente, como marca la Ley. Inexorablemente fui recibiendo sucesivas cartas-tipo en la que desestimaban todas mis alegaciones y recursos sin mencionarlos siquiera, en un alarde de incompetencia y/o mala fe administrativa a resultas de la cual todavía desconozco el hecho que motivó la multa.
Esta es la moneda común de unas administraciones que utilizan torticeramente sus potestades sancionadoras para hacer caja, pero a las que en el fondo les importa un pimiento el cumplimiento de sus propias  leyes, que ni siquiera se molestan en dar a conocer, lo que tampoco es extraño habida cuenta que solo el Gobierno y el Parlamento aprueban 50.000 páginas anuales, diez veces más que USA en siete u ocho años. Nada menos que  1.676 decretos estatales llevamos aprobados en 2012, el último de los cuales comienza, literalmente, diciendo cosas tan útiles y novedosas como “el café son las semillas sanas y limpias procedentes de las diversas especies del género botánico «Coffea»". Unido a la normativa autonómica, provincial y municipal, el resultado son kilómetros de páginas llenas de mandatos de todo tipo que hacen buena la frase de Tolstoi “es más fácil hacer leyes que gobernar”.
Y si al menos nos quedara el consuelo de ver a las administraciones cumpliendo las normas que nos imponen a los demás. Pero recuerdo la indignación de un amigo a quien paralizaron la apertura de una guardería por carecer de unas pegatinas señalando la salida, mientras a unos pocos cientos de metros abría sus puertas un colegio público sin terminar, donde los niños entraban y salían entre excavadoras y grúas, en una sonrojante demostración administrativa de la ley del embudo. Por no hablar de las golfadas que nos muestran los diarios, protagonizadas por los mismos que dictan las reglas del juego, campando a sus anchas mientras a los ciudadanos cumplidores un despiste les supone el descuadre del presupuesto mensual, haciendo que en un país plagado de normas vivamos en la anormalidad más absoluta.

La necesaria regeneración democrática debería empezar por mandar a la basura toneladas de papel de diarios oficiales, y sustituir tantas reglas absurdas por unas pocas sensatas, creíbles y que se hicieran cumplir por todos.  Podríamos aprender de los americanos que, antes de Obama, tenían un comité para decidir si era realmente imprescindible aprobar cualquier regulación y que tuviera el mínimo impacto en la libertad de las personas. Aunque no estoy seguro de que la propuesta tuviera éxito aquí, pues los españoles llevamos dentro un Torquemada pronto a indignarse ante el primer suceso que ocupe un titular de prensa, exigiendo normas y castigos, casi siempre para los demás,  sin asumir que la realidad no puede cambiarse con palabras sino con decencia y hechos.

Así seguimos en el “vivan las caenas”, que gritaban los partidarios de Fernando VII, sustituido el monarca absolutista por un Estado omnipresente dotado del poder de regular cosas que el propio rey felón no se hubiera atrevido a soñar. Decia Montesquieu que “las leyes inútiles debilitan a las necesarias”. No seré yo quien lleve la contraria al maestro, pero me permitiría añadir una cosa: sobre todo debilitan nuestra libertad.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Feliz Navidad, sin gatos!



El año 2012 ha sido duro y muchos no tienen demasiados motivos para celebrar estas Navidades. Así por Internet campa un gato chistoso diciendo que, entre la paga extra, el paro y los desahucios, es una hipocresía decir Feliz Navidad. Yo no creo que sea buena idea hacer caso de los consejos de un gato, porque si hay que confiar en un animal siempre es preferible un perro. Los de Campofrío, por el contrario, intentan levantarnos el ánimo apelando a los logros obtenidos por los españoles y a la posibilidad de repetirlos. Estoy seguro que lo haremos, aunque muchos dirán que la esperanza está muy bien pero que ahora pintan bastos.

Algunos, de forma interesada, pregonan que se nos ha caído el Estado del Bienestar, pero en nuestra mano está conservar una cosa más importante como el Estado del Bienser. Estaremos mejor o peor pero seguimos siendo los mismos. Y además no pintan bastos para todos, por lo que no es de recibo esta tristeza general que se empeñan en mostrarnos los medios.
De todas formas quizá lo que nos enseña la televisión no sea toda la realidad. Yo he visto en la calle a mucha celebrando las comidas de Navidad, aunque se comentaba que el menú había sido más modesta, frente a los tiempos en que se presumía de quien había comido el bogavante más gordo. También estaban los centros comerciales a reventar, si bien los visitantes portaban la mitad de bolsas que en campañas pasadas. Pero la gente parecía igual de feliz, borracha o enfadada que otros años.
 
Comparando nuestras carencias con las de épocas no tan lejanas resulta que las vacas gordas de nuestros mayores eran esmirriadas y pobres comparadas con nuestras vacas flacas. Y no obstante sonreían y eran felices, especialmente en estas fechas. No seamos pobres de espíritu permitiendo que el precio de la botella de vino o el calibre de los langostinos nos amargue las fiestas, mandemos al carajo al gato chistoso y vamos a disfrutar de lo mucho o poco que tengamos, como se ha hecho siempre.
 
Porque a pesar de que no elijamos las cartas que nos han tocado, siempre podemos escoger como jugarlas. Y el ambiente de la partida es mejor cuando los participantes cantan. Además, esta baza la juegan también los más pequeños, a los que debemos transmitirles el optimismo que les permita crecer felices. Apartemos nuestras preocupaciones unos días y dejemos que el espíritu de la Navidad entre en nuestros corazones. Sin hipocresía, os deseo a todos Feliz Navidad!

jueves, 20 de diciembre de 2012

El acierto de los mayas.

 
Estos días todos andamos haciendo chistes sobre el fin del mundo pregonado por los mayas. Pues, a unas horas del Apocalipsis, pienso que los mayas tenían razón. El mundo que conocíamos se ha ido al infierno y nada volverá a ser lo mismo. La tecnología y la Nueva Era abierta por Internet se lo han cargado. “Vaya estupidez”, dirán algunos, “ahora nos va a hablar de Internet”. No se trata de Internet sino de sus implicaciones, que la mayoría no quiere ver aunque estén delante de nuestras narices.
La cuestión es que la tecnología y la globalización se han llevado por delante referentes que parecían inmutables. Es curioso ver al gobierno hablando todavía  de la importancia de la construcción como generadora de empleo cuando el sector de la construcción está muerto. Y no solo porque haya pisos sin vender sino porque, cuando se vuelva a edificar, la construcción será diferente. Pero es más preocupante ver que muy pocos captan las consecuencias de una tecnología capaz de hacer en minutos, y a la centésima parte del coste, el trabajo por el que hoy se paga a un administrativo un sueldo mensual (tomen nota los sindicatos).
 
Tampoco voy a hablar de twitter o facebook que, aunque pronto serán sustituidas por otra cosa, son una revolución de la que muchos permanecen al margen considerándolas tonterías. Son los mismos que creen que perder una mañana “de bancos” para hacer unas gestiones que se pueden realizar en minutos desde el sofá de casa es trabajar.
Hablo de una revolución tecnológica traducida en dos palabras: “transparencia” y “valor añadido”. La tecnología ha roto las barreras para la ocultación, permitiendo que todos los ciudadanos de a pie sepan tanto lo que piensa el Departamento de Estado Americano sobre Cameron o Berlusconi (Wikileaks) como la opinión de un funcionario sobre el concejal de urbanismo de su pueblo. Y  el valor añadido ha quedado en evidencia con la transparencia, puesto que nadie está dispuesto a pagar por aquello que se le aparece ante los ojos inútil y desnudo (que le pregunten a las cámaras de comercio o los colegios profesionales, arruinados en cuanto han tenido que salir a “vender” sus servicios)
 
Como en todas las revoluciones, la encrucijada que se nos muestra tiene dos caminos: opresión o libertad. La tecnología puede hacer de los ciudadanos los dueños de su destino si la transparencia les permite conocer qué hacen sus gobernantes y qué valor ofrecen. O por el contrario permitir que los gobiernos, nacionales o supranacionales, controlen el destino de los gobernados, sabiendo qué hacen éstos y ocultando, por el contrario, las miserias del poder.
El combate se está librando ya, y en estos días se ha debatido en Dubai la posibilidad de control de Internet en el seno de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (ITU). En el bando de la regulación se sitúan países como Rusia, China, o los países árabes, mientras en el de la desregulación se encuadran Estados Unidos, Canadá o la vieja Europa, si bien con algunas reticencias en esta última. La ONU, burocratizada y liberticida, se ha posicionado con los partidarios del control y la censura. Por suerte la batalla la han perdido esta vez las potencias totalitarias.
 
Decía un dramaturgo que “las cadenas de la esclavitud solamente atan las manos: es la mente lo que hace al hombre libre o esclavo”. No permitamos en el mundo post-profecía que el poder ate nuestras mentes. Los partidarios de la libertad debemos permanecer vigilantes, velando armas y con las pinturas de guerra en el rostro.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Las mareas sin control (horario)


La piel de toro de esta España que nos cobija anda para pocos puyazos a las alturas de la lidia en que andamos. Pero como a perro flaco todo se vuelven pulgas, últimamente se está viendo sacudida por mareas de los colores más diversos. Comenzó la marea verde de los maestros, cabreados porque los nuevos horarios les impedían impartir una formación de calidad. Le siguieron las batas blancas contra los recortes que impiden una atención de calidad a los enfermos. Y ahora, como éramos pocos, nos invade la marea del poder judicial, que está sin bautizar pero a la que le viene al pelo el nombre de marea negra, por lo oscuro de sus ropajes y lo tóxico de sus sentencias. Estos, además de calidad,  también piden independencia, como Daoíz y Velarde.
Así, el denominador común de estas mareas no es la luna, como en las marítimas, sino la calidad del servicio público que, según los mareantes, se verá irremediablemente afectada por los recortes. Lo sorprendente es que los colectivos implicados suelen darse cuenta de esa escasez de medios coincidiendo con los decretos que recortan sus sueldos, licencias y permisos ("moscosos", "canosos" y demás "osos" de los que está poblado el estatuto funcionarial, que parece un río salmonero de Alaska).

Cierto que hay funcionarios ejemplares, cumplidores y motivados, y que en todas partes cuecen habas. Si no que le pregunten al CEO de una compañía extranjera de visita en una empresa española que, sorprendido por el tamaño de las instalaciones, preguntó a su interlocutor “cuánta gente trabaja aquí?”, recibiendo la respuesta… “pues más o menos la mitad, como en todas partes”. Coincido con la marea en la necesidad de medidas para mejorar los servicios públicos, pero me permito discrepar, desde mi condición de funcionario en excedencia, en la prioridad de los medios a aplicar.
Para empezar se podían poner los medios de control horario, léase tarjeta de fichar o similares. Pues, siendo razonable que un bombero, un policía o un médico del 112 no fichen la entrada y salida del centro de trabajo, no hay justificación para que un cirujano, un maestro o un juez, que prestan sus servicios en un edificio público con un horario determinado, estén exentos de una medida de supervisión común al resto del funcionariado y, por supuesto, a los trabajadores del sector privado. La calidad del servicio público tiene mucho más que ver con el cumplimiento de horarios que con el cobro de la paga extra.

Además, guste o no a los empleados públicos, la empresa que paga sus nóminas está quebrada y la forma de evitar su colapso no es pedir más derechos que recaen sobre las espaldas de los contribuyentes, sino poner más esfuerzo. Cuando vea una propuesta de mejora que comience por reclamar sistemas para impedir que los funcionarios que cumplen a rajatabla su jornada laboral sean estafados por quienes no lo hacen, creeré que luchan por mis derechos en lugar de por los suyos. Y mejor si lo hacen con una huelga a la japonesa!

domingo, 9 de diciembre de 2012

La ley del embudo o las redadas del chaleco fosforito.


La detención del ex-presidente de la CEOE Díaz Ferrán, acusado de alzamiento de bienes y blanqueo de dinero, ha copado los titulares esta semana, como hace pocas lo hacía  Gao Ping, cabecilla de la mafia china responsable de un masivo fraude contra la hacienda española. En ambos casos hemos asistido a operaciones con un despliegue de medios, jueces, inspectores fiscales y policías con chaleco fosforito, proporcional a la importancia de lo desfalcado, además de órdenes de ingreso en prisión y fianzas record.
Hasta aquí todo bien, bueno regular pues al chino le han tenido que soltar dado que el juez instructor no sabe contar los plazos del habeas corpus (qué listos son los chinos). Pero lo cierto es que yo me quedo chasqueado cuando veo que estas redadas no son moneda común, o al menos no lo son para todos. Porque a la cúpula de CIU le han descubierto comisiones y cuentas en Lientchestein y andan tomando dry martinis por la zona alta de Barcelona. Por no hablar del alcalde de Lugo, tan campante tras ser imputado por soborno en la adjudicación de servicios, al igual que el de Sabadell. O los casos más antiguos de Jaume Matas, condenado por corrupción a seis años, que sigue sin encerrar porque la fiscalía no lo ve necesario, o los responsables de los falsos EREs andaluces, que andan gobernando la comunidad sureña. Y qué decir del ilustre diputado Pepiño Blanco, el único español que, en lugar de pagar por repostar, cobra en las gasolineras.
Esto es la demostración palpable de la aplicación de la ley del embudo en cuanto  las golfadas contra los españoles de a pie se perpetran por quienes tienen responsabilidades públicas o no. Sinceramente, a mí un empresario sin escrúpulos o un chino defraudador no me producen alarma social. Al menos no en la misma medida que descubrir que un alto porcentaje de los que toman las decisiones relevantes en este país son unos chorizos, además de unos inútiles. Me preocupa sobremanera pensar que cualquier contrato de las administraciones públicas es una oportunidad de negocio para políticos sin conciencia.
La regeneración del país necesita una buena dosis de detenciones a bombo y platillo realizadas por policías con los chalecos fosforito puestos. Pero para variar podían entregarnos esposado a un pez gordo que nos hiciera pensar que la Constitución, esa que conmemoramos esta semana, rige para todos, especialmente en lo de la igualdad ante la ley. Por ejemplo, nos gustaría ver a Urdangarín con el pijama de rayas. A mí particularmente me repugna más que Ferrán, que al menos no ha utilizado fundaciones de discapacitados como tapadera para ocultar lo robado a los españoles.
Decía Abraham Lincoln que “todos los hombres nacen iguales pero es la última vez que lo son”. El problema añadido es que ostentar un cargo público acentúa las desigualdades.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Renovarse o morir (de ex-presidentes batallitas)


Andan los foros patrios llenos de ex-presidentes pontificando para quien quiera oírlos, desde Felipe González, en olor de multitudes socialistas, a Aznar metiéndole el dedo en el ojo a Rajoy. Aquí, los pocos políticos que se van, en cuanto te descuidas se echan el “Just for men” y, hala! a darle el tostón a los correligionarios, que encima les ponen de merendar. Cómo no vamos a tener más políticos que en Alemania si no se jubila ni Cristo?
Así tenemos el parlamento, con representantes que ya forman parte de la decoración. Y al menos decoran, porque lo que es producir, los hay que llevan legislaturas y legislaturas tocándose las bolas. La única novedad es que ahora se las tocan con el Ipad. A estos profesionales del negocio, que coincidieron en el escaño con Cánovas del Castillo, aparece un periodista cursi y  les llama “políticos de raza”. Lo que son es culos de buen asiento, porque si hablamos de raza va a resultar que es un pointer.
 
Los yanquis, mucho más listos, encierran a los “ex” en campos de golf en Florida, de modo que el coñazo se lo den a sus caddies que para eso cobran, dejando al resto del paisanaje a salvo de las batallas del abuelo cebolleta. Pero en USA también la innovación la hacen chavales en Silicon Valley, y aquí la charla de I+D+i te la clava un catedrático sesentón. Como mal de muchos consuelo de tontos, me tranquiliza ver el culto a lo antiguo en la Gran Bretaña, y si no mira al príncipe heredero, que si se descuida lo van a coronar coincidiendo con el nacimiento de su biznieto. Hablando de orejas, mejor me callo porque el nuestro va por el mismo camino, salvo que aparezca un elefante a rematar la chapuza que hizo el anterior, que vaya mierda de paquidermos gastan en Botswana.
En España nos gusta lo viejo y mirar para atrás. Eso sí, como nadie ve la viga en ojo propio, luego se quejan de que haya nostálgicos del franquismo quienes andaban hace tres días desenterrando fiambres con cerca de un siglo de antigüedad. Lo extraño es que no haya nostálgicos de Felipe II o de Viriato.

Yo, para ir remediando esto, a los políticos les ponía una fecha de caducidad, como a los “replicantes” de Blade Runner, pues está visto que ellos solos no se van ni aunque les concedan la jubilación dorada esa de los diputados, con ocho años cotizados. O al menos utilizar el sistema FIFO de renovación del estocaje (First In First Out, o el primero que entra el primero que sale, para los profanos). Y, ya que no tenemos tantos campos de golf, con el tute o el mus podemos apañarnos para eso de “renovarse o morir”. Aunque me temo que la historia no cuenta que al creador de la frase, si era español,  el oyente le hizo un corte de mangas  mientras contestaba: “Y un jamón!”.

 

sábado, 1 de diciembre de 2012

Dónde están las cajas, matarile…


Andan el gobierno y las instituciones europeas a vueltas con las cajas, arreglando o liquidando los restos de ese galimatías de fusiones frías y calientes, paridas por una ingeniería financiera fecunda en términos y operaciones que parecen destinados a confundir a todos. Ya nada queda de las entrañables Cajas de Ahorro y Monte de Piedad, cuyas sucursales eran las depositarias del primer dinero, en ocasiones una peseta o un duro, que los recién nacidos recibían de sus padrinos o abuelos. Su lugar ha sido ocupado por corporaciones con nombres pomposos como Bankia, Liberbank, Caja3 o Unnim, tras los que se oculta un enorme agujero financiero, y otro más profundo en el lugar donde las originales tenían el corazón.
Muchos nos preguntamos cómo ha sido posible que unas entidades centenarias, presentes en  las plazas de cada pueblo de España, hayan sido barridas del mapa en estos pocos años de desmadre. Toda clase de explicaciones se han dado, desde la crisis financiera al mal hacer de los supervisores bancarios. Mas el hecho de que el tsunami financiero haya arrasado las cajas, dejando en pie a los bancos, demuestra que el germen del desastre estaba en su interior, en forma de injerencia política, incompetencia, despilfarro y falta de ética, adornado todo ello con la corona de la vanidad.

Al perder las cajas su representatividad para convertirse en el instrumento financiero de los gobiernos autonómicos renunciaron a la defensa de los intereses de los ahorradores, poniéndose al dictado de unos políticos dispuestos a usarlas como instrumentos propios. Y surgieron nuevos gestores también politizados, desde funcionarios a médicos de familia (hasta un cura había en danza) que tenían en común el desconocimiento del negocio y la docilidad a quienes les habían nombrado. También la soberbia, que hizo creerse tiburones financieros a quienes no distinguían un bono de una opción de compra.
El resultado a la vista está: fallidos créditos multimillonarios a promotores, financiación de rascacielos vacíos o aeropuertos para paseantes, visas-oro, coches con chófer, y sueldos y dietas inconfesables. En un supremo alarde de inmoralidad los responsables del agujero, una vez que éste se reveló a los ojos de todos, quisieron cubrirse las espaldas con indemnizaciones millonarias y planes de pensiones escandalosos.

Las víctimas de tanto desatino, como siempre, fueron los más débiles. Así, los modestos impositores cuyos ahorros se fueron por la alcantarilla convertidos en productos como las acciones preferentes, que les vendieron  aquellos en quien confiaban, o los destinatarios de la obra social, tabla de salvación para la construcción de residencias de mayores o centros de discapacitados.
Seguramente los intereses políticos y económicos impedirán que se depuren las culpas, y quienes irresponsablemente jugaron y perdieron un dinero que no era suyo se irán de rositas. No podrán evitar, sin embargo, que les persiga el recuerdo de los ancianos a los que se despojó de sus ahorros de toda la vida, o la mirada de los niños privados de la atención que necesitaban. En cuanto al  resultado del proceso de reestructuración poco importa ya, porque el dinero público puede restituir a las cajas su solvencia pero nunca les podrá devolver el alma. Descansen en paz.