martes, 31 de diciembre de 2013

“2013: El año que lloramos peligrosamente”.



Dejamos atrás el 2013, unánimemente calificado como un año duro. Pero, aparte de ese calificativo, podemos ponerle algunos más. Para los economistas es el año en que acabó la recesión. Los políticos dirán, unos que es el año del cambio de ciclo, y otros que el de los recortes. Para los españoles de a pie es el año de las subidas de impuestos, de la luz, de todo. Para mí, ha sido “el año que lloramos peligrosamente”, al menos en Internet. Porque es curiosa la percepción de la ciudadanía sobre un año en que las cosas no han ido tan mal… comparado con 2012. Cierto que llovía sobre mojado, y ya es mucho tiempo de crisis. Pero no lo es menos que el 2012 nos regaló 700.000 parados más, mientras el 2013 se saldará en tablas y con avances enormemente esperanzadores.
Con todo, el movimiento de indignación, desaparecido de las calles porque nadie les hacía caso, parece haberse trasladado a las redes sociales, donde prolifera un ambiente quejoso y victimista que invita a apagar Facebook, como hace dos años muchos dejamos de oír las noticias y nos pasamos a Rock FM o Cadena 100.  Y así, 2013 ha sido el año de los nostálgicos de los tiempos en que casi todo era mentira, hundidos en una melancolía aderezada por quejas contra todo y todos, y por la ausencia total de autocrítica.
En suma ha sido un año en el que ha prevalecido la voz de los llorones. Y no me refiero a aquellos a los que se les ha caído su mundo y no saben cómo recomponer los trozos. Hablo de los que hacen bueno el dicho de que “la rueda averiada del carro es la que más chirría”, que no son únicamente los políticos y sindicalistas predicadores del Apocalipsis desde el parapeto de sus sueldos, comisiones y corruptelas.
Hablo de los que claman porque los subsidios sean eternos, y consideran vejatorio pedir a un parado que se presente a una inspección de rutina. De los que pretenden reunir 1.000.000 de firmas para que el Parlamento Europeo reconozca el derecho de todos a cobrar un sueldo sin dar nada a cambio (coño, en lo que ha quedado el derecho al trabajo de la Declaración Universal). De aquellos que justifican que se tire la toalla en la búsqueda de trabajo, como si esa fuera una opción válida. De los que califican como explotación la posibilidad de que los desempleados realicen trabajos sociales, escupiendo así en la cara de quienes trabajan a tiempo parcial por salarios inferiores a la prestación de desempleo. De quienes rechazan un empleo tras otro porque no se ajustan a su valía. De los que defienden el derecho a no pagar la vivienda ni la luz, olvidando que es algo que han hecho generaciones de españoles con muchos menos recursos de los que tenemos ahora. Hablo, en fin, de la multitud de caraduras que han pasado la crisis agazapados, y se han convertido en auténticos expertos en la Play Station o la X-Box. De los que se subieron al carro y no hicieron nada por tirar de él, mientras despotricaban del sistema. En definitiva, de los gorrones a los que nadie denuncia, porque no es políticamente correcto, pero de los que todos conocemos un buen puñado de ejemplos.
También ha sido un año de héroes. Héroes como esos arquitectos que se han reinventado, tragándose su orgullo profesional, en hosteleros o administrativos, convirtiéndose en personas de las que sus hijos pueden estar más orgullosos aún. Como esos que cobraban un pastizal poniendo ladrillos y han vuelto a estudiar, para reciclarse en trabajos que le reportarán la tercera parte de lo que ganaban en los andamios. Como los que han hecho la maleta para tratar de encontrar fuera de España lo que no encontraron dentro. Como quienes han comprado una furgoneta (las ventas de vehículos industriales se han disparado el último trimestre) para buscarse la vida como autónomos. Como los funcionarios y empleados que han seguido cumpliendo sus tareas con la misma abnegación de antes, a pesar de sufrir la merma de sus ingresos paralela al aumento de todo. Hablo de los héroes que se están saliendo con la suya, porque entre todos están consiguiendo darle la vuelta a la tortilla, eso sí, de forma silenciosa porque no tienen tiempo para andar quejándose.
Espero que éste sea el año en que se quiten los miedos y se acallen las quejas. Porque nadie está obligado a mirar el mundo con optimismo, pero a todos se les puede pedir que dejen trabajar a los que intentan cambiarlo. Y desde luego, que sea el año en que mandemos al cuerno, sin contemplaciones, a los que se duelen mientras acumulan horas de vuelo en las consolas de videojuegos.
El año 2014 es una página en blanco y lo que se escriba en ella solo depende de nosotros. A ver si conseguimos que sus renglones se llenen de los logros de quienes madrugan cada mañana para defender su trabajo o buscar uno nuevo, y no de las quejas de quienes se ponen al ordenador en pijama, para quejarse de lo injustamente que les está tratando la vida un año más. Decía un directivo que a la oficina se llega de casa “llorado y peinado”. Sigamos la máxima y abordemos el 2014 llorados y peinados. Porque tiene muchas cosas pendientes de hacer y muchos éxitos pendientes de alcanzar, y no hay tiempo para perderlo en tonterías. Yo espero que este Nuevo Año sea el año en que los españoles recuperemos la ilusión colectiva.
FELIZ 2014 A TODOS!!!