Hace un año por estas fechas
escribía que habíamos tocado fondo y solo quedaba ir hacia arriba. Ahora, aunque
no faltan los apóstoles del catastrofismo, hasta el PIB dice que lo peor ha
pasado y el comienzo de la recuperación es un hecho.
Lo curioso es que, cinco años
después, no hay acuerdo sobre las causas del terremoto que se ha llevado por
delante tantas cosas, buenas y malas. Está muy extendida la idea de culpar del
desastre a los bancos, junto a los especuladores financieros e inmobiliarios. El
neoliberalismo y la falta de regulación les han permitido acabar con el Estado
del Bienestar a base de recortes.
Pero la realidad es bien tozuda y
se empeña en desmentir estos tópicos. Porque los bancos que hemos tenido que salvar
no han sido los privados, sino las cajas públicas manejadas por políticos, desde
Cajamadrid o Caixa Catalunya, hasta las gallegas y andaluzas. Todas fueron intervenidas y
rescatadas a nuestra costa mientras sus dirigentes se cubrían el riñón. En
cuanto a la desregulación, ningún sector más regulado que el inmobiliario, con
sus normas y planes urbanísticos, o el financiero, lleno de órganos
supervisores, desde el Banco de España hasta la CNMV. Y estos sectores son los que han creado
la burbuja. Además, el supuesto neoliberalismo no casa con un Estado que, aun hoy,
supone el 50% del PIB y sigue gastando más de lo que ingresa, absorbiendo la
financiación que necesitan las empresas.
Lo cierto es que la crisis ha
venido de una serie encadenada de burbujas: financiera, crediticia y de
consumo. Sin olvidar la inmensa burbuja de gasto público, plasmada en las obras
faraónicas e inútiles que pueblan nuestra geografía, desde los aeropuertos
fantasmas de Ciudad Real o Castellón, a las ciudades de las artes, la música, las
ciencias o el circo, que debía edificar todo ayuntamiento que se preciara. Y aunque
resulte cómodo buscar un chivo expiatorio, es difícil pensar que, en esta
sucesión de burbujas, 45 millones de españoles hemos sido víctimas inocentes de
unos cuantos especuladores. Más aún cuando muchos de ellos también se han
arruinado.
Las burbujas se deben al triunfo de
la codicia o la vanidad sobre la prudencia. Por ello tal vez sea el momento de dejar
de buscar cabezas de turco, y reconocer que hemos sufrido una crisis de valores
que nos ha afectado a todos. Una crisis fruto de la sustitución de la cultura
del esfuerzo por la del “pelotazo”, de la prudencia por la vanidad, del ahorro
por el derroche. Y de la pérdida de interés por las cosas que tienen verdadera
importancia. En suma, una crisis causada por la sustitución del “ser” por el “tener”
y “aparentar”.
Todos somos los responsables de
nuestras decisiones y, en gran medida, de nuestra situación. Pero, sobre todo, somos los arquitectos de
nuestro futuro. Así que, una vez esto empieza a moverse, se acabaron las excusas
para permanecer de brazos cruzados y lamentarnos. Hay un reto apasionante por
delante, y para afrontarlo será necesario rearmarse de valor y de valores. Y
tratar de recordar nuestros errores para evitar repetirlos.