domingo, 23 de junio de 2013

Un cuento real.



Había una vez un reino encantado donde vivía una Infantita que fue poseída por el Señor Oscuro. Este la llevó a su condado, donde decidieron hacerse un torreón muy caro. Para financiarlo, y puesto que las cosas andaban justas, se metieron en negocios, oscuros como ellos. El problema era que los recaudadores del reino no veían con buenos ojos el dinero oscuro y había que blanquearlo.
El Señor Oscuro llamó a sus edecanes que le aconsejaron acudir al libro de los conjuros blanqueadores, donde descubrieron uno muy eficaz. Había que mezclar los siguientes ingredientes: rabos de lagarto, sangre de murciélago, muérdago, documentos privados y nombres de súbditos.
La receta era sencilla: se escoge a una doncella virgen (si no hay una a mano vale con un abuelete de pueblo chico) que tenga una pequeña propiedad, y se finge que se le vende esa propiedad, que ya es suya, en un contrato privado. Para eso se utiliza la maña de falsear su firma. Se lleva el contrato a la recaudación de tributos del condado, donde nos cobrarán un 7% como transmisión, sin pararse a pensar que es una falsa venta. Y luego… “voilá!” ingresamos el dinero oscuro en un banco, justificando su posesión con la escritura privada de compraventa visada por la hacienda condal. La operación se repite hasta 13 veces con diferentes súbditos, que hay que repartir las cargas entre la población, no vaya a ser. Luego se coge el rabo de lagarto, la sangre de murciélago y el muérdago y se tiran al cubo de basura, que para guarrerías ya vale con las anteriores.
El Señor y la Señora Oscuros se pusieron manos a la obra tan contentos durante un par de años, hasta que descubrieron un conjuro más potente, el elixir de la falsa fundación benéfica, y cambiaron de pócima. Y, entre brujerías y hechizos, fue pasando el tiempo hasta que el Justicia del Reino les empapeló, porque sus empresas y fundaciones no eran como en los cuentos, que lo único que se fabrican son dulces y golosinas, sino que elaboraban una cosa que se llama influencias.
En plena investigación, el Justicia Real pidió las cuentas de la Infantita a la hacienda real, que había cruzado información con la hacienda condal (es el coñazo de los cuentos modernos, que tienen informática) y saltó la liebre de los conjuros. El pueblo se enfadó un poco porque estaba de brujerías hasta el gorro, y pidió cuentas, pues creía que vivía en un reino democrático y parlamentario, donde todos son iguales ante la ley. Pero entonces apareció el Gran Recaudador del Reino y dijo: “Qué os habéis creído? Ha sido un error y punto. Esto es un cuento, y en los cuentos los reinos son feudales y las cuentas son para los súbditos, que los de sangre azul lo que hacen es comer perdices”. Y a nosotros nos dieron con la puerta en las narices.
Y colorín colorado, este real cuento o cuento real se ha acabado.

2 comentarios:

  1. Estoy deseando que me posea una señora oscura y así, además del gustirrinín, me pongo millonario.

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  2. Es una argucia de palurdos

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