domingo, 9 de junio de 2013

Los que estamos averiados.



 
A raíz de la propuesta de modificación de la ley del aborto, ha vuelto a abrirse el debate sobre el tema. El argumento estrella, por parte de quienes confunden liberación femenina con aborto, es que el proyecto supone la vuelta al nacionalcatolicismo y el oscurantismo clerical, olvidando que la oposición al aborto no es exclusiva del cristianismo, sino de la práctica totalidad de las religiones. Tal vez porque, cuando la gente cree en Dios, se le quita de la cabeza la tentación de jugar a serlo.
Pero, consideraciones religiosas al margen, confieso que de esta polémica lo que me  repugna es la idea de que las malformaciones del feto sean consideradas causa suficiente para su eliminación. Columnistas como Arcadi Espada califican de “gente averiada” a quienes defienden el nacimiento de “hijos tontos, enfermos o peores”. Rosa Regás habla directamente del nacimiento de “monstruos”.
Yo me encuentro entre esos averiados que piensan que los niños enfermos, “defectuosos”  y “peores” tiene el mismo derecho a vivir  que los sanos, rubios y superdotados. Quizás por tener la dicha de ser padre de un niño que no pasaría el control de calidad de los nuevos espartanos, prestos a despeñar por el Monte Taigeto a toda criatura que se aparte de sus cánones. Curiosamente, a esos defensores de la mejora de la especie se les llena la boca hablando de solidaridad y derechos. Imagino que se referirán a los suyos.
Pero lo que desconocen, porque si lo supieran sólo cabría calificarlos de monstruos a su vez, es que la Naturaleza es sabia y ha dotado a esos niños “averiados” de la misma capacidad para ser felices que el resto. Y además, del misterioso don de influir en quienes les rodean, haciéndolos mejores y, por añadidura, mejorando la Humanidad.
En todo caso, a los que no comparten la suerte de convivir con quienes los partidarios de una raza mejor (a qué me suena la expresión?) denominan “monstruos”, les recomiendo que, antes de aceptar sus tesis, se miren detenidamente en el espejo. Porque, cuando se decide suprimir a los “peores” antes de nacer, se acaban los argumentos para defender el derecho a la vida de los que han nacido ya. Es posible que no nos importe que se lleven a los discapacitados, ni a los enfermos terminales, ni a los ancianos, porque no lo somos. Pero, cuando vengan a por nosotros, tal vez sea demasiado tarde para rectificar.

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