A raíz de la propuesta de
modificación de la ley del aborto, ha vuelto a abrirse el debate sobre el tema.
El argumento estrella, por parte de quienes confunden liberación femenina con
aborto, es que el proyecto supone la vuelta al nacionalcatolicismo y el
oscurantismo clerical, olvidando que la
oposición al aborto no es exclusiva del cristianismo, sino de la práctica totalidad
de las religiones. Tal vez porque, cuando la gente cree en Dios, se le quita de
la cabeza la tentación de jugar a serlo.
Pero, consideraciones religiosas
al margen, confieso que de esta polémica lo que me repugna es la idea de que las malformaciones
del feto sean consideradas causa suficiente para su eliminación. Columnistas
como Arcadi Espada califican de “gente averiada” a quienes
defienden el nacimiento de “hijos tontos, enfermos o peores”. Rosa Regás habla directamente
del nacimiento de “monstruos”.
Yo me encuentro entre esos
averiados que piensan que los niños enfermos, “defectuosos” y “peores” tiene el mismo derecho a vivir que los sanos, rubios y superdotados. Quizás por
tener la dicha de ser padre de un niño que no pasaría el control de calidad de
los nuevos espartanos, prestos a despeñar por el Monte Taigeto a toda criatura
que se aparte de sus cánones. Curiosamente, a esos defensores de la mejora de
la especie se les llena la boca hablando de solidaridad y derechos. Imagino que
se referirán a los suyos.
Pero lo que desconocen, porque si
lo supieran sólo cabría calificarlos de monstruos a su vez, es que la Naturaleza
es sabia y ha dotado a esos niños “averiados” de la misma capacidad para ser
felices que el resto. Y además, del misterioso don de influir en quienes les
rodean, haciéndolos mejores y, por añadidura, mejorando la Humanidad.
En todo caso, a los que no
comparten la suerte de convivir con quienes los partidarios de una raza mejor
(a qué me suena la expresión?) denominan “monstruos”, les recomiendo que, antes de
aceptar sus tesis, se miren detenidamente en el espejo. Porque,
cuando se decide suprimir a los “peores” antes de nacer, se acaban los
argumentos para defender el derecho a la vida de los que han nacido ya. Es
posible que no nos importe que se lleven a los discapacitados, ni a los
enfermos terminales, ni a los ancianos, porque no lo somos. Pero, cuando vengan a
por nosotros, tal vez sea demasiado tarde para rectificar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario