Con la crisis, ha empezado a tomar
cuerpo la idea de establecer para los españoles una renta básica, que se percibiría
sin otro requisito que estar vivo. Efectivamente sus defensores la definen como
“un ingreso pagado por el estado, como derecho de ciudadanía, a cada miembro de
pleno derecho o residente de la sociedad incluso si no quiere trabajar de forma
remunerada, sin tomar en consideración si es rico o pobre”. Reconozco que el
desparpajo con que se plantea la idea no deja de sorprenderme. O sea, hemos
pasado del bíblico “ganarás el pan con el sudor de tu frente” al más progresista
“ganarás el pan con el sudor de tu vecino”.
La idea no es nueva. Esto no es
más que una reedición del “panem et circenses romano”, descrito por Juvenal. O sea,
la práctica de ganar el voto de los pobres mediante comida barata y
entretenimiento. No es de sorprender que los nuevos demagogos, bajo una
apariencia de modernidad, utilicen los mismos artificios que utilizaron los políticos
sin escrúpulos hace siglos para conseguir el poder. Parece que los políticos
tampoco cambian y conocen el éxito y popularidad de los cantos de sirena.
Ahora la pretenden vestir, además
de con los ropajes de la solidaridad, con el aura de solución para la crisis: se
pone una renta básica para todo el mundo y aumenta el consumo, se genera
riqueza y desaparecen la crisis y todos nuestros problemas. Olvidan recordarnos
que nada puede ser tan fácil. Decía Ortega que "La civilización no dura
porque a los hombres sólo les interesan los resultados de la misma: los anestésicos,
los automóviles, la radio. Pero nada de lo que da la civilización es el fruto
natural de un árbol endémico. Todo es resultado de un esfuerzo. Sólo se aguanta
una civilización si muchos aportan su colaboración al esfuerzo. Si todos
prefieren gozar el fruto, la civilización se hunde."
Esto de la renta básica es un
añadido actual a los anestésicos o a los automóviles. Y pretender obtenerla,
sin aportar nada al esfuerzo común, equivale a varear el olivo sin preocuparse
de labrarlo. Al final, pensar que van a caer eternamente aceitunas es una
utopía. Vamos a dejarnos de rentas básicas y soluciones fáciles porque el
problema no es repartir sino crear riqueza. Y ello es incompatible con tumbarse
debajo del árbol a esperar que nos caiga el fruto. Nunca debemos olvidar que
nada de lo que merece la pena se consigue sin esfuerzo.
Pero lo peor de la renta básica
no es que sea utópica sino que es perversa. Porque, contra lo que dicen sus
promotores, no es una forma de procurar la dignidad del gobernado, sino de
privarle de ella comprando su voluntad. Y, por supuesto, no con la renta o el
patrimonio de quienes la promueven, sino con el esfuerzo de quienes no están
dispuestos a poner su dignidad en venta.
… iam pridem, ex quo suffragia
nulli uendimus, effudit curas; nam qui dabat olim imperium, fasces, legiones,
omnia, nunc se continet atque duas tantum res anxius optat, panem et
circenses.
(… desde hace tiempo
—exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto—, este pueblo ha
perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces,
legiones, en fin todo, ahora deja hacer y sólo desea con avidez dos cosas: pan
y juegos en el circo)
(Juvenal, Sátiras X,
77–81)
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