domingo, 24 de febrero de 2013

El carajal inmobiliario.


Parecía que el mercado de la vivienda, enfermo durante una década desquiciada, comenzaba a normalizarse con un ajuste de precios del 33,7% desde el inicio de la crisis según TINSA. Al mismo tiempo los muertos vivientes como Reyal Urbis empezaban a caer, reflejando que en el mercado inmobiliario las empresas que cometen grandes errores desaparecen como en cualquier otro sector económico. Ya veremos lo que tarda en venirse abajo Vallehermoso y alguna otra.
Pero de repente el banco malo o SAREB, ese engendro con nombre de fiesta turca, se ha puesto a desarreglar lo poco que se iba arreglando, convirtiendo los restos de la burbuja inmobiliaria en un carajal de cuyos despojos algunos tratan todavía de sacar tajada. Los burócratas que lo gestionan, asesorados por un conglomerado de consultoras de postín que se van a forrar valorando los activos, han tenido la feliz ocurrencia de sustituir al mercado, subiendo el precio de algunas de las viviendas traspasadas a su cartera a niveles del 2008.
“Y a nosotros qué no importa eso?” preguntarán algunos. Pues afecta a todos indirectamente, porque cuanto antes se sanee el sector inmobiliario será  mejor para la economía. Mientras no se sepa el valor real de las viviendas no será posible la recuperación del mundo del ladrillo. Y eso es malo para los que viven alrededor de él, desde fontaneros a tiendas de muebles.
Pero sobre todo afectará a los incautos que compren pisos sobrevalorados porque, no nos engañemos, si el stock inmobiliario se vende con sobreprecio para evitar tocar la cuenta de resultados del banco malo, será a costa del sudor de los pobres compradores. O sea, que presumimos de que el rescate bancario era de menos de la mitad de lo presupuestado, y al final el resto lo van a poner nuevamente los españolitos de a pie, esta vez los más ingenuos. Veremos cuántos desahucios tendremos que imputar al dichoso SAREB.
En qué acabará el asunto? Para saberlo no hay más que ver lo que ha sucedido en el resto de países con burbujas. Los precios se ajustarán, pese a quien pese, a la mitad respecto a los máximos previos al estallido. La única incertidumbre es cuánto alargarán el proceso los enredos de burócratas y banqueros y cuántas serán las víctimas. En la duda, yo no compraría ni una casita de chocolate hasta que se aclare este contubernio.

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