martes, 27 de mayo de 2025

El problema no es Sánchez.

 





A estas alturas del juego, culpar a Pedro Sánchez de la deriva democrática de España es como culpar al peón por perder una partida de ajedrez. El problema no es el peón. El problema es el tablero. Y en este tablero, la Unión Europea no solo mueve fichas: las fabrica, las pinta y, cuando conviene, las barre debajo de la alfombra.

Es cierto que Sánchez hace y deshace a su antojo en España, sin reparar en gastos, corruptelas, nepotismo ni desvergüenza, hasta el punto de que no hay delito que no le sea imputable a él y los suyos. Pero no nos engañemos: su margen de maniobra es el que le dan quienes realmente mandan. Y esos están en Bruselas. Si hubieran querido, ya habrían hecho sonar la campana hace tiempo.

¿Se acuerdan de cuando la sombra de los hombres de negro planeaba sobre las cuentas públicas españolas por superar el déficit del 3%? Ahora Sánchez se chulea alegremente los fondos Next Generation, sin informar siquiera de a quién se ha pagado, y no pasa nada. ¿Y las advertencias sobre la politización del poder judicial? Todavía estamos esperando las sanciones. Corrupción, ataques a la independencia judicial, asaltos a las instituciones, incluida la policía… Todo eso suena muy grave, hasta que lo comete alguien de la familia.

Porque si Europa pusiera pie en pared con Sánchez, ¿qué haríamos entonces con Von der Leyen y sus conversaciones con Pfizer, guardadas bajo más llaves que los archivos del Vaticano? ¿O con la votación anulada en Rumanía porque, según el comisariado, los bots rusos suplantaron la voluntad de los electores, como si estuviéramos en una secuela de La invasión de los ultracuerpos? ¿O con la utilización de esa nueva Stasi alemana, camuflada de Oficina para la Protección de la Constitución, para elaborar informes que permitan ilegalizar a los partidos políticos contrarios al régimen?

Sánchez no es un cáncer aislado. Es el síntoma más claro de una enfermedad sistémica.

La UE se rasga las vestiduras con Orbán o Meloni, pero la Emperatriz de la Galaxia invita a Pedro a cenar y le pone caritas, sin importarle que en España se haya normalizado la demolición del Estado de derecho hasta extremos de náusea. Porque Sánchez, al fin y al cabo, es un peón obediente. Uno de los suyos que hace lo que se espera de él. No molesta a los grandes fondos de capital, ni a los burócratas, ni a los gigantes farmacéuticos. Ni se le ocurre.

Y mientras en España no deja a nadie indiferente —los de su banda le quieren, aunque él los desprecie, y la mayoría lo detesta— en Bruselas lo ven como lo que realmente es: prescindible. Sustituible. Perfectamente intercambiable por otra marioneta con buena facha y cero escrúpulos. Sin ir más lejos, Feijoó acaba de confirmar su disposición a ocupar el puesto, votando en contra de la comisión de investigación sobre los contratos de Úrsula con Pfizer. Porque lo importante no es el nombre del presidente del gobierno. Lo importante es que el engranaje siga girando.

Así que mejor no nos engañemos, el problema no es Sánchez. El problema es el ecosistema que lo hace posible. Un ecosistema que no solo tolera la corrupción, la opacidad y el autoritarismo, sino que las cultiva de forma intensiva, mientras se envuelve en banderas azules con estrellitas doradas.

miércoles, 21 de mayo de 2025

Feijóo y cierra España.

 


Ante el panorama desolador que se nos presenta en esta España desgobernada por un lunático pendiente solo de sí mismo —y a cuyo paso el caballo de Atila parece el corderito de Norit—, un rayo de luz atraviesa el cielo tenebroso. Viniendo de Galicia, como el apóstol, el caudillo del Partido Popular cierra filas con los suyos para arreglar el desaguisado.

Corrupción, independentismo, deuda pública, descrédito internacional, inmigración descontrolada, apagones, colapso ferroviario, ataques al Poder Judicial… No es fácil el desafío para el campeón. Pero, rodeado de un selecto grupo de fieles —Cuca, la logroñesa moderadita, Borja, el de la sombrilla de Verano Azul, Cayetana, encarnación del ardor guerrero, y González Porn, encarnación del otro ardor— no parece haber obstáculo que se le resista.

Y, sin necesidad de esperar a que termine el Congreso que ha de cohesionar a sus huestes, ya tiene entre manos la piedra filosofal para solucionar los males de España. Porque Feijóo ha decidido abordar de manera inmediata los dos grandes dramas que desvelan a la nación: va a dar 600 € a los celíacos y a armonizar la EBAU en las comunidades autónomas. ¿Qué corrupción ni qué separación de poderes? Una vez arreglemos lo de las harinas sin gluten y los exámenes de acceso a la universidad, lo demás caerá por su propio peso.

Nada de reformas estructurales, ni propuestas sobre la vivienda, los inmigrantes ilegales, la energía, el campo o la lucha contra la corrupción. Eso es para políticos vulgares. Feijóo ha venido a darnos lo que de verdad importa: pan sin gluten y una selectividad igual para todos. España, respira tranquila porque, si no se arregla el país, al menos se arreglarán las dietas.

No tengo claro que el mensaje cale entre los electores hasta el punto de darle la mayoría que necesita. Sobre todo porque Sánchez, otra mente preclara, está ocupado ahora con su particular cruzada por corregir el voto televisivo en Eurovisión, lo que demuestra que, en estrategia, no le va a la zaga al gallego. Porque el mensaje de Alberto puede calar entre los alérgicos al gluten, pero el de Sánchez va dirigido a los idiotas. Y estos superan ampliamente en número a aquellos.


domingo, 11 de mayo de 2025

La corrupción y la primera piedra.



Salta la noticia de que la empresa catalana FCS Select Products, principal proveedor de mascarillas del Gobierno, ha tomado la de Villadiego tras cobrar 253 millones de euros sin presentar sus cuentas desde 2020. Nadie podrá decir que esto no se podía saber, porque bastaba con leer el BOE durante la pandemia para intuir que el latrocinio que se venía iba a superar todo lo conocido hasta el momento.

Cuando, por ejemplo, en 2020 se publicó la adjudicación de un contrato para compra de hisopos, por importe de 4,3 millones de euros,  a una empresa sin dirección, con dos empleados y especializada en moda, quedó claro que lo que se avecinaba no era una crisis sanitaria, sino un saqueo de manual. Nuestros políticos, con gran generosidad, debieron pensar que no bastaba con meternos el palito sólamente por la nariz.

Parece ser que hasta los chinos alucinaban viendo las comisiones y sobrecostes que aplicaban los contratistas locales a suministros tan sofisticados como una mascarilla o un bastoncillo con un algodón. ¿Quién nos iba a decir a los españoles que ahora nos tocaba a nosotros entregar el oro a cambio de baratijas? Aunque ojo, que no era solo cosa nuestra, porque la contratación de vacunas por parte de la emperatriz Von der Leyen daría para un capítulo del Buscón. La pandemia supuso un salto cualitativo en los métodos de enriquecimiento ilícito. ¿Qué 3% ni qué 3%? Se añade un cero y todo queda mucho más redondo... y divisible.

El problema de la corrupción en la contratación pública es que se parece mucho al crimen perfecto. Quienes la niegan suelen alegar que no hay pruebas, como si las corruptelas se documentaran con contratos, facturas, recibís y pólizas notariales. Y eso de pedir factura por el pago de comisiones para desgravarlas, solo lo ha hecho un club de fútbol al vicepresidente de los árbitros. Spoiler, no salió bien del todo.

Los corruptos que siguen el procedimiento reglamentario lo hacen con más pudor. Se licita un contrato por un importe hinchado, se establecen criterios de adjudicación a medida del contratista “adecuado”, se adjudica, se ejecuta, se paga, y el contratista abona la comisión al político o funcionario trincón mediante una transferencia a una empresa interpuesta. Si, además, la empresa está radicada en el extranjero —pongamos, la República Dominicana—, miel sobre hojuelas.

¿Y no se pueden detectar estos delitos?, dirán algunos. Pues sí. Y es bien fácil, porque basta con aplicar la coplilla chulapa: “¿De dónde saca pa tanto como destaca?”. No nos engañemos: cualquier político, o sus familiares y allegados sin oficio conocido, que llevan un tren de vida muy por encima del que permiten sus ingresos oficiales deberían estar en el punto de mira. Nos referimos a expresidentes que compran caballos con billetes de 500 euros, ministros que se hacen con pisos en el centro de Madrid sin hipoteca, o los áticos puestos a nombre de sociedades administradas por el abogado del novio.

Un conocido gay decía: “Todos los que lo parecemos, lo somos… y muchos que no lo parecen, también”. Podemos aplicar su frase a la política sin temor a equivocarnos: todos los políticos que parecen corruptos lo son… y muchos que no lo parecen, también.

La prueba de lo dicho es que, si de verdad se pretendiera perseguir estos delitos, existen mecanismos de sobra. Siguiendo el rastro del blanqueo saltarían sorpresas que, paradójicamente, no sorprenderían a nadie. El problema es la falta de voluntad. Porque, a estas alturas, lo único vigente es la frase bíblica: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Y no parece que gobiernos —estatales, autonómicos o locales— ni oposición estén muy por la labor de acercarse a la cantera.