miércoles, 26 de marzo de 2025

TAMBORES DE GUERRA.



Un nuevo fantasma recorre Europa. Desde las cancillerías de la Unión Europea, en Berlín, en París e incluso en Londres, se llama a las armas para combatir al enemigo ruso. Ese enemigo cruel y despiadado que, según se dice, está esperando el momento para desfilar por los Campos Elíseos.

La mayoría de los medios y muchos ciudadanos aceptan este discurso y debaten acaloradamente sobre la necesidad de rearmarse hasta los dientes para evitar que, tras la caída de Ucrania, el oso ruso decida expandirse hasta el Atlántico.

Y así vemos cómo Ursula von der Leyen, la nueva canciller, incapaz de distinguir un carro de combate de una cosechadora, pretende erigirse en jefa de un nuevo ejército europeo, que deberá estar listo para 2030 y al que se planea destinar un gasto de 800.000 millones de euros. No entraremos aquí en el disparate de pretender integrar en cinco años a 25 ejércitos distintos, con diversos idiomas, diferentes mandos, doctrinas militares incompatibles, armamento heterogéneo y sujetos a legislaciones nacionales que no contemplan su disolución o integración en este «ejército de Ursula».

Lo absurdo es que la Unión Europea, cuyo objetivo fundacional fue acabar definitivamente con las guerras en Europa, pueda convertirse ahora en un instrumento que lleve al continente entero a enfrentarse directamente con una potencia nuclear.

Nadie reflexiona sobre lo ridículo que resulta que una Unión Europea con 500 millones de habitantes y 20 billones de presupuesto tema una invasión por parte de Rusia, un país que tiene menos de un tercio de su población, la décima parte de su presupuesto y que ha sido incapaz de conquistar siquiera Ucrania. Nadie recuerda tampoco que ese país, al que ahora imaginan ocupando las praderas francesas, se retiró voluntariamente hace treinta años de los territorios que ocupaba desde la Segunda Guerra Mundial. Rusia posee abundancia de materias primas y el mayor territorio del mundo, con 17 millones de kilómetros cuadrados en su mayoría despoblados, por lo que difícilmente le resultaría atractivo ocupar los huertos holandeses o los viñedos italianos.

Sorprende también que una guerra que dura tres años, desaparecida durante dos de ellos de los medios, repentinamente se haya convertido en eje de noticias y debates públicos justo en el momento en que Trump ha tomado la iniciativa para detenerla. Sin duda no es justo que Rusia se apropie de una quinta parte del territorio ucraniano, pero llama la atención que nadie mencione la injusticia que representa la quiebra de la integridad territorial de Chipre, país de la Unión Europea invadido desde hace 50 años por Turquía, que ocupa aún un tercio de su territorio.

La Unión Europea es una potencia en decadencia. Ha pasado de representar el 25% del PIB mundial en el año 2000, estando por delante de Estados Unidos, a representar actualmente solo el 15%, tornándose irrelevante en la política mundial. Este fracaso no es desconocido para los líderes europeos, quienes lo han provocado mediante políticas suicidas en materia energética, agrícola, de desindustrialización y sustitución poblacional, promoviendo la baja natalidad mientras se fomenta la inmigración ilegal desde países subdesarrollados con culturas incompatibles con la europea.

Este fracaso es patente, aunque sus responsables pretendan ignorarlo. Y, como siempre han hecho los líderes fracasados, en estos casos se busca un chivo expiatorio en el exterior. O mejor dos, porque junto con Rusia, el enemigo estadounidense es otro clásico para avivar el miedo.

Que no nos engañen los mismos líderes corruptos que han arruinado Europa, que se llenaron los bolsillos utilizando como excusa la pandemia y que ahora están siendo investigados por ello. Han encontrado una nueva excusa perfecta para matar dos pájaros de un tiro: exculparse de errores pasados y continuar con su corrupción en el futuro.

No podemos escuchar sin preocupación la noticia de que fábricas alemanas están dejando de producir automóviles para fabricar armas. Nada es más estúpido e inmoral que una carrera armamentística, cuyo resultado último solo puede ser la guerra o la ruina. Ruina para todos, menos para quienes fabrican y venden las armas.

Decía Samuel Johnson que «el patriotismo es el último refugio de los canallas». Hoy podríamos decir que el europeísmo es el nuevo refugio de aquellos canallas que han llevado a Europa a la situación actual. Pero si los líderes que ahora baten los tambores de guerra utilizan el europeísmo como coartada para sus delitos, los ciudadanos europeos no podemos entregarles nuestro dinero ni nuestra sangre en nombre de ese falso europeísmo, porque aunque quizás no nos convierta en canallas, desde luego sí en imbéciles.

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