sábado, 18 de febrero de 2012

La reforma laboral de los ...



Yo creo que nadie tiene muy claro si la reforma laboral es buena, mala o regular. Reconozco que a la asignatura de derecho del trabajo no le hice más caso que el suficiente para aprobarla sin pena ni gloria lo que me impide hacer sesudos análisis jurídicos. Por eso prefiero juzgarla por indicios como en los juicios en que no hay pruebas fehacientes. Y el que tuviéramos una legislación antigua, alejada del resto de países de nuestro entorno, heredera de la normativa paternalista del régimen de Franco y parcheada siempre con la oposición de unos sindicatos que son otra reliquia, es el mejor indicio de la necesidad del cambio.

En una sociedad donde todo cambia a una velocidad vertiginosa, pensar que las normas reguladoras de las relaciones laborales pueden permanecer inmutables es un disparate. En la economía actual hay un factor nuevo que se ha añadido a los tradicionales, tierra, capital y trabajo, constituido por el conocimiento, determinante del valor y la competitividad de las empresas (Apple o Google son buena prueba) El conocimiento va ser decisivo a la hora de configurar las relaciones entre empleador y empleado, porque cuanto más tengamos, mayor será nuestra capacidad de ponerlo en valor dentro de la balanza laboral.

Pero nada de esto comprenden unos sindicatos que, en el mejor de los casos se han quedado en la revolución industrial. Tampoco les interesa mucho porque, aunque saben de la existencia de un montón de aspectos novedosos en el ámbito laboral (freelancer, teletrabajo, empresa inteligente, trabajo en red) desconocen cómo gestionarlos e intuyen que pone en peligro su posición de privilegio en los comités de empresas y los consejos de dirección de bancos. Por eso se resisten a cualquier cambio como gato panza arriba.

Podría entenderles si pensara que actúan de buena fe. Nadie dudaría de la legitimidad de viejos sindicalistas como Marcelino Camacho (preso en el franquismo y, sin embargo, partícipe en la reconciliación de los españoles) armados de un valor que no ha sufrido alteración en el tiempo, como es la honestidad. Pero reconozco que el espectáculo de los líderes sindicales en el papel de agitadores de masas mientras disfrutan de viajes en cruceros o resorts de lujo, o de sueldos de 180.000 euros me da nauseas. Ellos, que estuvieron durante años con la boca tapada por la mordaza de las millonarias subvenciones repartidas por Zp, al margen de las penalidades de los millones de españoles que veían sus sueldos reducidos o sus trabajos pulverizados, solo se merecen el mayor de los desprecios.

1 comentario:

  1. Todo el bien que hayan podido hacer los sindicatos, amigo Juan Luis, lo hicieron en el pasado. Hoy podrían desaparecer, sin que el mundo laboral se resintiera lo más mínimo.

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