domingo, 26 de junio de 2011

La tarjeta.



"Sic transit gloria mundi" decían los romanos. Y es verdad que las glorias mundanas son efímeras. Lo habrán comprobado en sus carnes los cargos políticos que, tras las pasadas elecciones, han visto de golpe y porrazo cómo su status se venía por los suelos. Ahora toca recoger los despachos, devolver los móviles y las tarjetas de crédito corporativas, despedirse de los subordinados y ver cómo los flashes de las cámaras se olvidan de ellos y enfocan otras caras. Y el amargor de la despedida dependerá mucho de la forma en que disfrutaron de la gloria.

Guardo en la memoria la fecha en que, en la Administración, conseguí el primer puesto que no requería utilizar la tarjeta de control horario… ¡al fin había llegado el momento del triunfo! Recordé la frase que encabeza este post y, en lugar de tirarla, la guardé en mi cartera en el sitio que había estado durante años. Contemplar aquella tarjeta todos los días me ayudó mucho en el desempeño de mi trabajo y en tomar las decisiones que estimé correctas. Tanto es así que, cuando tuve que enfrentarme a la elección entre seguir dictados que no podía compartir o volver al mundo de los que fichaban, me costó poco (aunque siempre duele) tomar la opción que creí acertada y asumir sus consecuencias. Luego vino la excedencia, la empresa y demás cosas que no vienen al caso.

No pretendo dar lecciones a nadie, pero confío en que los recién llegados a la gloria conserven sus tarjetas de fichar. Les garantizo que tenerla presente les será útil en la toma de decisiones. Pero, además, contribuirá a que encaren con serenidad el día en que la gloria les abandone y hará que, en ese momento, a su alrededor se prodiguen las lágrimas en mayor medida que las sonrisas.

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