Lo del feminismo, la izquierda
siempre lo ha tenido claro, pero nunca tanto como ahora. Ya decía Zapatero que
el feminismo “hace mejores personas, da otra sensibilidad”. Y se
pusieron manos a la obra con las cuotas, las paridades y las manifestaciones.
Pero cuanto más de izquierdas,
más feminismo, y por eso era necesario Podemos para dar otra vuelta de tuerca y
“feminizar la política”, que todavía quedaba mucho “machista
frustrado”, como decía el Coletas. Lo de la igualdad de derechos y
la no discriminación —que, por cierto, está en la Constitución del 78— no era
suficiente. Había que feminizar desde el lenguaje hasta la ciencia. Y así
pasamos del tradicional “señoras y señores”, que se decía al hablar en público,
al “todos y todas” (lo de “todes” da para otro artículo) y “nosotros y
nosotras”, para, a continuación, acabar diciendo “portavoces y portavozas” y, por último,
suprimir el masculino y usar simplemente “vosotras”, aunque te estés dirigiendo a una asamblea de mineros del carbón. O aplicar la perspectiva
de género a las matemáticas, porque los números son heteropatriarcales y las númeras están discriminadas.
Es cierto que algunos detalles
hacían suponer que el sistema no estaba del todo logrado. Las intenciones de
Pablo Iglesias de “azotar a Mariló Montero hasta hacerla sangrar”,
confesadas a Monedero —otro ilustre aliado feminista— revelaban ciertos fallos
del modelo. O lo de ir cambiando de novia y mandando a las anteriores al
gallinero del Congreso… que le pregunten a Tania Sánchez. Pero nadie es
perfecto, como decía Jack Lemmon a Tony Curtis, adelantándose a su tiempo.
Nuestro actual Gobierno no se
queda atrás. Sánchez es feminista hasta en inglés. “Only through feminism
will we build the best democracies”, decía, dando lecciones de feminismo a
toda Europa. Su vicepresidenta Yolanda no se queda atrás y, como no sabe
inglés por culpa del heteropatriarcado que no le convalida sus másteres, se
queda en la parte nacional y propone cambiar la “patria” por la “matria”.
Lo que no sabíamos los del
patriarcado es que el feminismo fuera tan suelto de bragueta, que si no más de uno lo
habría abrazado con entusiasmo. Y así nos hemos enterado de que los aliados
feministas del puño y la rosa dedicaban buena parte del presupuesto a empoderar
al sector de las prostitutas. Desde Ábalos, que las colocaba en TRAGSATEC con
ayuda de la fontanera, cuando no las paseaba por el Parador de Teruel en plena
pandemia, hasta Koldo, experto en la gestión de “scorts” para la trama del
Peugeot.
Los de Podemos no pagan
prostitutas porque les basta con acosar a las podemitas. Y así nos enteramos de
que Errejón, con esa pinta del plasta que no se comía un rosco en la Uni,
resultó ser una especie de Rocco Siffredi que, en las fiestas, se sacaba el aparato
en cuanto se daba la vuelta cualquier afiliada. Aunque no fue el primero, porque eso
parece que se aprende en la Facultad de Ciencias Políticas. Allí Monedero
puntuaba a las alumnas más por lo que se movieran en la piltra, que diría un
castizo, que por lo que escribieran en el folio.
Por eso, cuando tocaron poder y
pasaron de cambiar sexo por notas a cambiarlo por cargos remunerados, vino el
desmadre. Como decía alguno, los de Podemos vinieron a la política a follar, y
parece que no les ha ido mal. Pero ojo, que eso no invalida sus firmes
convicciones feministas. Como dijo Errejón al juez cuando le preguntaba
si “solo sí es sí”: “Eso lo he visto escrito en la denuncia, pero en la
vida real la gente no va con consignas”.
Las escuchas de Koldo también
plantean algunas dudas existenciales, pues no sabíamos que el nuevo feminismo
socialista consistiera en decirle a las señoritas cosas como: “Que se vea la
teta” o “Gorrión, estoy yo pensando que por qué no me traes una cubanita
para este fin de semana”. Pero estoy seguro de que, como Errejón, también
tendrán alguna forma de explicarlo ante los jueces. Porque yo no pierdo mi fe
en Pedro Sáunez, digo Sánchez y, como él, estoy “roto de dolor” por su error en
“haber confiado en personas que tienen ese tipo de conversaciones
vergonzosas sobre las mujeres”. ¡Aguanta, Pedro, por la igualdá!