lunes, 11 de agosto de 2025

Vox y el voto obrero: misterio para unos, evidencia para otros.




Ante los datos que revelan que Vox lidera ya la intención de voto en el CIS entre los desempleados, buena parte de los asalariados más humildes y quienes se consideran pobres, la prensa progresista se pregunta, con asombro, cómo es posible que las clases trabajadoras voten a lo que ellos consideran “señoritos a caballo”.

No se puede ser más ciego ni estar más alejado de la realidad. La izquierda hace tiempo que dejó de responder a las inquietudes de los trabajadores para entregarse de lleno a la agenda 2030, cuyos beneficiarios no son, precisamente, sus votantes tradicionales. Ofrecer a la gente de barrio un paquete de globalismo, climatismo, feminismo, ideologías queer y multiculturalismo, envuelto en “talante y tolerancia”, puede colar un tiempo… hasta que los destinatarios descubren lo que hay detrás del mundo woke.

Porque, al final, esa fiesta se paga con dinero público y beneficia, sobre todo, a una nueva élite que disfruta de privilegios exclusivos mientras se mira el ombligo y se permite decir a los demás que “están salvando el mundo” … a nuestro pesar. Detrás del globalismo se esconden intereses de multinacionales que sobornan a políticos y financian a sus voceros. Detrás del feminismo radical se percibe un ataque feroz a la familia, tradicional pilar de defensa para los más desfavorecidos. Detrás del multiculturalismo se encuentra una inmigración descontrolada que copa los beneficios del Estado del bienestar y expulsa a las clases trabajadoras del sistema.

Y claro, prohibirle al currante circular con su diésel de 12 años para salvar el planeta es complicado cuando ve al intelectual progresista llegar a la tertulia en un Tesla de 60.000 euros. Lo mismo que pretender que la prioridad de un camarero o una peluquera sea la autodeterminación de género, cuando lo que de verdad le preocupa es llegar a fin de mes. Ni hablemos de convencerle de que debe compartir su centro de salud o su vivienda protegida con inmigrantes ilegales, mientras los predicadores de estas políticas viven en barrios con hospitales y colegios privados y sin esa ordinariez de centros de MENAs a la puerta de sus casoplones.

Por eso, el hartazgo de quienes padecen el wokismo seguirá aumentando al mismo ritmo que crezcan sus efectos negativos. Y, llegado el momento, no dudarán en votar a quien simplemente les ofrezca soluciones reales a sus necesidades.

Mientras tanto, la progresía —de derechas y de izquierdas— seguirá en su burbuja. Y cuando la realidad les estalle en la cara, se preguntarán, como María Antonieta, por qué el pueblo se queja de no tener pan… habiendo brioche.

lunes, 4 de agosto de 2025

El feminismo de vida alegre.


 


Lo del feminismo, la izquierda siempre lo ha tenido claro, pero nunca tanto como ahora. Ya decía Zapatero que el feminismo “hace mejores personas, da otra sensibilidad”. Y se pusieron manos a la obra con las cuotas, las paridades y las manifestaciones.

Pero cuanto más de izquierdas, más feminismo, y por eso era necesario Podemos para dar otra vuelta de tuerca y “feminizar la política”, que todavía quedaba mucho “machista frustrado”, como decía el Coletas. Lo de la igualdad de derechos y la no discriminación —que, por cierto, está en la Constitución del 78— no era suficiente. Había que feminizar desde el lenguaje hasta la ciencia. Y así pasamos del tradicional “señoras y señores”, que se decía al hablar en público, al “todos y todas” (lo de “todes” da para otro artículo) y “nosotros y nosotras”, para, a continuación, acabar diciendo “portavoces y portavozas” y, por último, suprimir el masculino y usar simplemente “vosotras”, aunque te estés dirigiendo a una asamblea de mineros del carbón. O aplicar la perspectiva de género a las matemáticas, porque los números son heteropatriarcales y las númeras están discriminadas.

Es cierto que algunos detalles hacían suponer que el sistema no estaba del todo logrado. Las intenciones de Pablo Iglesias de “azotar a Mariló Montero hasta hacerla sangrar”, confesadas a Monedero —otro ilustre aliado feminista— revelaban ciertos fallos del modelo. O lo de ir cambiando de novia y mandando a las anteriores al gallinero del Congreso… que le pregunten a Tania Sánchez. Pero nadie es perfecto, como decía Jack Lemmon a Tony Curtis, adelantándose a su tiempo.

Nuestro actual Gobierno no se queda atrás. Sánchez es feminista hasta en inglés. “Only through feminism will we build the best democracies”, decía, dando lecciones de feminismo a toda Europa. Su vicepresidenta Yolanda no se queda atrás y, como no sabe inglés por culpa del heteropatriarcado que no le convalida sus másteres, se queda en la parte nacional y propone cambiar la “patria” por la “matria”.

Lo que no sabíamos los del patriarcado es que el feminismo fuera tan suelto de bragueta, que si no más de uno lo habría abrazado con entusiasmo. Y así nos hemos enterado de que los aliados feministas del puño y la rosa dedicaban buena parte del presupuesto a empoderar al sector de las prostitutas. Desde Ábalos, que las colocaba en TRAGSATEC con ayuda de la fontanera, cuando no las paseaba por el Parador de Teruel en plena pandemia, hasta Koldo, experto en la gestión de “scorts” para la trama del Peugeot.

Los de Podemos no pagan prostitutas porque les basta con acosar a las podemitas. Y así nos enteramos de que Errejón, con esa pinta del plasta que no se comía un rosco en la Uni, resultó ser una especie de Rocco Siffredi que, en las fiestas, se sacaba el aparato en cuanto se daba la vuelta cualquier afiliada. Aunque no fue el primero, porque eso parece que se aprende en la Facultad de Ciencias Políticas. Allí Monedero puntuaba a las alumnas más por lo que se movieran en la piltra, que diría un castizo, que por lo que escribieran en el folio.

Por eso, cuando tocaron poder y pasaron de cambiar sexo por notas a cambiarlo por cargos remunerados, vino el desmadre. Alguien decía que los de Podemos vinieron a la política a follar, y parece que no les ha ido mal. Pero ojo, que eso no invalida sus firmes convicciones feministas. Como manifestó Errejón al juez, cuando le preguntaba si “solo sí es sí”: “Eso lo he visto escrito en la denuncia, pero en la vida real la gente no va con consignas”.

Las escuchas de Koldo también plantean algunas dudas existenciales, pues no sabíamos que el nuevo feminismo socialista consistiera en decirle a las señoritas cosas como: “Que se vea la teta” o “Gorrión, estoy yo pensando que por qué no me traes una cubanita para este fin de semana”. Pero estoy seguro de que, como Errejón, también tendrán alguna forma de explicarlo ante los jueces. Porque yo no pierdo mi fe en Pedro Sáunez, digo Sánchez y, como él, estoy “roto de dolor” por su error en “haber confiado en personas que tienen ese tipo de conversaciones vergonzosas sobre las mujeres”. ¡Aguanta, Pedro, por la igualdá!