Hace unos meses, el Ayuntamiento
de Madrid me sancionó por no identificar al conductor de mi vehículo, cosa harto
complicada dado que en ningún momento me notificaron la obligación de identificar a nadie. De nada sirvieron mis
protestas, ni mi infructuosa solicitud de puesta de manifiesto del expediente,
como marca la Ley. Inexorablemente fui recibiendo sucesivas cartas-tipo en la
que desestimaban todas mis alegaciones y recursos sin mencionarlos siquiera, en
un alarde de incompetencia y/o mala fe administrativa a resultas de la cual
todavía desconozco el hecho que motivó la multa.
Esta es la moneda común de unas administraciones
que utilizan torticeramente sus potestades sancionadoras para hacer caja, pero a
las que en el fondo les importa un pimiento el cumplimiento de sus propias leyes, que ni siquiera se molestan en dar a
conocer, lo que tampoco es extraño habida cuenta que solo el Gobierno y el Parlamento
aprueban 50.000 páginas anuales, diez veces más que USA en siete u ocho años.
Nada menos que 1.676 decretos estatales llevamos
aprobados en 2012, el último de los cuales comienza, literalmente, diciendo
cosas tan útiles y novedosas como “el café son las semillas sanas y limpias
procedentes de las diversas especies del género botánico «Coffea»". Unido a la
normativa autonómica, provincial y municipal, el resultado son kilómetros de
páginas llenas de mandatos de todo tipo que hacen buena la frase de Tolstoi “es
más fácil hacer leyes que gobernar”.
Y si al menos nos quedara el
consuelo de ver a las administraciones cumpliendo las normas que nos imponen a
los demás. Pero recuerdo la indignación de un amigo a quien paralizaron la
apertura de una guardería por carecer de unas pegatinas señalando la salida,
mientras a unos pocos cientos de metros abría sus puertas un colegio público
sin terminar, donde los niños entraban y salían entre excavadoras y grúas, en
una sonrojante demostración administrativa de la ley del embudo. Por no hablar
de las golfadas que nos muestran los diarios, protagonizadas por los mismos que
dictan las reglas del juego, campando a sus anchas mientras a los
ciudadanos cumplidores un despiste les supone el descuadre del presupuesto mensual,
haciendo que en un país plagado de normas vivamos en la anormalidad más
absoluta.
La necesaria regeneración
democrática debería empezar por mandar a la basura toneladas de papel de
diarios oficiales, y sustituir tantas reglas absurdas por unas pocas sensatas,
creíbles y que se hicieran cumplir por todos. Podríamos aprender de los americanos que,
antes de Obama, tenían un comité para decidir si era realmente imprescindible
aprobar cualquier regulación y que tuviera el mínimo impacto en la libertad de
las personas. Aunque no estoy seguro de que la propuesta tuviera éxito aquí,
pues los españoles llevamos dentro un Torquemada pronto a indignarse ante el
primer suceso que ocupe un titular de prensa, exigiendo normas y castigos, casi
siempre para los demás, sin asumir que
la realidad no puede cambiarse con palabras sino con decencia y hechos.
Así seguimos en el “vivan las caenas”, que gritaban los partidarios de Fernando VII, sustituido el monarca absolutista por un Estado omnipresente dotado del poder de regular cosas que el propio rey felón no se hubiera atrevido a soñar. Decia Montesquieu que “las leyes inútiles debilitan a las necesarias”. No seré yo quien lleve la contraria al maestro, pero me permitiría añadir una cosa: sobre todo debilitan nuestra libertad.
Así seguimos en el “vivan las caenas”, que gritaban los partidarios de Fernando VII, sustituido el monarca absolutista por un Estado omnipresente dotado del poder de regular cosas que el propio rey felón no se hubiera atrevido a soñar. Decia Montesquieu que “las leyes inútiles debilitan a las necesarias”. No seré yo quien lleve la contraria al maestro, pero me permitiría añadir una cosa: sobre todo debilitan nuestra libertad.
Estos días el Ayuntamiento de Madrid me mando una circular diciendo que no podemos sacar los cubos de basura hasta una hora antes del paso del camión de recogida, que pasa entre las diez y las doce de la mañana. Tendremos que decirle a nuestros jefes que no podemos ir a currar hasta las once para poder sacar las bolsas de basura, que absurdo, eso y la despótica, tiránica y antidemocratica sanción si encuentran una bolsa sin reciclar en el contenedor comunitario que esta en la calle y al que puede arrojar basuras cualquiera, bueno pues el supremo dice que sí, que se puede sancionar a toda la mancomunidad de propietarios que somos 130, por una bolsa que a lo mejor tiro otro que ni siquiera vive ahí. Viva la democracia, la seguridad jurídica, la presunción de inocencia y la prohibición de castigos colectivos sin siquiera identificar al infractor. Ese es nuestro país.
ResponderEliminarOtra cosa asegúrese en CEA le costara 90€ anuales pero le quitara con recursos fundamentados toda esa porquería de sanciones, con una que le retire ya compensa varios ejercicios.
Saluditos.
Normas y más normas, que solo obligan a los administrados y nunca al poder público. Cómo envidio el sistema del common law británico! Y gracias por el consejo amigo Zorrete!
ResponderEliminar