Andan el gobierno y las
instituciones europeas a vueltas con las cajas, arreglando o liquidando los
restos de ese galimatías de fusiones frías y calientes, paridas por una
ingeniería financiera fecunda en términos y operaciones que parecen destinados
a confundir a todos. Ya nada queda de las entrañables Cajas de Ahorro y Monte
de Piedad, cuyas sucursales eran las depositarias del primer dinero, en
ocasiones una peseta o un duro, que los recién nacidos recibían de sus padrinos
o abuelos. Su lugar ha sido ocupado por corporaciones con nombres pomposos como
Bankia, Liberbank, Caja3 o Unnim, tras los que se oculta un enorme agujero
financiero, y otro más profundo en el lugar donde las originales tenían el corazón.
Muchos nos preguntamos cómo ha sido
posible que unas entidades centenarias, presentes en las plazas de cada pueblo de España, hayan sido
barridas del mapa en estos pocos años de desmadre. Toda clase de explicaciones
se han dado, desde la crisis financiera al mal hacer de los supervisores
bancarios. Mas el hecho de que el tsunami financiero haya arrasado las cajas, dejando
en pie a los bancos, demuestra que el germen del desastre estaba en su interior,
en forma de injerencia política, incompetencia, despilfarro y falta de ética,
adornado todo ello con la corona de la vanidad.
Al perder las cajas su representatividad
para convertirse en el instrumento financiero de los gobiernos autonómicos
renunciaron a la defensa de los intereses de los ahorradores, poniéndose al dictado
de unos políticos dispuestos a usarlas como instrumentos propios. Y surgieron
nuevos gestores también politizados, desde funcionarios a médicos de familia
(hasta un cura había en danza) que tenían en común el desconocimiento del
negocio y la docilidad a quienes les habían nombrado. También la soberbia, que
hizo creerse tiburones financieros a quienes no distinguían un bono de una
opción de compra.
El resultado a la vista está: fallidos
créditos multimillonarios a promotores, financiación de rascacielos vacíos o aeropuertos para paseantes, visas-oro, coches con chófer, y sueldos y dietas
inconfesables. En un supremo alarde de inmoralidad los responsables del agujero, una vez
que éste se reveló a los ojos de todos, quisieron cubrirse las espaldas con
indemnizaciones millonarias y planes de pensiones escandalosos.
Las víctimas de tanto desatino,
como siempre, fueron los más débiles. Así, los modestos impositores cuyos
ahorros se fueron por la alcantarilla convertidos en productos como las
acciones preferentes, que les vendieron aquellos en quien confiaban, o los
destinatarios de la obra social, tabla de salvación para la construcción de
residencias de mayores o centros de discapacitados.
Seguramente los intereses
políticos y económicos impedirán que se depuren las culpas, y quienes irresponsablemente
jugaron y perdieron un dinero que no era suyo se irán de rositas. No podrán
evitar, sin embargo, que les persiga el recuerdo de los ancianos a los que se
despojó de sus ahorros de toda la vida, o la mirada de los niños privados de la
atención que necesitaban. En cuanto al
resultado del proceso de reestructuración poco importa ya, porque el
dinero público puede restituir a las cajas su solvencia pero nunca les podrá devolver
el alma. Descansen en paz.
Mi abuelo, que fue consejero de la Caja de Ahorros de La Coruña y Lugo en los tiempos de la oprobiosa, siempre decía: "Las Cajas han de manejarse con mucha seriedad, porque son el ahorro de los pobres".
ResponderEliminarSi levantara la cabeza...
¿Que dónde están las Cajas? De momento Caja Badajoz está en Zaragoza. Muy coherente, si señor.
ResponderEliminar