miércoles, 22 de febrero de 2012

Extremadura se cae (y 3) La mentira empresarial.



Ibarra, como todo caudillo que se precie, tenía la pretensión de crear un conglomerado industrial que diera lustre a su proyecto político. Y así, milagrosamente surgió en Extremadura una industria metalúrgica. Al principio muchos no daban crédito a que un chatarrero local prosperara en un sector que estaba siendo desmantelado en el Norte de España. Pero quién dijo miedo a los descendientes de los conquistadores. Bastaba con dar todas las facilidades administrativas (instalar una siderurgia en medio de los valles jerezanos nunca fue un problema ambiental) y financieras (entre otras cosas el grupo absorbía la casi totalidad de los fondos del capital- riesgo público extremeño) y arreando que es gerundio.

No era lo único. Paralelamente impulsó otros proyectos en el sector de la construcción, siempre apoyando a empresas amigas en perjuicio de las de cualquier otro lugar de España que no tenían cabida en los concurso públicos. Lo de menos era que la adjudicación de las obras no cumpliera la ley de contratación administrativa. Si había que fraccionar los contratos se fraccionaban y, si no, se valoraban los méritos en la forma más conveniente. Así se fue excluyendo a todos en beneficio de una reducida camarilla de empresas amigas, cuando no participadas por cargos políticos, que vivían al amparo del DOE.

Fernández Vara no quiso ser menos y se rodeó también de un entramado empresarial que tenía poco que ver con el mercado y mucho con la Administración. Ahora no se trataba de cuatro compadres que se juntaban para comer los fines de semana, sino que la cosa se articuló en un conglomerado de empresas públicas, clústeres, asociaciones de emprendedores y foros de todo tipo, con más organigrama que mercados y clientes. Pero entre los fondos europeos y el recurso al déficit se conseguía el dinero para hacer girar las ruedas del artefacto. Y el aprendiz de brujo consiguió titulares periodísticos del calibre “la Junta se mete a empresaria”, que le hicieron hincharse como una pez globo, de modo que el nuevo Peter Drucker oliventino se permitía dar lecciones a auténticos empresarios, sin molestarse en estudiar la diferencia entre el debe y el haber.

Llegó la crisis y al principio pareció que el tinglado se mantenía, ajenos los actores a que las cosas de palacio siempre van despacio, pero van. Mas, cuando cayeron los ingresos públicos y se cerró el grifo financiero, el chiringuito empresarial se encontró colgado de la brocha de la Junta de Extremadura y sin la escalera de cualquier empresa, que no es otra que el mercado. Eso, unido al cambio de gobierno regional, le dejó sin capacidad de respuesta, porque se habían olvidado de lo que es un cliente y una venta.

Y así los grandes grupos empresariales de Ibarra son hoy un puro concurso de acreedores y los más pequeños y elegantes de Vara son como peces que boquean fuera de la pecera. Bien, poco había y poco quedará. Se ha perdido una magnífica oportunidad, pero no debe ser ese el último vagón al que podamos subirnos. Siempre hay otra ocasión para el que la busca, pero esta vez debemos procurar montarnos en un ferrocarril de verdad y no en un trenecito de juguete, aunque tenga bonitas luces de colores.

4 comentarios:

  1. Que informado te veo de los asuntos de Extremadura. Me gusta y me interesa por cuestiones familiares. Recuerdo cuando dijo que dejaría a Navarra sin un esparrago y sin piparras, naaaa de naaaa.
    Saluditos.

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  2. Una cosa. Veo que sigues teniendo lo de las palabras del código de palabras clave para evitar maquinas y bot para los comentarios. Con el nuevo sistema de blogger es innecesario y algo molesto para los amigos que quieran comentar en tu blog. Todo el mundo los esta quitando. Puedes verlo en google reader o en el blog de blogger. Lo digo solo para tú información, ya que en la la actualidad los comentarios sospechosos los mete el sistema directamente en la carpeta de spam.
    Saluditos.

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  3. El caso de Ibarra es lógico: no era más que un palurdo.

    Más grave es lo de Vara, a quien todos -incluso la derecha sin remedio-, querían vender como alguien presentable, cuando no era más que un frívolo sin sustancia.

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