Cuando Berlín fue bombardeada por los aliados en la 2ª G.M. no quedó casi nada en pie que permitiera recordar lo que había sido la capital alemana. Tal magnitud tuvo la catástrofe, que los taxistas no reconocían las calles de su ciudad. Imaginad la desesperación de unos ciudadanos que se veían sin nada y con la incertidumbre del vencido, a merced de un enemigo cuyos propósitos ignoraban.
Las ciudades españolas tienen hoy sus edificios más cuidados y limpios que nunca y no hay peligro de bombardeos, ni de que un enemigo extranjero pise nuestro suelo. Sin embargo el estado de desánimo no es muy distinto del que debían sentir los alemanes hace poco más de medio siglo. Efectivamente, se ha apoderado de los españoles un pesimismo contagioso que ha llevado a que ya ni siquiera los gurús del optimismo se atrevan a manifestarse, temerosos de parecer fuera de tono.
Por el contrario, se erigen en pregoneros de la hecatombe los mismos que, cinco años atrás, llamaban cenizo y antipatriota a cualquiera que se atreviera a decir que venía una borrasca y era necesario tomar medidas. Sindicalistas de a 180.000 euros y políticos fracasados ponen el grito en el cielo y llaman a la revuelta contra cualquier posible solución a los males que ellos más que nadie han contribuido a crear, en una reedición del dicho absolutista “después de mí el diluvio”. Y para rematar la faena, los medios han entrado al trapo de las lamentaciones con un entusiasmo digno de mejor causa. Algunos locutores parecerían encantados de narrar en directo la noticia del fin del mundo según el calendario maya.
Pues bien, volviendo al principio, hoy los berlineses disfrutan de una ciudad convertida en el centro económico de Europa. Y no hay ninguna razón para que nosotros no podamos superar la crisis como hicieron ellos. La historia nos dice que los pueblos con voluntad de superar los obstáculos siempre lo han conseguido. Ignoremos a quienes, tras haber pilotado un proyecto fallido, en lugar de apartarse y permitir que otros tomen el timón para conducirnos a buen puerto, pretenden hacernos caer en la desesperanza y el nihilismo. Conseguir de nuevo que España sea un país próspero y respetado solo depende de nuestras ganas de levantarnos otra vez.
Nada de lo que merece la pena se consigue sin esfuerzo y no ayudan a comenzar la tarea las lamentaciones de muchos a los que les es aplicable el dicho “la rueda más estropeada del carro es la que hace más ruido.” Así que, ya puestos, nos apretamos los machos y salimos de casa llorados y peinados, porque hace mucho frío y la mejor forma de entrar en calor es moviéndose, aunque sea en círculo.
Completamente de acuerdo, si señor.
ResponderEliminarLos que nos llevaron a esto, Juan Luis, siguen ladrando. Era previsible. "La rueda más estropeada del carro es la que hace más ruido." Dejemos, pues, que sigan manifestando su condición de perros, y hagamos algo.
ResponderEliminarUn cordial saludo.
En ello estamos Tio Chinto. Cada vez estoy más seguro de que saldremos de ésta.
EliminarYo ya estoy listo y con mis tapones de cera y atado al mástil si hace falta.
ResponderEliminarSaluditos.
Esa es la actitud Zorrete. Además, creo que los cantos de sirena de los agoreros van a estar bastante desafinados.
EliminarYo siempre canto en la ducha el "Soplen serenas las brisas, ruja amenazas la ola, etc."
ResponderEliminar¡Quién dijo miedo!
Ahora toca destruir un poco (farolas, calles, palacios, bancos ... por suerte son tan ignorantes que desconocen las bibliotecas y los registros) y así los de siempre deberemos hacer doble esfuerzo. Menos mal que España tiene una tremenda capacidad para recuperarse de los desastres
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