Andamos los españoles
conmocionados por las revelaciones del caso Bárcenas mientras el PP, como en el
chiste del gitano con el cochino al hombro, al escuchar el alto de la guardia
civil pretende sacudirse los millones pegados a la espalda de su tesorero gritando:
“qué haces aquí bishooo?”. Rubalcaba tampoco hace mucho ruido porque, en la
financiación ilegal de los partidos, quien no coge las uvas de dos en dos es
porque las coge de tres en tres.
El problema es que hemos tragado con
todo mientras nos iba bien, haciendo la vista gorda tanto sobre el patrimonio
injustificable del rey como sobre el fraude a la Seguridad Social del parado
que trabaja en negro. Así, en las tres comunidades más salpicadas por los
escándalos siguen gobernando los mismos que los han protagonizado, PSOE en
Andalucía, PP en Valencia y CIU en Cataluña. Cómo nos vamos a sorprender ahora
de que los políticos encuentren legítimo coger sobres de dinero suizo, digo
sucio.
Recuerdo de pequeño que el “no
robarás” lo teníamos muy marcado desde el colegio, donde el ladrón recibía el
trato de un apestado y, si era pillado “in fraganti”, se le invitaba a hacer la
maleta y no volver. A medida que crecí escuchaba, cuando alguien cobraba lo que
no se merecía, “eso es lo mismo que robar”. Pero pasados los años se puso de
moda la palabra “pelotazo” y quien lo daba se convirtió en un triunfador,
admirado por todos. Y poco a poco nos hemos ido convirtiendo en un país de
chorizos, sentados sobre una inmensa bolsa de inmundicia donde lo mejor es no
mirar hacia abajo paro no verla.
Es el fruto de haber sustituido la
verdadera ética, basada en principios sencillos como no robar, no engañar o no
birlarle la mujer al vecino, por una más “light”, fundada en otros muy
complicados de enunciar pero mucho más fáciles de observar como “velar por la
sostenibilidad del planeta”, “respetar la diversidad de género” o “tener en
cuenta la multiculturalidad”. La ventaja era que, mientras para cumplir con la
primera hace falta decencia y vencer tentaciones continuas, para esta última solo
hace falta echar la basura en un cubo con una bolsa amarilla y no decir las
palabras “maricón” o “sudaca”.
Y ahora caemos en la cuenta de
que la ausencia de un código moral anclado en los valores vigentes durante
siglos no solo afecta a nuestra conciencia sino, también, a nuestro bolsillo. Probablemente
este último escándalo quede en agua de borrajas y escampe en cuanto la recuperación económica se haga evidente. O puede
que sea la gota de agua que desborda el vaso y, como en Italia hace años, una
ola venga a llevarse por delante el sistema de partidos de nuestra
democracia. Ojalá fuera así y una regeneración moral de gobernantes y gobernados
permitiera que esta podredumbre sea sustituida por algo merecedor del respeto
de la gente honrada.
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