Tras la estela del Reportero Total, que además de gracia tenía la ventaja de la originalidad, han proliferado en las televisiones del país una serie de reporteros bordes que asaltan a cualquier personaje público con la sana intención de hacerlo quedar como un imbécil.
No hay defensa, cualquiera es abordado por el follonero, la chinita u otro caradura que le preguntará sin previo aviso por el color de los calzoncillos que usa o por su opinión sobre los zapatos del Papa. Y salvo que las musas le iluminen con una frase genial, el interpelado aparecerá como un patoso. La otra opción es hacerle una peineta al impertinente, lo que aprovechará el Wyoming de turno para llamarle fascista o algo parecido. Y así, personajes relevantes de la vida pública huyen despavoridos ante una reporterilla armada de minifalda y mala leche.
En tiempos en que los políticos y los periodistas eran gente seria esto no pasaba, porque se respetaba la posición y el mérito. Si a Don Antonio Maura, que no llevaba escolta, se le hubiera subido a las barbas el meritorio de un periódico en el Café Gijón, es un suponer, lo hubieran fulminado con la mirada todos los contertulios y a renglón seguido un camarero lo habría puesto de patitas en la calle.
Pero ahora la notoriedad va unida a la mediocridad y la madre de la hija de un torero aventaja en popularidad al científico más relevante del país. Antes, para competir en fama con un sabio como D. Santiago Ramón y Cajal al menos había que saber torear, no bastaba con beneficiarse al diestro. Pero hemos bajado tanto el listón que un ni-ni seleccionado para una encerrona en una granja, además de ser conocido por media España, se levanta en un par de meses lo que tarda dos años en ganar un estudiante brillante con una carrera y el postgrado. Luego no es de extrañar que se crezcan.
De todas formas consuela pensar que el fenómeno no es totalmente nuevo, porque del S.XVII es el dicho “Un necio siempre encuentra un necio mayor que le admira”.
La mediocridad cuesta tan poco que se adquiere a precio de saldo; el mérito, por el contrario, sólo se consigue al precio del oro. Dicho en plata: la mierda está al alcance de cualquiera; la calidad, al de muy pocos.
ResponderEliminarEn efecto, el fenómeno no es nuevo.
ResponderEliminarYa lo decía Iñaki Ezkerra refiriéndose a Sardá y similares: "esa máscara de <>, que no es máscara, sino la jeta de toda la vida".
Lo que ha cambiado, lo que es verdaderamente novedoso, es la reacción frente a estos pelagatos.
Antes se les habría despreciado y reprochado su actitudes gamberriles; hoy se les jalea y se les rie la gracieta.
En realidad no son más que unos desalmados, calificativo desgraciadamente en desuso.
Error en el comentario.
ResponderEliminarLa cita completa de Ezkerra es: "esa máscara de me atrevo a lo que sea, que no es máscara, sino la jeta de toda la vida".
Vale.
Así están las cosas y no parece que el mal sea pasajero, cosas veredes.
ResponderEliminarSaluditos.