Reconozco que el hundimiento del Costa Concordia frente a la isla Giglio me ha impresionado. No tanto por las imágenes del gigante panza arriba, como por las causas y la forma en que se ha producido el naufragio. Los medios de comunicación y muchos de los pasajeros rescatados han comparado el suceso con el hundimiento del Titanic, y eso invita a volver la vista al drama acaecido justo 100 años antes.
Hombre, dejando al margen la desgracia por la pérdida de vidas humanas, cualquier comparación entre uno y otro es mera coincidencia. La tragedia del orgullo de la White Star Line, navegando a toda velocidad contra un iceberg que le acecha en la oscuridad, mientras un serviola otea el horizonte con su vista como única defensa frente al coloso de hielo, ciertamente aventaja en épica a la de un supercrucero mediterráneo, equipado de radares, sonares y toda la parafernalia electrónica, que se estampa contra unas rocas a cien metros de la costa porque el capitán ha decidido pasar cerca del pueblo del maître de a bordo para que los isleños tomen fotos del barco.
Cómo cambian los tiempos, antes a los buques los hundían los elementos y ahora los hunde la frivolidad. Así no hay forma de hacer una película del suceso. Si pretendiéramos rodarla, en lugar de llamar a Di Caprio habría que echar mano de Mr. Bean.
Eso sí, el capitán ha sido fiel a la tradición italiana de salir por pies cuando pintan bastos. No puedo evitar que me venga a la cabeza la frase de un británico en la campaña de África durante la II Guerra Mundial. El militar, parafraseando el dicho “un inglés es un imbécil, dos son club y tres un imperio”, añadía “un italiano es un tenor de ópera, dos son una retirada en desorden y tres una rendición incondicional”. Esta vez el italiano no ha necesitado compañía y, en lugar de cantar la Traviata, ha cantado la gallina mientras se daba a la fuga en un bote salvavidas dejando abandonados a su suerte a los pasajeros que quedaban a bordo.
Al menos lo perdido en épica lo ganamos en igualdad, porque en este naufragio había botes para los pasajeros de todas las clases sociales. Por suerte, salvar la vida en estos tiempos no depende tanto del precio del pasaje como de lo listo que esté uno cuando saltan las alarmas.
Decía Einstein que “hay dos cosas infinitas, el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”. La enseñanza que podemos extraer del suceso es la importancia de la humildad, porque se ha demostrado claramente que los ingenieros todavía no ha conseguido construir máquinas a prueba de la estupidez humana.
Dices por escrito, Juan Luis, lo que yo pensé nada más oír esas comparaciones que están haciendo entre los dos naufragios. Hace falta no tener idea de lo que fue el hundimiento del Titanic, para compararlo con el del Costa Concordia.
ResponderEliminarManda hu... vaya tela. Que se cargue un barco como este y ponga al pasaje vacacional con resultado de muerte un frívolo cobardón como este, no creo que este suficientemente contemplado en el código penal. Como bien dices la estupidez aún no es delito, pero debería serlo en según que casos.
ResponderEliminarSaluditos.
Pues a mi el "capitano" me parece un tipo muy de nuestro tiempo: frívolo, golfante, sin sentido del deber,...
ResponderEliminarLe falta ser amigote de Urdangarín.