Crecen las críticas a las
políticas de austeridad impuestas por los países de la UE. A los clásicos, como
Krugman y Toxo, se unen muchos más que las consideran suicidas, hasta han acuñado
el término “austericidio”, y piensan que ha llegado el momento de las políticas
de impulso, sonora palabra que no significa nada.
Todavía estoy esperando que
alguien me explique claramente qué demonios son las políticas de impulso.
Aunque intuyo que lo que esconde la palabreja no es otra cosa que el Estado,
las comunidades autónomas y los ayuntamientos sigan gastando a manos llenas el
dinero que no tienen. La última política de impulso promovida en nuestro país
fueron los Planes-E de Zp, con un gasto de 50.000 millones de euros, que arruinaron
nuestras arcas públicas, provocaron los déficits que todavía estamos pagando y casi
acaban con la tesorería de la SS, la sanidad y la educación. Eso sí, a cambio
de llenar nuestras ciudades de carriles bici, polideportivos inútiles y pistas
de pádel.
La explicación de que el engendro
sea tan popular la tiene Homero en la Odisea. Es tentador dejarse embrujar por
el canto de unas sirenas que nos prometen terminar con la situación en que nos
encontramos sin esfuerzo y a corto plazo. Pero no olvidemos que estas sirenas,
que nos piden que saltemos a una piscina vacía, son quienes se han bebido el
agua, por lo que es mejor taparnos los oídos con cera y no dejarnos llevar al
abismo donde quieren terminar de devorarnos. No sucumbamos a la paradoja de creer, cuando
la confianza en los políticos está por los suelos, que serán ellos los que
gastando sin tasa nuestro dinero nos saquen de la crisis. Eso es más que el
triunfo de la esperanza sobre la experiencia, es simple y llanamente una estupidez.
La culpa de nuestros problemas no
la tiene el euro, ni Europa, ni los mercados, ni la Merkel. La tiene el que
todos en mayor o menos medida nos hemos equivocado, viviendo por encima de
nuestras posibilidades y permitiendo que nos robaran la cartera mientras creíamos
que no nos afectaba. Tendremos que pagar por ello, lo estamos haciendo, igual
que se pagan con la resaca los excesos de una fiesta. Es duro porque, ya lo decían
en You Tube los vejetes del pueblo de Soria, “pa arriba se va mu bien, pero ir pa
abajo se va mu mal”, más no hay atajos. Vamos a salir de ésta sin ninguna duda, pero no será comprando las políticas
de impulso como una lotería que nos proporcionará el bienestar repentino, pues lo dice
bien claro el refranero: “no hay más lotería que el trabajo y la economía”.
Y mientras sean los lobos los que cuidan del gallinero las gallinas irán sucumbiendo al hambre de sus amos.
ResponderEliminarRebelión en la granja o dejarse comer, decidamos.
Saludos
http://ansiadalibertad28012013.blogspot.com.es/
El problema es que a los lobos les va el sueldo en ello y se agarran como garrapatas. Y las gallinas no tenemos tiempo para echarlos a patadas. En fin, que Dios nos asista!
EliminarUn saludo.
Por cierto, muy chulo el blog.
EliminarUn blog de mínimos es el mío :-)
EliminarEsto es, como decía un amiguete, el descojonamiento de Espronceda.
ResponderEliminarDe un lado, la autoridad académica y moral de Krugman, equivalente a la de Hannibal Lecter.
De otro, la gran mentira: "el fracaso del capitalismo", "el liberalismo salvaje".
Que aquí lo único que ha habido es socialdemocracia e intervencionismo. Y si no quieres caldo, dos tazas: mas socialdemocracia y mas intervencionismo.
Eso son las políticas de impulso.
De cabeza a la catástrofe.
Y lo que nos queda. Su madre!
ResponderEliminarDentro de las políticas de impulso geniales estaba "el puente a ninguna parte de Alaska".
ResponderEliminarMerece la pena conocer la historia.