No sé si Rajoy y su plana mayor lo
saben pero están muertos. Su problema no
es Bárcenas ni El País. En realidad ni siquiera el PP es el problema, pues si Rubalcaba
y sus colegas piensan pescar en el río revuelto de la corrupción política están
listos, porque también son parte de las aguas sucias. El problema es que estamos
hartos de que nos tomen el pelo y traicionen muestra confianza una y otra vez aquellos
en quienes la pusimos. El problema es que estamos cansados de sacrificarnos
para que los que debían dar ejemplo se lo lleven en sobres, EREs o comisiones.
El problema es que se ha abierto
una brecha infranqueable entre ellos, los políticos, y nosotros, los españoles
indignados ante el lamentable espectáculo que se ofrece a nuestros ojos. Y al
hablar de nosotros no me refiero a los que se manifiestan contra la corrupción
de derechas perdiendo magníficas ocasiones para manifestarse contra la de
izquierdas. Tampoco a los que hablaban de la corrupción del PSOE y ahora tratan
de tapar la del PP al grito de “tú más!”,
como si la corrupción fuera cuestión de cantidad. Me refiero a todos los que
tratamos de empujar el carro por este camino empinado que bordea el precipicio
y vemos a los conductores, en lugar de en el pescante dirigiendo el tiro,
entretenidos metiendo la mano en el bolsillo de los viajeros.
El cisma que se ha abierto entre
los españoles de bien y su clase política es de tal dimensión que no hay forma de
cerrarlo. No mientras sigan al frente los que ensuciaron sus manos con dinero
ajeno, valiéndose de su condición de servidores públicos. Cómo van a pedirnos
esfuerzos quienes no los hacen, o ejemplaridad los que actuaron al margen de la
ley? No se imaginan el daño que han hecho al país y a ellos mismos, porque han
cavado su fosa. Les hemos perdido el respeto y sin él, al final queda el
desprecio y la patada.
Pero si es cierto que nuestra
clase política es una calamidad, no lo es menos que “un optimista ve en cada
calamidad una oportunidad”. Y puede que ésta sea la gran oportunidad de una
sociedad civil que en España siempre estuvo a la sombra del poder sin ningún motivo,
pues lo cierto es que la gran transformación de nuestra economía, como de tantas
cosas, no la han hecho los políticos. No son ellos quienes han reformado
nuestro modelo productivo en plena crisis, sustituyendo el ladrillo por las
exportaciones. Tampoco quienes han conseguido invertir el saldo de la balanza
de pagos, o los que han creado las empresas que constituyen la mejor bandera de
España más allá de nuestra frontera.
A lo mejor es el momento para que
una sociedad civil sin complejos asuma el protagonismo que se merece, mirando a
los políticos desde arriba y demostrando
que hay vida al margen del poder. Quizá este momento de oscuridad política sea
la oportunidad para que la sociedad civil ilumine la nación generando formas de
participación ciudadana al margen de la política, reduciendo la intromisión del
Estado en los ámbitos de decisión y libertad individual. Si algo así se
produce, puede que la crisis institucional tenga un fruto inesperado.
Un partido político que aguantó casi veinte años de travesía del desierto. Que ha recibido once millones de votos. Que cuenta con setecientos cincuenta mil afiliados. Que tiene hasta mártires.
ResponderEliminarY estos tíos serán capaces de cargarselo. Muy meritorio, si señor.