La astracanada de los pasados premios Goya no es una cuestión de izquierdas y derechas, sino de educación. Lo de menos es que las vendedoras de hipotecas critiquen a los financieros que les contrataban, las tardohuérfanas denuncien la decadencia hospitalaria con un gobierno de retraso, o los residentes fiscales en el extranjero protesten contra los recortes. Al fin y al cabo cada uno es libre de opinar por su cuenta y riesgo lo que le plazca. Eso sí, no vale quejarse luego si te despellejan por tu hipocresía.
Se trata de saber estar y saber dónde estás. Y una manifestación básica del saber estar es la cortesía con los huéspedes, que incluye no reírse de ellos. Los Premios Goya se jugaban en casa de los actores y la academia anfitriona no debió mandar a una presentadora chistosa a mofarse del ministro invitado. En cuanto al saber dónde estás, yo jamás he visto a nadie en un acto institucional rajar contra la más alta institución del Estado, encarnada en nuestra monarquía. Pero parece que a los actores españoles (en USA es distinto) les va el hooliganismo y, con la excusa de que ”expresar las opiniones políticas es una necesidad”, no han dejado títere con cabeza. Pues menos mal que no les dio por satisfacer sus necesidades sexuales, porque aquello hubiera acabado en aquelarre.
Tampoco es malo, puestos a filosofar, preguntarse quién eres y a dónde vas. Y si esta simpática cuadrilla piensan que son una industria harían bien en cuidar a su clientela. Decía Hitchcock: “Para mí, el cine son cuatrocientas butacas que llenar”. A éstos les basta con doscientas y se permiten el lujo de criticar públicamente las ideas políticas de los llamados a ocupar la otra mitad. “En el fondo Alfred Hitchcock no sabía nada de cine”, deben pensar. Y siempre nos quedará la subvención.
Pero lo que más llama la atención es el tabú del IVA. Parece que quien no apueste por el IVA reducido es un enemigo público de la cultura y las artes escénicas. Nadie niega el derecho a la cultura, pero tampoco se niega el derecho a la libre circulación y por cada kilómetro recorrido en coche, pago IVA, impuesto de hidrocarburos e IVA sobre el impuesto de hidrocarburos (eso es para nota). Así que, puestos a elegir, en lugar de la excepción cultural, yo opto por la excepción gasolinera.
Decía Fellini “el negocio del cine es macabro, grotesco: es una mezcla de partido de fútbol y de burdel.” A lo que se ve, los protagonistas de la gala en lugar de grotesco entendieron goyesco, y cambiaron el fútbol y el burdel, que siempre tienen mucho éxito, por una lucha a garrotazos a cuenta del estado de la nación, aunque reservando todos los garrotes para uno solo de los contendientes. Y claro, pretender que el respetable se ponga en pie para aplaudir un bodrio semejante es pedir demasiado.
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