Lucía Etxevarría, plagiaria
reincidente, ha saltado a la fama últimamente no por su obra, que no lee ni
Cristo, sino por criticar a Amancio Ortega y su donación a Cáritas. Recuerda a
aquel escritor novel que, buscando la notoriedad en el Madrid de principios del
siglo pasado, publicó un articulillo en el calificaba a Cervantes como un
escritor mediocre, lo que le valió la rechifla general de los ilustres
contertulios del Café Gijón, autores de la categoría de Baroja o Valle Inclán.
Respecto a lo primero, no quiero
extenderme mucho: la envidia es el pecado nacional, y un español que ha logrado ser
una referencia mundial en el ámbito empresarial (caso de estudio en Harvard)
partiendo de la nada, a base de esfuerzo y talento, la
suscita en grado sumo. Pero seguramente le hubieran
perdonado si el beneficiario de la donación hubiera sido algún colectivo para
la igualdad de la mujer en la altiplanicie boliviana. Lo inadmisible es que la donación venga a constatar nuevamente que la referencia
en asistencia social en España es una organización vinculada a la Iglesia Católica,
que es más de lo que la progresía puede soportar.
El problema que plantea Cáritas a
sus críticos no es tanto el volumen de las ayudas que gestiona sino la forma en
que lo hace, consiguiendo multiplicar cada euro donado. Ese ejército de miles
de hombres y mujeres, sin distinción de clase o ideología, dedicando parte de sus
vidas a los demás trabajando como cocineros, repartiendo comida, paseando
ancianos, clasificando y cosiendo ropa, o visitando casas para conocer las
necesidades de otros y tratar de mitigarlas es un espectáculo de generosidad
colectiva insoportable para algunos. A
ello se añade que jamás se ha visto salpicada del más mínimo escándalo, cosa de
la que pocas ONGs, y ninguna de esa dimensión, pueden presumir.
Especialmente miserables son las
declaraciones del dirigente de Comisiones Obreras de Córdoba calificando a
Cáritas como una organización mafiosa. Para estos sindicalistas la caridad es
una tropelía injustificable y debe ser sustituida sin dilaciones por la
justicia social. Yo no tenía muy clara la diferencia hasta que me la enseñaron
con un caso práctico: caridad es compartir lo tuyo y justicia social es
compartir lo que has saqueado previamente en el supermercado de otros.
El contraste entre quienes llenan
sus bocas de palabras y quienes llenan sus manos de hechos
siempre queda en evidencia con el tiempo, cumpliéndose que “la verdad al final se abre paso
por si misma pues solo la mentira necesita complicidades”. Y la verdad es que en
España la palabra que define la solidaridad y ayuda a los que tienen necesidades
de cualquier tipo es una palabra latina: Cáritas. Y eso es algo que muchos no pueden
tolerar. Pero como dijo el hidalgo, “ladran luego cabalgamos”.
Y a todo ello podemos añadir que buena parte de las sedicentes "ONGs" no son más que una tapadera para los chanchullos de la progresía, de tal manera que las subvenciones para el "Estudio de la sexualidad avanzada en las aldeas del bajo Tchad" se reparten entre los sedicentes "estudiosos", simpáticos individuos cuyo único mérito es ser parientes de Juan Guerra y demás compañerotes.
ResponderEliminarAlto ahí, amigo. No te pases ni un pelo. Puede que las ayudas de la Junta de Andalucía al "desarrollo endógeno cualitativo de los cañicultores ecológicos del Distrito de Santa Catalina de Mossa-Sierra de Piura, Perú" sean difíciles de justificar, pero las subvenciones al "Estudio de la sexualidad avanzada en las aldeas del bajo Tchad" son imprescindibles.
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