Si la cifra de 350.000 desahucios
desde el comienzo de la crisis es impresionante, no lo es menos la de viviendas
construidas en España durante el boom inmobiliario: 6 millones, ahí es nada,
compradas a menudo como si fueran bombones, lo que explica muchas cosas. El ladrillo
fue el becerro de oro sobre el que se montó España a todo trapo. Y en el
ladrillo muchos montaron el BMW, el televisor de plasma, los muebles de diseño
y el viaje de novios. Curiosamente, los que en tiempos del crédito ilimitado, vino
y rosas, hablaban de sus pisos entre risas diciendo ”no es mío, es del banco”, se
sorprenden ahora al comprobar que, efectivamente, era del banco.
Todos se mesan los cabellos por
los desahucios como si fueran una novedad, cuando llevamos varios años
asistiendo a ellos. El espectáculo de estos días demuestra que nuestra sociedad
sigue enferma, adorando al becerro incluso después de comprobar que era de
latón. Suicidios por la propiedad de una vivienda? Ayuntamientos amenazando a los
bancos con retirar sus depósitos, en plan mafioso y al margen de la ley, para lavar
su imagen? Cuadrillas ciudadanas impidiendo la ejecución de decisiones
judiciales?
Además, no todos los desahucios
son iguales. No es igual el de quien se hipotecó y rehipotecó sin límites que
el de quien no lo hizo. Tampoco olvidemos a quienes cumplen con su hipoteca a
base de privarse de cosas a las que algunos desahuciados no renunciaron. Y no podemos
ignorar, por último, a quienes abdicaron de su aspiración a una casa en
propiedad porque la prudencia les hizo desistir de meterse en un crédito
imposible.
Los bancos, culpables en gran
medida de la situación, no pueden jugar con ventaja imponiendo a los desahuciados,
encima, una deuda personal de por vida. Pero tampoco es justo que quien
libremente compró una casa a crédito incumpla su obligación de pago, sin ningún
tipo de consecuencia, mediante el fácil recurso de poner el grito en el cielo. Las
viviendas no surgen del aire, y regalarlas supone hacer recaer sobre las
espaldas de los que apenas pueden pagar sus hipotecas, la carga de pagar de la del
vecino.
La solución a los problemas
reales no va a venir de la mano de pseudo-movimientos de indignados cuyo
concepto de la propiedad inmobiliaria no pasa de la toma de posesión de las
casas ajenas mediante la patada en la puerta y el cambio de cerradura. España es
un país capaz de garantizar un techo a sus habitantes, pero eso no tiene nada que
ver con paralizar los desahucios en función de la alarma social. El derecho a
una vivienda digna no consiste en tener en propiedad la vivienda que uno elija sin
pagarla. Hay mecanismos para impedir que nadie viva bajo un puente sin
causar agravios comparativos.
Así, abandonemos la demagogia y
la costumbre de reprochar a los demás nuestros males y pedir al Estado que
solucione todos nuestros problemas, pues eso nos lleva a convertirnos en
siervos. La vivienda es importante pero no tanto como para dar la vida o la
libertad por ella. Porque no hay que olvidar que un Estado capaz de darte todo
lo que quieres es capaz de quitarte todo lo que tienes.
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