Las frases sobre la necesidad de
cumplir lo que se debe inundan nuestro refranero: “quien paga manda”, “el que
paga descansa”, “las excusas de mal pagador” o “lo prometido es deuda” no son
sino ejemplos que ilustran un principio fundamental del derecho romano, base
del derecho privado y público: el “pacta sunt servanda” o, lo que es lo mismo,
los pactos deben ser cumplidos. Este principio ha sobrevivido a siglos de
bonanza y de carestía, a guerras y revoluciones, pues se basa en un elemento
esencial en las relaciones humanas: la confianza en que quien empeña su palabra
la cumplirá.
En los últimos tiempos estamos
viendo como algunos pretenden sustituirlo por otros más progresistas y
humanitarios como el “no debemos, no pagamos”, referido a la deuda pública, o
“piso expropiado, deuda condonada” en el supuesto de las hipotecas. A la ex-ministra Trujillo la han crucificado
por atreverse a decir en Twitter “El que tenga
deudas que las pague. Que no se hubiera endeudado.” Esta frase, que hubiera
suscrito hasta hace cuatro días cualquier persona seria, se ha puesto en
cuarentena por una serie de personajes que prefieren seguir la consigna marxista
del genial Groucho: “Pagar la cuenta? Qué costumbre más
absurda”.
Pues bien, cuando se dispara contra principios de tanta trascendencia como el cumplimiento de las obligaciones hay que mirar detenidamente lo que se hace, porque al final podemos acabar dándonos un tiro en la pierna. Está muy bien eso de que no se paguen los pisos, pero entonces habremos de concluir que, si el promotor no puede cobrar el producto de su empresa, tampoco estará obligado a pagar el jornal al albañil. “Qué dice usted insensato?”, responderán algunos, “no hablamos de constructores sino de bancos”. Ah, vale, entonces la que no cobrará será la cajera del banco prestamista, porque no habrá dinero en la caja, salvo que le paguemos con el dinero del rescate que tendremos que poner los demás vía impuestos. Porque aunque dijera otra ex-ministra que “el dinero público no es de nadie”, yo estoy seguro de que sí, igual que el privado, y cuando se le da a uno se le quita a otro.
Pues bien, cuando se dispara contra principios de tanta trascendencia como el cumplimiento de las obligaciones hay que mirar detenidamente lo que se hace, porque al final podemos acabar dándonos un tiro en la pierna. Está muy bien eso de que no se paguen los pisos, pero entonces habremos de concluir que, si el promotor no puede cobrar el producto de su empresa, tampoco estará obligado a pagar el jornal al albañil. “Qué dice usted insensato?”, responderán algunos, “no hablamos de constructores sino de bancos”. Ah, vale, entonces la que no cobrará será la cajera del banco prestamista, porque no habrá dinero en la caja, salvo que le paguemos con el dinero del rescate que tendremos que poner los demás vía impuestos. Porque aunque dijera otra ex-ministra que “el dinero público no es de nadie”, yo estoy seguro de que sí, igual que el privado, y cuando se le da a uno se le quita a otro.
Desconfío instintivamente del
buenismo santurrón de esos salvadores de la humanidad que hablan de socializar
todo y perdonar las deudas, porque suelen coincidir con quienes tienen muchas
deudas que pagar y ninguna que cobrar. Los que hablan del sufrimiento de quien
ve vencer sus deudas sin poder hacerles frente deberían ponerse en el pellejo del
que no puede pagar las suyas porque a su vez es incapaz de cobrar lo que le
deben. Es cierto que la crisis ha dado lugar a situaciones dramáticas, pero
esta no es la primera crisis de la Humanidad ni será la última, y a ver si por
evitar los suicidios de los deudores vamos a conseguir que se suiciden los acreedores,
que también tienen familia.
En la abundancia o en la crisis un
hombre vale lo que vale su palabra y, el que la empeña en devolver lo que ha
pedido a otro, tiene que afrontar las consecuencias en caso de incumplimiento, pues
en eso consiste ser una persona de honor. Nadie impide, en caso de insolvencia,
dar facilidades y aplazar o incluso condonar total o parcialmente la deuda, pero
eso es un privilegio del acreedor, no un derecho que el deudor pueda exigir
airadamente, pues como bien dice otra frase de nuestros acervo “los hombres
primero pagan, después se ofenden”.
Pues yo voy a ver si asalto un supermercado, que me hace ilu.
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