Eso me decía un amigo ante la diferente forma de enfrentarse a los problemas de una y otra nación. No se trata de un problema de desarrollo o de tecnología, sino de un problema de unidad y solidaridad de verdad, no de boquilla. Hablo de renunciar a lo nuestro por los demás, no de llenarnos la boca hablando de la integración de marginados que nunca llamarán a la puerta de nuestras casas, o de repartir el 0´7% del dinero que no es mío.
Cuando Alemania Occidental se enfrentó a la encrucijada de la reunificación con sus vecinos del Este, reconocieron a sus hermanos en aquellos que dos días antes, aunque hablaran el mismo idioma, amenazaban con ser la punta de lanza de una invasión soviética. Y asumieron compartir un mismo destino a sabiendas de que eso supondría recesión, paro y recortes, mientras los restantes países de la Unión Europea crecían al doble de ritmo que ellos.
Aquí, en cuanto hemos topado con la crisis, cada uno ha decidido salvar sus muebles a costa de lo que sea. Las comunidades autónomas se pelean por el presupuesto para tapar los agujeros creados por su despilfarro, cuando no hablan de separarse pretendiendo, eso sí, que los demás paguen sus facturas; los directivos que arruinaron las cajas han blindado sus contratos inmorales; los responsables de las inmobiliarias tratan de engañar a la gente diciendo que los pisos no bajarán, aunque ya nadie les cree, a ver si consiguen colar sus últimos saldos; los sindicalistas se suben el sueldo a cargo del erario mientras hablan de situación insostenible; y los políticos tratan de aprovechar las decisiones impopulares de los rivales para ponerse ellos en el mando.
Son preocupantes las reacciones a los recortes del gobierno. Aunque Rajoy es incapaz de vender Coca-Cola a los beduinos del desierto, lo cierto es que la forma en que han sido acogidas excede con mucho de la repercusión de las mismas. Si un país en quiebra técnica, en lugar de remangarse y soportar los sacrificios necesarios para salir de ella, se echa a la calle (o a las redes sociales) hablando de derechos, algo está fallando. Entiendo que la supresión de la paga extra a los funcionarios es una tocada de narices, pero alguien debiera decirles que trabajan para una empresa quebrada que si sale a flote va a ser gracias a las medias de ajuste, tanto las que afectan a ellos como las que afectan a los parados sin paga extra, o los autónomos que luchan por pagar las extras a sus empleados.
Que de ésta saldremos, aunque muchos agoreros no lo crean, no tengo ninguna duda. Lo que no tengo tan claro es si vamos a crear algo que merezca la pena o nos volveremos a comportar como nuevos ricos. Me asalta la incertidumbre sobre si seremos capaces de construir algo sostenible, donde el premio sea fruto del esfuerzo y la cerveza del fin de la jornada está ganada con el sudor propio, no con el crédito fácil. Cuando aparecen indicios de que no se va derrumbar todo, pienso si vale la pena conservar lo que hemos creado.
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