miércoles, 19 de octubre de 2011

¿Paz sin vencidos?



El tema del Pais Vasco me supera. Ya no entiendo nada de lo que pasa allí y cada vez me importa menos, como a casi todos los españoles. Al final, el instinto de conservación te dice que no puedes estar continuamente indignado por lo que sucede en un territorio que, al fin y al cabo, es pequeño y está lejos. El espectáculo siniestro de esos tipos torvos ocupando las instituciones públicas, con la bendición de un Tribunal Constitucional y un gobierno cuya ignominia les ha hundido en el pudridero de la historia democrática española, me disgusta y procuro evitarlo.

Así, el distanciamiento me hace evitar la sensación de derrota. Porque, aunque algunos digan que hay que poner fin a la violencia sin que haya vencedores y vencidos, ya los hay. Igual que al término de una competición deportiva basta con mirar a los contendientes para saber quién ha ganado y quién ha perdido, aquí basta con mirar a los cabecillas de Bildu y a sus víctimas para saber que aquellos han ganado.

Y a pesar de que procuro no pensar en el tema, a veces me vienen a la cabeza esos grandes perdedores. Los demócratas vascos, que deberán apurar hasta las heces el cáliz amargo de asistir al triunfo de quienes cercenan sus libertades. Y especialmente las víctimas del terrorismo, incómodas para muchos y prescindibles para cada vez más gente.

Imagino lo que debe ser para ellos cosas tan triviales como presentar un escrito en la ventanilla de un ayuntamiento, cuando se añade la circunstancia de que debe resolverlo quien saben que estaba detrás del asesino de sus padres o hermanos. Y me sonroja pensar en la desolación que deben sentir viéndose olvidados, cuando no desdeñados, mientras se descubren placas y se homenajea a muertos de guerras del siglo pasado.

Lo único que me consuela, pobre consuelo, es el convencimiento de que todos aquellos que han permitido lo que está sucediendo serán también víctimas de su propia perversión. Se equivocan al pensar que es posible convivir democráticamente con las fieras. Para aplacarlas se han dejado devorar por ellas, y éstas no pararán hasta acabar con los últimos despojos.