Se escucha a menudo que los jóvenes actuales forman parte de una generación perdida. Es una generación superpreparada (carreras, idiomas, etc.) a la que se le niega la oportunidad de desarrollarse profesionalmente y que, por primera vez en la Historia, vivirá peor que sus padres.
Yo no sé predecir el futuro pero la verdad es que no me cuadra mucho. Si a lo largo de la Historia el progreso ha continuo, el ritmo de crecimiento desde la segunda mitad del siglo pasado es espectacular. Mis padres consiguieron dejar a sus hijos un mundo mejor que el suyo, donde vivieron cosas que los jóvenes de ahora no se creerían (gente que moría de “cólico miserere”, es decir apendicitis, viajes dentro de España que duraban tres días, falta de comida en los comercios, estraperlo…). Mis hijos, pequeños todavía, disfrutan de un nivel de vida incomparablemente mejor al que yo tuve en la infancia. Los estudiantes que veo por las calles tienen a su alcance lujos impensables en mi época de estudios en Madrid. Basta con ver por todas partes adolescentes conduciendo automóviles con aspas o aros en su capó que en tiempos no hubiéramos soñado (cierto que no sé quien los paga).
¿Y la generación mejor preparada de la Historia no va a ser capaz de tirar del carro y coger el relevo cuando le toque? Una cosa es que en los felices 2000 todo el mundo, padres e hijos hayamos vivido magníficamente a lomos de la burbuja y el endeudamiento, en una espiral festiva de cuya resaca vamos a tardar en recuperarnos, y otra muy distinta que a las nuevas generaciones se les esté arrebatando su vida y su futuro.
¿Cómo va a ser una generación perdida si todavía está empezando a andar? Claro, que si no tener antes de los treinta años trabajo estable y bien remunerado, piso amueblado y coche caro es estar perdido, pues vale. Pero eso no lo ha tenido ninguna generación de las anteriores, así que dejémonos de chorradas.
Para perderse hay que avanzar primero y se supone que lo que caracteriza la juventud es el empuje, los ideales y la capacidad de emprender aventuras, en lugar de pensar en la seguridad y en el bienestar material como un derecho adquirido por el que no hay que luchar.
Vamos a dejar de quejarnos antes de empezar la competición y de predecir un futuro catastrófico. Por el contrario, habrá que confiar en que las nuevas generaciones cogerán el testigo y cumplirán con su misión de mejorar el mundo para sus hijos. No debe ser una misión imposible dada su preparación. Eso sí, tendrán que luchar, como han hecho todos los que les han precedido. Para ellos, como para todos nosotros y nuestros mayores, lo único que sigue vigente es que nada de lo que merece la pena se consigue sin esfuerzo.
Por completo de acuerdo en un extremo: no puedo creer que la próxima generación viva peor que sus padres.
ResponderEliminarY si ello sucediere, la unica responsabilidad sería de los propios "generados".
Todo padre decente -el "buen padre de familia"-, se esforzará, como siempre ha sucedido, para dar lo mejor a sus hijos.
Y es obligación de los hijos hacerse merecedores de tal esfuerzo.
Estáis muy equivocados, ha sido la generación anterior la que ha vivido en ese derroche y fiesta continua. Ahora a los siguiente lo que le dejan es un país destrozado y unas deudas que pagaremos durante años.
ResponderEliminarRespondiendo al comentario anterior todo padre decente dejara a sus hijos un país mejor de lo que el se lo encontró, no al reves. Desde luego que esta crisis no va ser culpa de una generación que practicamente ni estaba ni está en el mercado laboral.
No le dejan sólo la factura ni sólo a ellos. Le dejan un mundo mejor y preparación y medios para que sigan mejorándolo.
ResponderEliminarHace falta toda la estupidez y toda la frivolidad de nuestra época para que unos niñatos "indignados" nos culpen de sus males futuros.
ResponderEliminarSi hay algo que no soporto son los esloganes simples que hacen fortuna. El último de ellos es el de que "por primera vez una generación vivirá peor que sus padres".
Todavía nadie ha sido capaz de desarrollar semejante chorrada con un mínimo de rigor y método.
En estos casos siempre me acuerdo del gran Josep Pla: "Desconfiad de las cosas vagas que se escriben con mayúsculas. Son trampas para bobos".