lunes, 23 de junio de 2025

Juanma el diplomático.



Hace un par de meses, el PP declaraba la guerra a las "falsas embajadas" catalanas y exigía su cierre en el Parlament. Y todo ello supuestamente en defensa de su modelo de “recortar estructuras políticas en favor de la inversión en la mejora de los servicios públicos”. Pues bien, la semana pasada nos enterábamos del fallecimiento de la “Delegada de la Junta de Andalucía en Cataluña”.  Porque resulta que Juanma Moreno, el principal barón del Partido Popular, ha montado una serie de embajadas, pero no en el exterior sino en el interior de España. Son catorce delegados en el resto de comunidades autónomas, a 65-67.000 euros por barba, según complementos, con funciones como "atender a los ciudadanos andaluces en el exterior", es decir, en Badajoz o en Pontevedra.

Este es el partido que, de vez en cuando, se escandaliza por el uso de pinganillos en el Congreso, alegando que los españoles no necesitan traducción para entenderse, y al mismo tiempo mantiene estructuras institucionales que replican entre comunidades lo que critican en el exterior. Lo irónico es que ni siquiera ha hecho valer su mayoría absoluta en el Senado para eliminar los pinganillos. Parece que el ruido solo molesta cuando lo provocan otros.

La muerte de la delegada de la Junta de Andalucía en Cataluña ha puesto nuevamente el foco sobre estas oficinas autonómicas que no son sino parte de una red clientelar que convierte los boletines oficiales en catálogos de favores y cuotas. El problema no es la corrupción que revelan las escuchas de Koldo porque, al menos, esa puede combatirse en vía policial y judicial. El problema es la que brota todos los días y a la vista de todos en los múltiples boletines oficiales, porque goza de la impunidad más absoluta.

Vivimos en un sistema donde la corrupción no solo se tolera, sino que se administra desde las estructuras mismas del poder. Los nombramientos, contratos y subvenciones se reparten entre afines como parte de un juego político donde lo privado se suplanta por lo público y, paradójicamente, lo público se privatiza en beneficio de partidos, familias y redes de influencia.

Y mientras tanto, se repite la farsa de la alternancia: PSOE y PP se turnan el poder como si eso fuera suficiente para hablar de democracia. Pero no hay regeneración posible cuando los mecanismos politicos están controlados por quienes se benefician del deterioro institucional. La ranciedumbre de nuestro sistema político nos lleva hasta el podrido sistema de la restauración y a la frase atribuida a Alfonso XII en su lecho de muerte, dirigida a su mujer: “Cristinita, de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas”. Todos sabemos cómo acabó aquello. Porque el bipartidismo no es una garantía de estabilidad; es un dique contra cualquier transformación real. Son las dos caras de la misma moneda.


No hay comentarios:

Publicar un comentario