Los indignados han descubierto que democracia significa gobierno del pueblo (im-presionante) y se presentan como el pueblo. Todavía no se atreven a completar el silogismo, pero no es difícil deducirlo: lo que quieren es mandar. ¡Acabáramos!
Alguien tendría que decirle a los representantes de ese movimiento, que cada vez se parece más a la casa de Gran Hermano, aunque con tics delictivos, que la democracia directa de Grecia era posible en una polis con menos de 30.000 ciudadanos con derecho a voto, y 150.000 esclavos que les hacían las labores.
Yo me conformo con votar cada cuatro años. No tengo tiempo para decidir a golpe de twitter lo que conviene a España en cada momento, porque cosas como la política fiscal o la reforma laboral no se pueden meter en 140 caracteres. Tampoco estoy dispuesto a participar en referéndums, o referenda, todos los fines de semana, porque, la idea de leerme cada proyecto de ley para formarme opinión, me aburre infinito (los indignados, a tenor de la pobreza de su manifiesto, no se han molestado ni en hojear la Constitución).
Y, sobre todo, prefiero decidir quién me representa y dejarlo que trabaje, para dedicarme a cosas como mantener a mi familia y tomarme una cerveza en los ratos libres. Vale que quiero listas abiertas, políticos honrados, eliminación de privilegios y seriedad en el gasto. Pero para eso no necesito que me representen cuatro gatos, que nunca han concurrido a un proceso democrático, y que, lo único que han demostrado, es que tienen muchísimo más tiempo libre que yo.
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