Hace unos días saltaba a la
prensa regional la creación de una plaza de antropólogo en la administración
autonómica extremeña. La noticia no tendría más trascendencia (los antropólogos
también tienen que comer) si no fuera porque el organismo que la ha creado es… el
Parlamento Autonómico. Preguntado el Presidente de la Asamblea por el tema,
justificó la creación de la plaza con el argumento de que era necesaria “para conocimiento de nuestros antepasados”. Yo
tenía entendido que la función de la Asamblea era el control del gobierno y la
aprobación de leyes, pero parece que el Estatuto de Autonomía y yo estábamos
equivocados.
La creación de antropólogos parlamentarios no es más que un síntoma de la
descomposición de nuestro Estado de las Autonomías, que ha pasado de
convertirse en un medio de acercar la administración al ciudadano, a ser un
medio de arrimar el ascua a la sardina de los políticos. Y así vemos a los
catalanes robando envueltos en la Senyera, a los andaluces prejubilando a sus
compadres a cuenta de falsos ERE´s, o a los valencianos montando aeropuertos
para paseantes. Todo con cargo a nuestra cartera, que parece que se puede
estirar hasta límites que no sospechábamos.
Aunque a lo mejor es necesario que contratemos antropólogos en nuestros
parlamentos. Pero en lugar de estudiar a nuestros antepasados, que les da igual
porque las leyes no son retroactivas, podrían estudiar a los parlamentarios, a
ver si desentrañan el misterio del funcionamiento de sus cerebros. Y, ya
puestos, podrían crear plazas de criminalistas o detectives, pues tal vez sean
necesarios a la vista de los resultados.
Al final, esto de las autonomías se ha convertido en un engendro que ha
perdido de vista su misión (ya ni les importa) y lo único de lo que se preocupan
es de engordar a costa de lo que sea. Y lo preocupante es que tengan tan
perdido el norte que ni siquiera se molesten en disimularlo, evitando contratar
antropólogos o bailarinas (todo se andará). Yo ya he perdido toda esperanza de
que sirvan para algo útil, porque con sus hechos se empeñan en demostrar que ningún
camino es bueno para quien no sabe a dónde va.
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