El “efecto Podemos”, con su ruidosa irrupción en un escenario donde los papeles estaban adjudicados, ha
provocado múltiples reacciones, que van desde la curiosidad y simpatía al rechazo más
absoluto. Tras la sorpresa inicial, entre los demócratas ha cundido una sensación de
inquietud que, en muchos casos, ha derivado en auténtico miedo. Y la cosa no sería para menos, habida cuenta de las intenciones de Pablo
Iglesias y sus mariachis de instaurar en España un régimen bolivariano, a imagen
y semejanza del implantado en Venezuela por su idolatrado Hugo Chávez (ese “hombre
necesario” según sus propias palabras).
Pasadas unas semanas desde el
éxito de Podemos en las elecciones europeas, hay poderosas razones para pensar que
no estamos, como en las vísperas del comunismo, ante un “fantasma que recorre
Europa”, sino ante una tormenta de verano que puede causar algunos
destrozos pero pasará sin dejar otra cosa que un mal recuerdo.
La primera es que España no es el
caldo de cultivo propicio para el desarrollo de Podemos. Para ganar unas
elecciones no basta con criticar al contrario sino que hace falta una propuesta
de valor que pueda ser comprada por los electores. Y un programa totalitario
basado en ideas del S.XIX que ya fracasaron en el siglo XX no es vendible en la
España actual. Eso solo lo puede comprar una sociedad del Tercer Mundo sin nada
que perder y, guste o no, los españoles hemos construido una nación en la que
un experimento bolivariano podría traernos pérdidas irreparables. Más cuando los síntomas de recuperación económica son una realidad evidente.
La segunda es que en las elecciones europeas los votantes
no perciben ningún interés directo en juego, lo que les permite votar con la
mayor frivolidad. Yo confieso haber votado a Ruiz Mateos en la europeas de 1989,
cuando se paseaba por España vestido de Superman huyendo de la justicia (por
cierto también consiguió nada menos que dos escaños). Además, la circunscripción
única es el mejor escenario para el éxito de un experimento de estas
características, escenario que sufrirá un cambio radical en unas elecciones
generales con circunscripciones provinciales y Ley D´Hont.
La tercera es la falta de
estructura de Podemos, que no deja de ser una pandilla de amigos que en una
jugada brillante han dado un golpe de mano. Pero nada tiene que ver presentar
una candidatura única con presentar candidatos en cientos de alcaldías y en unas
elecciones generales. Les será muy difícil conseguirlos de la noche a la mañana
y, aunque lo hagan, se les unirán muchos de los peores elementos que circulan
por el panorama político y su extrarradio. Desde la Revolución francesa, con sus “sans-culottes”
y “tricoteuses”, a la Soviética, con unos soviets infestados de auténticos
forajidos, los movimientos revolucionarios suelen acoger a muchos de los peores
elementos de cada casa, atraídos por la ocasión de pescar en rio revuelto.
Sin ir más lejos, en el 15-M de donde bebe Podemos, fueron los antisistema quienes
se hicieron con los mandos, expulsando a los moderados. La compañía de
elementos tan poco presentables como Monedero, su mano derecha, en una sociedad
con tanta visibilidad como la actual pasará factura inevitablemente.
La cuarta razón de peso para
augurar el fracaso de Podemos es la debilidad de su líder. Ese, a primera vista,
personaje comprometido, dialécticamente brillante y líder de un proyecto nuevo
y esperanzador, no está tardando en revelarse como lo que es: un demagogo con un
discurso cansino y un concepto de sí mismo tan elevado que raya en el delirio
de grandeza. Ello le llevará a cometer errores, tan graves como sus flirteos
con ETA, que provocarán que los españoles lo derriben del pedestal, cosa a la
que somos muy aficionados (que le pregunten a Aznar si no).
Una quinta razón es que la
principal herramienta de su éxito electoral, las redes sociales, son un caballo
indomable que puede volverse en su contra. Porque una cosa es que hayan hecho
un habilísimo manejo de ellas en las europeas y otra, bien distinta, es que
pueda controlarlas en adelante, cuando hasta la fecha nadie lo ha conseguido.
Si la magnífica imagen de Coca-Cola, los maestros del marketing, se ha venido
abajo en España por un ERE de sus partners, nada impide que las redes puedan
volverse contra Podemos en cuanto empiece a equivocarse y ya lo está haciendo.
Botón de muestra es el varapalo que, inintencionadamente, les ha dado Bertín Osborne
sin más armas que su simpatía y franqueza.
Y por último que, en su soberbia,
Pablo Iglesias no ha medido sus fuerzas, creándose multitud de enemigos antes
de contar con los mínimos medios para vencerlos. Así ha arremetido de golpe
contra todos, desde “la casta” a los poderes financieros, pasando por los
medios de comunicación a los que, en otro alarde de torpeza, ha propuesto
someter a control público. Si Pablo Iglesias hubiera leído a Sunt Zu y su “Arte
de la guerra” sabría lo que no ignora cualquier estratega mediocre: que es necesario
antes de atacar medir tus fuerzas y las del contrario, buscar alianzas, dividir
al enemigo y hacerse invencible. Pues bien, Iglesias ha comenzado por el final,
atacando a todos lanza en ristre como un Quijote con coleta, sin pararse a ver
si lo que tiene delante son gigantes o molinos. El resultado no puede ser otro
que ser volteado por las aspas de esos molinos y acabar por los suelos, maltrecho
en un burro de vuelta al pueblo.
En suma, demasiados puntos
débiles para afrontar con éxito una tarea tan enorme como conseguir el mando de
un país desarrollado con 45 millones de habitantes. Ello no quiere decir que no
pueda causar daños, el mayor de los cuales en mi opinión es haber eclipsado momentáneamente
alternativas de regeneración serias como Ciudadans; ni que los partidarios
de la libertad debamos cruzarnos de brazos ante este nuevo fenómeno. No debemos
olvidar que si, en un país como Alemania, un tipo como Hitler pudo llegar al
poder no fue debido a la abundancia de nazis sino a la falta o inacción de los
demócratas. Pero una cosa es esa y otra que debamos asustarnos ante un Pablo
Iglesias ensoberbecido por su éxito puntual. Pues como decía San Agustín, “la soberbia no es grandeza sino hinchazón;
y lo que está hinchado parece grande pero no está sano”.
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