El varapalo experimentado por la
selección era predecible porque, de hecho, muchos lo predijeron. Desde que se
hizo efectiva la elección por Del Bosque,
de los jugadores que debían representarnos, fueron muchas las voces que
señalaron que se había optado por el pasado en lugar de por el presente. Y eso,
en tiempos en que los cambios son muy
rápidos y los demás aprenden de sus errores, es malo para los que se recrean en
el espejo de los aciertos.
Las causas de la eliminación, o mejor
del batacazo estrepitoso, no son tácticas, ni de sistemas, de falta de suerte,
fallos puntuales de un jugador o baja forma de otros. Son mucho más sencillas y
se pueden explicar simplemente por la suficiencia y soberbia de quienes, tras
alcanzar el triunfo, se dedicaron a complacerse en él, en lugar de seguir
trabajando en aquello que les permitió alcanzarlo.
Esa soberbia plasmada, en primer
lugar, en una especie de apropiación del equipo, que dejó de ser España o la
Selección para convertirse en la Roja, como si la nueva marca triunfadora fuese
propiedad exclusiva de los protagonistas del tiki-taka. Y si bien es cierto que
esta maravillosa generación de futbolistas nos ha dado los mayores momentos de
gloria, no lo es menos que la Selección tiene una grandísima historia con la
que los españoles hemos vibrado, y sufrido. La protagonizaron jugadores como Marcelino o Kubala y, en lo
que a mí me toca, como Zubizarreta, Juanito, Santillana, Lobo Carrasco, Maceda,
Víctor, Salinas (sí, Salinas también) Baquero, Butragueño, Caminero, Michel, Raúl,
Luis Enrique y tantos otros. Y la protagonizarán nuevos jugadores encargados de
construir el futuro. Y ese corporativismo y orgullo, que en sí no son malos, se
convierten en el germen del desastre cuando derivan en una burbuja que impide
detectar las señales indicativas de que hay cosas que ya no funcionan.
Soberbia de pensar que el estilo
de juego que nos ha proporcionado el éxito es la piedra filosofal y que nadie
más puede interpretarlo igual, ni contrarrestarlo. Soberbia en el amiguismo de
considerar la Roja como un cortijo en el que quienes han estado siempre, deben
seguir estando con independencia de su estado de forma, apartando a otros que
han mostrado mejor nivel. Soberbia en vender la piel del tigre antes de
cazarlo, ofreciendo las primas más altas de las selecciones europeas, justificadas
en que la liga española es la mejor, pero obviando que esa liga la hacen
también jugadores de otras selecciones mundialistas que pagan mucho menos. Soberbia
en la falta de preparación física y de aclimatación a la temperatura y humedad
de los terrenos donde había que jugar, como hicieron otras selecciones, en la
creencia de que a la Roja no le afectaban esas cosas. Soberbia en la falta de
autocrítica, envueltos en una nube de periodistas aduladores, que condenaban al
ostracismo, como reos de alta traición, a quien osara señalar con el dedo cuestiones
como el varapalo ante Brasil en la Copa Confederaciones del año pasado.
En fin, parece claro que es el
fin de ciclo de un equipo que ha dado todo a España, lo que hay que agradecerle
sin mezquindad, y al que hay que reconocer su indudable valía. Pero ello no
debe impedir tomar las decisiones necesarias para remediar la situación de descalabro
actual. Y al margen de que unos jugadores se tendrán que ir y otros se quedarán,
lo que debe abandonar la Selección es la prepotencia y la ceguera, que son el
mayor impedimento para construir nuevamente un equipo ganador. Para eso sería
bueno que los directivos y técnicos hicieran pronto la maleta si tienen
vergüenza torera, como máximos responsables de un fracaso que no es en absoluto
proporcionado a los mimbres con los que está dotado el fútbol español.
Todavía quedan resistencias al
cambio, manifestadas en esos periodistas eufóricos por la victoria ante los
tuercebotas australianos, diciendo que ha faltado “un poquito de suerte”. O
esas tensiones en el vestuario cuando alguno ha entonado el “mea culpa”. O las
palabras de Del Bosque echando bolas fuera. Pero en cuanto se venzan esas
inercias y se materialicen los cambios en nuevas caras, nuevas ideas y, sobre
todo, nuevas actitudes de humildad y esfuerzo, con la extraordinaria calidad
que hay en el fútbol patrio no hay duda de que construiremos de nuevo un equipo
campeón.
Podemoooos!!!
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