En 1981, Ronald Reagan acabó con
la huelga salvaje de controladores aéreos por
el expeditivo método de despedir a todos los huelguistas que
desobedecieron el requerimiento de incorporarse a sus puestos. Con 12.000
cartas de despido en correos, el Secretario de Estado de Transportes pronunció
la frase: “Por lo que a nosotros respecta la huelga ha terminado, ahora se
trata de reconstruir el sistema”. Pues bien, dos años después de despedir a los
socialistas, y con un descontrol absoluto de la economía extremeña, podríamos
decir sin temor a equivocarnos: “Por lo que a Extremadura respecta, la crisis
ha terminado, ahora se trata de reconstruir el sistema productivo.”
Porque la crisis extremeña tiene
algunas notas diferenciales, consecuencia de casi 30 años de régimen socialista
que han producido un erial económico, sostenido únicamente por el aluvión de
fondos europeos. El resultado ha sido una economía subsidiada, con un empresariado que solo tenía de tal el nombre, una clase trabajadora en la que
los mejor formados son funcionarios y una estructura poblacional tan dispersa
que, no solo impide formar centros de producción competitivos, sino que ni
siquiera permite una demanda interna consistente. Un factor clave es que casi
el 40% de la población vive en pueblos de menos de 2.500 habitantes, además muy
separados entre sí. Esta situación, mantenida conscientemente por el poder
político durante años, ha sido enormemente útil para mantener viveros de voto
cautivo, pero catastrófica para el desarrollo.
Periódicamente saltan a la
palestra noticias sobre tal o cual pueblo que languidece por falta de
habitantes, con su alcalde o los políticos locales quejándose amargamente de la
muerte del “ruralismo”. Yo no veo el problema de que se cierren
pueblos. Lo sería si el cierre fuera forzoso, pero mantener a la población en
entornos rurales, insostenibles económicamente, a base de subvenciones, me
parece la mejor forma de perpetuar las desigualdades. Los pueblos pequeños
tenían todo el sentido en una sociedad agraria y sin comunicaciones, donde la mano de
obra agrícola tenía que estar cerca del campo. Recuerdo no hace tantos años ver
a los agricultores ir a las labores agrícolas en carros tirados por mulas. Hoy
se puede mantener la producción agrícola a distancia porque, guste o no, el
desarrollo nos lleva a sociedades urbanas.
El espejismo de la sostenibilidad
de los pueblos extremeños se ha mantenido mientras duró el espejismo del
ladrillo, que absorbía a su fuerza laboral pagando unos salarios
desproporcionados a su cualificación (eran miles los que trabajaban fuera y
volvían los jueves o los viernes, según el convenio) Pinchada la burbuja, los jóvenes de a 3.000 € poniendo
ladrillos vagan hoy por las calles de los pueblos sin oficio ni beneficio.
Porque los núcleos rurales, en una economía basada en el conocimiento, están en desventaja absoluta por mucho ADSL que les
pongas, al carecer de un entorno rico en conocimiento e intercambio. En ellos, Internet
solo sirve para los videojuegos en modo “on line”. Un botón de muestra
aterrador es el dato, de esos ignorados por la prensa, referido a una población de 3.500
habitantes que conozco bien: este año va a presentar a selectividad UN
SOLO ALUMNO!
Me parece absolutamente legítima
la postura de quienes defienden a toda costa los pueblos, siempre que lo hagan
desde un pueblo. Porque estoy aburrido de oir encendidas defensas de la
vida rural a gente que ha emigrado a la ciudad y solo vuelven al pueblo a dar
una vuelta los fines de semana o en las fiestas locales. Estoy convencido de
que Extremadura se incorporará al desarrollo cuando se incorpore al mundo urbano.
Para eso hacen falta proyectos comunes, como el puerto seco si finalmente se
lleva a cabo, superar los localismos, tiempo y ganas. Como decía una vieja
canción: “Habrá que componer de nuevo, el horno y el granero, y aprender de
nuevo a andar”. Pongámonos a ello sin miedo, ya que históricamente hemos hecho
cosas más difíciles.
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