El ministro Montoro anda quejumbroso, lloriqueando porque la recaudación fiscal no se corresponde con el índice de actividad económica. Y eso cómo se come? Pues con la cuchara de la economía sumergida, que amenaza convertirse en cucharón. El fenómeno no es nuevo. La Italia de los buenos tiempos era una economía competitiva con un sector privado donde colosos industriales como Fiat, Lancia u Olivetti convivían con una conjunto de microempresas que evitaban cuanto podían la mordida fiscal de un sector público corrupto e ineficiente, al que el pueblo culpaba de todos sus males con la merecida frase “piove, governo ladro!” (Llueve, gobierno ladrón!)
En España está pasando lo mismo y esto se parece cada vez más a la película “La Gran Evasión”, en la que un grupo de prisioneros aliados organizaba la fuga masiva de un campo de concentración nazi. Así, contribuyentes de diversa graduación tratan de escapar del cerco fiscal cavando túneles en todas direcciones. Los de mayor rango sacan masivamente capitales al amparo de la libre circulación intracomunitaria, un cuarto de billón de euros han salido este año del país, o deslocalizándose ellos o sus empresas. La clase de tropa, pymes y autónomos, cobran en negro, única salida que les deja un sistema donde cada vez tienen que trabajar más días para el fisco antes de poder empezar a pagar al panadero. En todas partes cuecen habas y en Francia, por ejemplo, el multimillonario Arnault le ha dado un corte de mangas a los impuestos de Hollande, haciéndose belga.
Los carceleros tratan de evitarlo apelando a todos los medios. Recurrieron a la zanahoria de la amnistía fiscal, pero los conejos no acudieron al reclamo pues ya no se fían del hortelano. Luego trataron de echar mano del palo de los tipos impositivos y la inspección fiscal, olvidando, en su ceguera recaudatoria, que contra ellos hay dos escudos que figuran en cualquier manual básico de Hacienda Pública. Los tipos marginales altos no aumentan la recaudación porque la gente deja de declarar o de trabajar cuando ya no les compensa fiscalmente. En cuanto al coco de la inspección, pasar por una de ellas, contra lo que pudiera suponerse, hace que se les pierda el miedo porque los inspeccionados ven que el león no es tan fiero como lo pintan.
Impotentes, los poderes públicos, renunciando a la justicia tributaria, se han puesto a dar palos de ciego sin distinguir rentas altas de bajas, paganos de evasores, ni tirios de troyanos, con subidas de los impuestos indirectos, desde los especiales al IVA reducido, las tasas, contribuciones y multas. Todo vale con tal de mantener su nivel de gasto, desde recargos sobre recargos a tasas por recoger setas. En el colmo del disparate, quieren hacer tributar a las bicicletas, convirtiendo en hecho imponible el pedaleo de los niños.
Yo no creo que el personal se niegue a pagar impuestos, sino solo a ser exprimido por una clase política que recorta todo menos lo suyo. Es ofensivo que quienes no vacilan en comerse el asfalto de las carreteras para mantener los Iphones de los miles de cargos y enchufados de un organigrama inútil multiplicado por 17 (por no hablar de los fraudes multimillonarios en EREs falsos o en polideportivos con más comisiones que cemento) apelen al patriotismo de los ciudadanos para meter la mano en sus bolsillo, haciendo buena la frase “el patriotismo es el último refugio de los canallas”.
No se trata de utilizar palos ni zanahorias sino un argumento más simple: moderación, transparencia y decencia. Porque, como decía el economista Arthur O. Fraser “Cuanto mayores son los impuestos y más insidiosa la acción recaudatoria, más súbditos y más esclavos somos del Estado.” A nadie extrañe pues, que cada vez sean más los españoles que ven en la economía sumergida el camino a la libertad.
Camino a la libertad ¡y a la supervivencia!
ResponderEliminarNuevamente, y sin que sirva de precedente, no puedo estar más de acuerdo.