La mayoría de los españoles se han dado cuenta a estas alturas de que estamos pasando una ligera crisis. Y digo la mayoría porque una buena parte del sector público docente y su clientela estudiantil, cuando los demás reman como pueden para salir de ésta, han decidido ponerse también a remar con fuerza pero en la dirección contraria. Y así se han movilizado contra un plan del gobierno supuestamente dirigido a destruir la educación pública, encabezados por los siempre presentes sindicatos y jaleados por la oposición.
El entusiasmo con el que los mayores responsables del fracaso de nuestro sistema educativo critican los recortes es digno de mejor causa. Según parece, tardar 10 días en sustituir a los profesores de baja, tener más de 25 alumnos por clase, o hacer 25 horas lectivas son unas condiciones que producirán un deterioro irreversible del sistema educativo. Lo que no dicen es que el gasto público por alumno en relación al PIB es superior en España a la media de la UE (cifras oficiales) mientras que la evaluación de los resultados en aprendizaje nos sitúan a la cola.
¿No tendrán que ver en el desastre educativo cuestiones como que le den el título de enseñanza secundaria a quien ha cateado tres asignaturas? La educación actual tiene que ser “compensatoria, inclusiva y carente de elementos disruptivos en el diseño curricular”. Y claro, a alguien que tiene que asimilar tal atajo de estupideces pedirle que desasne a los muchachos es pedirle demasiado.
En cuanto a los estudiantes, al contrastar las inmensas posibilidades de formación gratuitas que tenemos hoy en día (se subvencionan máster y postgrados, cosa impensable no hace mucho) con las tasas de formación de los españoles, dan ganas de castigar de cara a la pared con las orejas de burro a todo el que achaque a la falta de medios el no haber acabado sus estudios. Pero si Elena Valenciano se atreve a criticar las subidas de tasas universitarias tras decir, al ser pillada mintiendo en su currículum, que abandonó dos carreras “porque se aburría”, sin tener la decencia de devolver el dineral pagado por todos los españoles para que se paseara por la facultad, qué vamos a pedir al aprendiz de guerrillero que amenazaba con incendiar la calle si no le encendían la calefacción del instituto. Tendremos que disculparle porque va a resultar que el chico es friolero.
El cuerpo docente y sus alumnos podrían hacer un pequeño esfuerzo de solidaridad, dejarse de pedir un dinero que no hay y suplir las carencias materiales poniendo vocación y empeño en sus tareas. Porque para educar sólo hace falta un buen profesor armado con una tiza y unos estudiantes con ganas de aprender. Ah, y vergüenza!
Así de claro, amigo Juan Luis. Los que han convertido las aulas en fábricas de analfabetos pretenden, ahora, dar lecciones de cómo debe organizarse la enseñanza. Como bien dices, buen profesor, tiza y alumno receptivo. ¡Aunque sea al aire libre!
ResponderEliminarUn cordial saludo.
Es que los "docentes" de hoy en día son p´a echarse a temblar.
ResponderEliminarY ¿qué puede decirse de muchos de los alumnos? Cuando paso por delante de un Instituto me entran ganas de llamar a la Guardia Civil.
Por último ¡hay cada padre!