miércoles, 7 de diciembre de 2011

¿Exhibicionistas? Sí, gracias.



En 1988 el Tribunal Constitucional, en el caso Paquirri, dictó sentencia defendiendo el derecho a la intimidad del torero y su familia por la publicación del video con las imágenes de la muerte del diestro. Defendía el Tribunal la intimidad como la necesidad de un ámbito personal acotado a la acción de los demás sin el cual no es posible mantener un mínimo de calidad de vida.

En los tiempos que corren no estoy seguro de que la sentencia hubiera sido la misma, o de que ni siquiera hubiera habido sentencia. Y ello porque Internet en general, y las redes sociales en particular, han despertado la bestia exhibicionista que todos llevamos dentro, haciendo saltar por los aires los límites de nuestra intimidad. Si Paquirri hubiera muerto hoy, probablemente las imágenes de la cornada estarían en su perfil de Facebook, y quizá Paquirrín hubiera twitteado la operación en directo.

Lo cierto es que los tiempos cambian cada vez más deprisa y no es posible sustraerse a las nuevas tecnologías. La proyección pública es necesaria porque no se pueden separar los beneficios de la Sociedad de la Información de sus desventajas. Si queremos contactar con amigos entrañables a los que no veíamos desde hace mil años o, en el ámbito profesional, vender nuestros servicios o nuestra persona, deberemos enseñar la patita y mostrar quienes somos.

El problema es que muchos se empeñan en enseñar al mundo su faceta más impresentable y luego se sorprenden de los efectos que produce. El que cuelga las fotos de sus juergas salvajes no puede extrañarse si, a continuación, rechazan su demanda de empleo como conductor de mercancías peligrosas.

“¡Alto ahí!”, dirán algunos. Hay que separar la vida personal de la profesional, y yo no he autorizado a ningún departamento de selección a que mire mi Facebook. Es posible, y alguna legislación lo prohíbe expresamente, pero poner puertas al campo es complicado y pensar que quien debe contratarte va a respetar tu intimidad en mayor medida de lo que tú mismo lo haces es pensar demasiado.

Por tanto, para no llevarnos sorpresas desagradables, tengamos presente que si queremos que algo no se sepa es mejor no contarlo (esto fue siempre así) pero que si se lo contamos a alguien se lo acabamos de contar a los cientos de millones de usuarios de Facebook, Tuenti y Twitter, y que lo que sube a la Red ya no baja.

Dejemos pues el exhibicionismo compulsivo y apliquémonos la máxima de que “la intimidad bien entendida empieza por uno mismo”. Y termino porque me voy a contar mi vida en Facebook.

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