En los prolegómenos a la II
Guerra Mundial, las democracias contemplaban impasibles el avance belicista del
Tercer Reich, sin poner los medios para impedirlo. Como escribió aquél
periodista francés, reflejando el sentir de una sociedad poco dispuesta a
sacrificios: “Morir por Dantizg?” Y así, la dictadura de los camisas pardas se impuso
en la crisis de los Sudetes, resuelta en falso por Chamberlain en la conferencia de Munich.
Aquella ignominia valió a los negociadores con los nazis la frase de Churchill
“Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor y tendréis
la guerra”. No se equivocó.
Los tiempos han cambiado y el
siglo en que vivimos no es un tiempo para guerras. Aunque seguramente tampoco es
tiempo de honor, concepto trasnochado, sustituido por otros más contemporáneos
y asimilables como la tolerancia, la solidaridad y similares que, al final, se
reflejan en celebrar cada día una causa y en llenar de lazos de colores nuestras
solapas y muros de facebook. Son causas que, cuando se enfrentan a la realidad,
en la mayoría de los casos sucumben ante el hedonismo y la pereza.
Rusia es una potencia de otro
tiempo. No llevan lazos de colorines, pero sus ciudadanos son capaces de
combatir y arriesgar la vida por lo que consideran importante, aunque sea una
bandera o causa equivocada o injusta. Von Clausewitz decía que las guerras se
terminan cuando una de las partes comprueba que, poner fin a ella, es menos
costoso que continuarla. Por eso, no nos enfrentamos en igualdad de
condiciones.
Occidente no emprenderá nunca una
nueva Guerra de Crimea. Ni siquiera impondrá sanciones económicas a Rusia pues,
en la balanza de costes, la soberanía de Ucrania o los principios del Derecho
internacional nos importan bastante menos que el riesgo, no ya de una guerra,
sino de que una crisis energética pueda poner
en riesgo nuestro bienestar. El anacrónico Putin lo tiene muy claro y por eso llevará hasta
el final su envite.
“Morir por Crimea?” La respuesta
occidental es muy clara: “por supuesto
que no”. Y es posible que, efectivamente, Crimea no merezca morir por ella, ni poner en peligro
nuestro nivel de vida. No son tiempos para lanzar a la brigada ligera contra
los cañones rusos. Pero tal vez, en el fondo, debemos hacérnoslo mirar. Porque
una sociedad que no está dispuesta a arriesgar, no ya su vida, sino siquiera medio
punto del PIB por ninguna causa, a lo peor resulta que ya está muerta, como
esos árboles secos que tienen vacío el interior.
Al menos, los jinetes británicos,
que acompañaron a Lord Cardigan en aquella estúpida cabalgada hacia la muerte,
conquistaron la inmortalidad.
“Honor the charge they made,
Honor the Light Brigade,
Noble six hundred!”
No hay comentarios:
Publicar un comentario