Una reciente encuesta del CIS
pone de manifiesto que las instituciones mejor valoradas en España son el
ejército, la guardia civil y la policía. Eso, en un país que hasta hace menos
de 40 años era una dictadura militar, demuestra un fracaso tal de sus
instituciones democráticas como para que éstas se lo hicieran mirar. Algo han
debido ver, cuando se han puesto a hablar de nuevos cauces de participación, de
gobierno abierto y chorradas similares. Curiosamente siempre olvidan hablar de las
listas abiertas, que pueden hurtarles el poder real dentro de los partidos y a
favor de la calle.
Pero contra lo que muchos creen
el secreto de la democracia no está en las listas abiertas, aunque sean sanas,
ni en la apertura de cauces de participación, ni en modificar la ley D´Hont. El secreto está
en la posibilidad real de alternancia entre las fuerzas políticas. Con
alternancia no me refiero al quítate tú que me pongo yo, sino a que los
ciudadanos tengan la posibilidad de decidir con su voto el rumbo del país. Y
eso no sucede cuando los distintos partidos, en lugar de ser el reflejo de las
distintas ideologías o sensibilidades de la pluralidad de los votantes, por el contrario reflejan todos ellos la
división entre electores y elegibles.
Hoy ni siquiera las mayorías
absolutas sirven para que haya alternancia. Hemos pasado de un gobierno
irresponsable y manirroto que creaba unos problemas inexistentes (memorias
históricas, estatutos catalanes, matrimonios homosexuales y educaciones para la
ciudadanía) mientras negaba los problemas reales (crisis, paro y burbuja
inmobiliaria), a otro que, aupado por una mayoría absoluta, ha decidido
mantener lo que había porque el movimiento le puede afectar. Y así unos y otros
nos ofrecen, envueltas en palabrería, sangre sudor y lágrimas para mantener su
propio status quo, el de una clase dirigente apesebrada e insensible a los
problemas reales, incapaz de dar ejemplo de la austeridad que predican.
El fracaso de los indignados no
ha sido sino la semilla de una nueva indignación, más serena y desinteresada
pero más potente en cuanto se verá arropada de la legitimidad que otorga el
actuar dentro de la legalidad establecida. En los bares y en las tertulias se
percibe claramente el hastío de los ciudadanos frente a unos representantes
que, efectivamente, no les representan. Esto no es nuevo, pasó en Italia y el
resultado fue el ascenso del bufón Berlusconi, acogido con entusiasmo por todos
los que querían ver desaparecer la morralla partitocrática. Y así se pasó a un régimen
tecnocrático, con una dictadura de traje y corbata en lugar de uniforme. Pues
bien, el PP cada vez se parece más a la Democracia Cristiana, el PSOE al PSI e
incluso IU a los comunistas italianos. Sobre todo se parecen en su incapacidad
para generar ilusión.
Volviendo a las encuestas, éstas
demuestran que los españoles somos más listos de lo que piensan algunos
políticos. Porque, pese al antimilitarismo papanatas que flota en el ambiente, parece
que la ciudadanía se deja impresionar mucho menos con palabras que con hechos.
Y los hechos son que las instituciones mejor valoradas son aquellas que hacen
su trabajo y no dan escándalo. Y así cada vez más gente espera con impaciencia
ver venir la ola que arrase lo que hay para dar lugar a otra cosa, tal vez inquietante por lo desconocida, pero que pueda generar esperanza.
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