Yo de sociología no entiendo ni
palote, pero cada vez llego más a la conclusión de que los españoles seguimos
siendo, como diría Reverte, una raza de majas y chisperos, que funciona con las
tripas y deja la cabeza para los demás. Es cierto que, a base de tripas y
pelotas, se han conseguido cosas que, de otra forma, seguirían esperando.
Porque si Hernán Cortés o Pizarro hubieran pensado un poco en dónde se iban a
meter, hubieran vuelto al pueblo a jugar al tute subastado, en lugar de juntarse
con dos amigos, un caballo y un mastín para ir a imponerles su santa
voluntad a 30 o 40 millones de indígenas. Pero tampoco está de más pensar un
poco las cosas, y no liarse a navajazos con los franceses sin contar, aunque
sea a ojo, cuántos somos unos y otros.
Pero eso del término medio y la
virtud nunca se nos ha dado bien, y seguimos igual. Así, los años de vacas
gordas nos dieron mentalidad de nuevos ricos. Si los de
Villarriba gastaban 20 millones de euros para que Calatrava les hiciera un
puente de metacrilato que cruzara el arroyo, los de Villabajo se pulían 30 en
que Moneo les construyera un museo en honor a la gallina pinta. Por no hablar
del paisanaje patrio en Nueva York, arrasando las tiendas de ropa pija al grito de “give
me two”. O comprando Porsches Cayennes como
si fueran chocolatinas, que teníamos a los teutones de Stuttgart sin resuello,
apretando tuercas para cubrir la demanda. Y no nos hemos bajado de la burra
hasta que el banco se ha llevado el televisor de plasma, comprado a cuenta de la
hipoteca.
En cambio, ahora que empezamos a
remontar el bache, resulta que somos unos menesterosos y no se puede cambiar el adoquinado de un bulevar ni pintar una fachada sin que se produzca un motín, porque “hay muchas necesidades”. Cualquiera que
oiga a los tertulianos televisivos, que no ven más allá del plató, diría que legiones famélicas vagan por las calles españolas como en “Walking
Dead”, en busca de un filete que llevarse al diente.
Pues ni tanto ni tan calvo. No se
trata de ser insensibles a necesidades reales de la población, que las hay.
Pero ponerse ahora en el papel de los negritos del África Tropical resulta
indecente. Usando la cabeza y Google, podemos hacer el simple ejercicio de
comparar la renta “per capita” de nuestra nación con la del resto del mundo,
para ver que tenemos la misma que los israelíes, que no van por ahí presumiendo
de pobres. O si no, preguntar un poco, para llevarte sorpresas como la de
aquella limpiadora que hacía horas con el fin de pagarle al niño la depilación laser,
porque “si se depilaba con maquinilla le salía el pelo más fuerte” (el pobre). Por no
hablar de los 52 millones de móviles, de los cuales casi dos tercios smartphones,
como el Iphone o el Samsung Galaxy, para una población de 48 millones de
habitantes.
Yo soy poco partidario de las
comparaciones, pues creo que la felicidad se consigue estando más pendiente de
lo tuyo y menos de lo que gastan o dejan de gastar los demás. Así, es mejor que
empecemos a usar bien la cabeza y dejemos de pensar con mentalidad de pobres
sin serlo, porque la miseria espiritual genera miseria material, y el camino
hacia la prosperidad empieza por pensar en grande.
Lo que a mi verdaderamente me llegaría a preocupar es que, una vez pasando la Hecatombe de la Crisis, en lugar de espabilar y ser más reflexivos, volvamos a recaer en lo mismo lanzándonos a una nueva debacle de la que quizás, esa vez si, no podamos salir. ¿Aprenderemos algo?
ResponderEliminarUn saludazo.
El hombre y las piedras tienen una querencia irresistible al tropezón.
EliminarUn cordial saludo!