Hace unos meses, un administrador
de fincas me contaba que el Canal de Isabel ll había girado una inspección a
una comunidad que administraba, convencido de que los vecinos robaban el agua.
El organismo encargado de la gestión fundaba sus sospechas en la desmesurada
disminución del consumo de un trimestre a otro. El entuerto quedó aclarado
cuando el administrador explicó que, simplemente, habían cambiado el contador
general por contadores individuales para cada vecino, que desde ese momento empezaron
a ahorrar agua en sus casas. La explicación convenció plenamente a los
gestores, que no hicieron más preguntas.
La anécdota me ha venido a la
memoria por un par de noticias que he leído en prensa últimamente. La primera
es una encuesta según la cual más del 60% de los españoles son partidarios de
aumentar el gasto en educación y sanidad, eso sí, sin copago. Y la segunda, hace pocos días, donde
señalaban que casi el 45% del sueldo de los trabajadores va al Estado, ya sea
vía impuestos, ya sea vía cotizaciones. Curiosamente, nadie parece plantearse
si un mayor gasto en educación es necesario, habida cuenta que gastamos por
encima de la media de la OCDE, aunque estamos a la cola en resultados. Tampoco
en sanidad, donde tenemos un sistema de primer nivel con un copago muy inferior
al de, por ejemplo, los países nórdicos, mucho más ricos.
Pero aquí nos dan igual las
cifras, porque el español medio tiene un sentido de la solidaridad muy
peculiar, consistente en que todo es poco si la pólvora con la que se dispara
es ajena. Los gobernantes conocen bien esto, y lo aprovechan mediante un
mecanismo de ilusión fiscal, tan burdo pero eficaz, como son las retenciones,
que hacen creer al trabajador que la remuneración de su trabajo es el sueldo
neto que llega a sus manos. Y así, pedimos que el grifo se abra más y más, sin
darnos cuenta que ese despilfarro lo vamos a pagar, aunque sea con el contador
general.
Va siendo hora de que nos
planteemos que la solidaridad no consiste solo en pedir que los demás paguen
impuestos, sino en consumir de los recursos comunes estrictamente lo que
necesitamos. Porque no creo que sea muy solidario exigir, por ejemplo, que se
mantenga un carísimo servicio permanente de urgencias nocturno en pequeñas poblaciones donde se produce una urgencia cada mes y medio. “Es que todos tienen
derecho”, me replicarán algunos. A lo mejor habría que explicárselo a los
habitantes de zonas del planeta donde un hospital miserable atiende a miles de
habitantes, dispersos en cientos de kilómetros.
Tal vez el siglo XXI deba servir para que, de
una vez, pongamos coto al despilfarro al que hemos asistido, casi siempre bajo la
bandera del Estado del Bienestar. Y pensemos en cerrar un poco el grifo del
agua. Aunque solo sea por poner en práctica esa expresión tan de moda como es "conseguir
un mundo sostenible".
¿Poner coto al despilfarro? Esta si que es buena.
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