Maestros de primaria, cajeras y,
especialmente, concejales y alcaldes forman el núcleo duro de la élite
designada por el iluminado doctor Sánchez para dirigir los destinos de España.
A ellos se suma una infinidad de nombramientos a dedo que ha colonizado la
cúpula de instituciones y empresas públicas, transformando el Estado en un
cortijo que ni el mismísimo Jesulín de Ubrique habría soñado.
Como los ejércitos de antaño —las
legiones romanas, los tercios de Flandes o las tropas de Napoleón—, que
marchaban seguidos por cocineras, taberneros, prostitutas y carreteros, este
nuevo ejército de chusqueros tampoco avanza solo. A su alrededor acampa un
variopinto séquito de contratistas a comisión, asesores de todo pelaje,
conductores todoterreno —capaces de transportar con la misma naturalidad a un
ministro o un alijo de cocaína— y fulanas en nómina de empresas públicas.
Y del mismo modo que aquellos
ejércitos dejaban tras de sí un reguero de miseria, la huella de las huestes de
Sánchez va desmantelando un país donde lo público se tambalea. Solo parece
funcionar la maquinaria recaudatoria, especialmente para beneficio de algunos,
como el hermano del presidente. Como lamentaba Quevedo, al observar los muros
de su patria “si un tiempo fuertes, ya desmoronados”, basta con mirar hoy la
sanidad, la educación, la red viaria o la administración para constatar una
decadencia que ayer alcanzó su culmen con el apagón nacional.
En una España incapaz siquiera de
conservar una carretera nacional en condiciones mínimas de seguridad, mantener operativa
la red eléctrica comienza a parecer una quimera. No se puede vaciar los
ministerios de técnicos e ingenieros para llenarlos de paniaguados, incapaces
de distinguir una línea de alta tensión de un tendedero... y pretender que no
pase nada.
Cuando el Ministerio de Industria
y Energía se convierte en el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto
Demográfico, difícilmente puede esperarse un buen desenlace. La Transición Ecológica, al menos, parece haberse logrado: hemos retrocedido hasta la Edad de
Piedra. En cuanto al Reto Demográfico, la inquietud es aún mayor. A este paso,
uno teme que le apliquen la solución del viejo ganadero que, cuando le
preguntaron cómo combatir una plaga de langostas que amenazaba cruzar el
estrecho para devorar las dehesas del sur, respondió: “sencillo, basta con
capar a los machos”.
Visto lo visto, quizá no baste con el kit europeo de emergencia de 72 horas. Tal vez los españoles debamos meter algunas latas más de fabada Litoral para sobrevivir los dos años que aún nos quedan con este grupo de iluminados, porque lo que se avecina son tiempos aún más oscuros. Esperemos que, al menos, esto sirva para encender una bombilla en el cerebro de sus votantes.
Completamente de acuerdo con usted.
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