Tras las pasadas elecciones
europeas, políticos, tertulianos y analistas andan cavilando sobre las razones
del descalabro de los partidos tradicionales: malos candidatos, campañas de
perfil bajo, falta de propuestas europeas. Algunos se han permitido, incluso,
la soberbia de pretender que “hace falta pedagogía”, que es tanto como decir
que los españoles somos unos inmaduros o ignorantes.
Si nuestros políticos estuvieran
mínimamente atentos a la calle, comprenderían que el resultado de las elecciones no es otra
cosa que la certificación del divorcio del pueblo español con una clase
política a la que, simplemente, no soporta. Y no por falta de comunicación o por
los errores de alguno de sus miembros, sino porque, de repente, en conjunto se
aparece ante sus ojos como soberbia, envilecida, egoísta e insensible a sus
necesidades.
La mejor prueba es el voto a
partidos como Podemos y similares. Su gran y, a veces, única virtud ha sido
presentarse como algo distinto frente a “la casta”. Ni siquiera han tenido que
enseñar sus propuestas, absolutamente inéditas hasta el punto de que muchos de
sus votantes las desconocían por completo. Su éxito no es más que el triunfo
del seductor que aparece en el momento en que la ex, despechada, se consuela
tomando copas sola en la barra del bar. Tiene todas las posibilidades para triunfar esa noche pero,
al día siguiente, las cosas se ven de otra manera. Sobre todo cuando aparezca
su verdadero carácter.
Qué va a pasar a partir de ahora? No soy adivino pero
tengo muy claro que nada va a volver a ser lo mismo. Dice Arriola, el ideólogo
del PP, que cuando los españoles voten con la cartera en lugar de con el
corazón, las aguas volverán a su cauce. Sinceramente me resisto a creerlo. Es
una teoría producto de quienes ignoran que, en estos tiempos, el corazón es clave
para una relación duradera, sobre todo porque no está nada claro que los
políticos tradicionales puedan satisfacer nuestras necesidades materiales. Efectivamente,
la mejora de la situación económica y el sistema D´Hont, camuflarán el divorcio
temporalmente. Pero para recuperar su hegemonía, los grandes partidos tienen
que volver a seducir a su electorado. Y si tu pareja no te soporta, no basta para
reconquistarla un cambio de peinado o un regalo barato. Es necesaria una
auténtica renovación, que “la casta” no está dispuesta a hacer en ningún caso,
pues implica renunciar a su medio de vida y dejar paso a otros.
Seguramente en las próximas
elecciones se puedan formar mayorías, incluso con el acuerdo de los dos “grandes”
partidos. Porque no olvidemos otra novedad: el PSOE ha perdido su capacidad
para pactar con las nuevas opciones minoritarias, al ser parte de “la casta”. Pero
solo es cuestión de tiempo, cada vez menos, que un lectorado huérfano se eche
en manos de quien tenga una presencia agradable y ciertas garantías de
solvencia. No será un Pablo Iglesias, porque España no tiene nada que ver con
Venezuela, pero estemos atentos a los Condes o Berlusconis que aparezcan por el
horizonte.