domingo, 19 de abril de 2015

Tenemos los políticos que nos merecemos?




Los españoles andamos en perpetuo sobresalto ante el rosario de casos de corrupción que no dejan de saltar a la primera plana de los medios. Y, como beatas ante la aparición de la furcia del pueblo en misa de 12, nos echamos las manos a la cabeza pensando en qué país vivimos.

Yo dejaría de preocuparme por la detención de los corruptos cogidos con las manos en la masa, pues ese es el mejor síntoma de la existencia de un Estado de Derecho. Me preocuparía más de la parte que nos toca a cada uno en este circo de inmoralidad en el que nos hemos movido estos años y en las causas que lo han motivado. Porque pensar que, unos cuantos políticos sinvergüenzas, han estado robando la cartera a toda la ciudadanía inocente es, además de una simpleza, un ejercicio de hipocresía para tranquilizar nuestras conciencias, pero no contribuye a limpiar el patio de la podredumbre que lo cubre. El colmo del cinismo es tratar de ligar la corrupción a unas siglas concretas cuando aquí, desde el primero al último que ha tenido ocasión de trincar, lo ha hecho. Bueno, alguno de los nuevos lo hizo antes de tener ocasión, que ya es para nota.
Lo cierto es que una gran mayoría, por acción u omisión, hemos sido partícipes de la corrupción. No son más corruptos Chávez o Griñan que los centenares de beneficiarios de los EREs falsos, que se llevaban a casa una indemnización por despido de un trabajo que nunca habían desempeñado y una pensión vitalicia sin cotización previa. Ni lo es más el ex-ministro Mata, o los políticos valencianos que adjudicaba contrataciones bajo comisión, que los empresarios que las pagaban y los subcontratistas que sabían para quien trabajaban. Tampoco cabe dejar de lado a los golfos sindicales y patronales, tanto de la cúpula como de la base, que han colaborado a esta España de ni-nis metiéndose en el bolsillo los fondos de formación, mientras se quejaban de la falta de empleo y mano de obra cualificada. Por no hablar de la multitud de enchufados a dedo, sin otro merecimiento que un currículum en blanco, por esos políticos ahora en la picota. Y, por supuesto, no olvidemos a los familiares y votantes de todos los anteriores.
En cuanto a las causas que nos han llevado a esta situación, sería demasiado simple designar una sola. Se me ocurre en primer lugar la caída en desuso de los viejos principios de honradez, esfuerzo y mérito, que nuestros mayores tenían interiorizados. Ellos sabían de la necesidad de esforzarse para conseguir las cosas y no entendían de atajos, “pelotazos” y demás subterfugios para forrarse sin justificación alguna.
Muy unido a lo anterior está la nueva tendencia de considerar que la sociedad todo nos lo debe por “dignidad”, desde un trabajo acorde a nuestros deseos, a una vivienda en propiedad con el agua, la luz y la calefacción pagadas. El colmo de ese disparate es considerar que los demás, sí, porque “la sociedad” son los demás, están obligados a proporcionarnos un sueldo sin necesidad de que movamos un dedo para ganarlo.  Demoledora una frase de Díaz Villanueva que decía que “una sociedad que llega a plantearse algo tan disparatado como la renta básica es que se encuentra en estado terminal, es que ha definido ya con precisión la línea que separa a los zánganos de los obreros”. Porque la renta básica supone la sustitución del principio tradicional según el cual “el trabajo dignifica al hombre” por otro que sonrojaría a nuestros ancestros: “lo que dignifica al hombre es vivir bien, aun a costa del esfuerzo de los demás”.
A ver si va a resultar que los españoles, sustituyendo los valores individuales por esos valores colectivos que a tan poco obligan, hemos conseguido que España sea un país poco honrado que tiene los políticos que se merece. Dejemos de escandalizarnos por los políticos corruptos que entran en prisión y procuremos escandalizarnos ante los corruptos, políticos o no, que andan a nuestro alrededor o dentro de nosotros. No nos precipitemos en tirarle piedras a la pecadora pública que trastorna nuestra paz de espíritu, que eso es misión de los jueces, y hagamos un poco de examen de conciencia, no vaya a ser que al final tengamos que darnos con la piedra en la cabeza.